Tulo Sánchez, el náufrago del mar de gas

El que fuera uno de los hombres más poderosos del Gobierno de Evo Morales gestiona hoy una ferretería en Tarija ajeno a las grandes polémicas hidrocarburíferas que le tocó gestionar

LA MANO DEL MOTO

Tulo Sánchez, el náufrago del mar de gas
El exministro en bicicleta

Fuente: El País de Tarija



Si hubo un tarijeño poderoso en el gobierno de Evo Morales, ese fue Luis Alberto Sánchez. Fue elegido ministro de Hidrocarburos en 2015 después de hacer toda la carrera dentro de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB) a la que entró en los 90 como mero asistente del fiscal de campo hasta llegar a ser el Vicepresidente de Contratos y Fiscalización cuando esa dependencia tenía sede en Villa Montes.

Cuentan que algún día le hizo gracia a Evo Morales y lo colocó de Ministro. Sánchez siempre fue una pierna buenísima. Los memes sobre el parecido con Hugo Chávez son una leyenda. Quizá fue sorprendente, quizá fue precoz, eso sí, a diferencia de algunos de sus antecesores y también de sus predecesores, Sánchez se creyó el cargo desde el primer día y lo ejerció con todas las consecuencias, aunque poco se le reconociera.

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El exministro Sánchez recibió una cartera clave en horas bajas: todas las transformaciones que el Movimiento Al Socialismo había impulsado desde 2006 se habían sostenido con el gas que se extraía sobre todo de Tarija, pero ya a esas alturas era una obviedad que se agotaba, pues no ha había habido resultados exploratorios de magnitud. Sánchez recibió el encargo de dar vuelta a eso como fuera y es lo que intentó con un giro drástico en los planteamientos de un gobierno que seguía bebiendo de su raíz indígena y de su logro nacionalizador, y a eso se aplicó con esmero desde el primer día.

Curiosamente Sánchez es más preso de sus palabras que de sus acciones, aunque casi todas las polémicas actuales lleven su sello. A Sánchez se le recuerda por el “mar de gas”, el “corazón energético de Sudamérica” y su “pozo más profundo del planeta”, en Boyuy, que resultó seco, pero también fue quien impulsó la Ley de Incentivos con su fondo dotado con el 12 del IDH confiscado de las regiones, los decretos que eliminaron la protección de las áreas protegidas y en particular, de Tariquía, e incluso abrió la mano al fracking concediendo un área de pruebas en Miraflores de la que nunca más se supo.

Sánchez gozó desde siempre de la máxima confianza del presidente Evo Morales y no tanto del resto de su equipo. Sobre todo de los “economistas”. Hasta le partieron el Ministerio separando Energía precisamente por el volumen que significaba tener a YPFB y Ende bajo su tutela.

Desde siempre el presidente de YPFB estuvo por encima del ministro de Hidrocarburos por pura lógica de poder, pero tras entrar con plantazo en una compra turbia de tres perforadoras que le acabaron costando el puesto a Guillermo Achá, el designado sucesor del malogrado Carlos Villegas casi en su lecho de muerte, gestionó una Ley que lo convirtió en el presidente del Directorio de la estatal petrolera. Él por encima de todos con el visto bueno de Evo. Intervención pura y dura, pero que no dejó de justificar: el ministro también abortó in extremis la contratación de la petroquímica de plásticos en Yacuiba porque la resolución de concesión la entregaba a la misma empresa que había hecho los diseños previos en comandita con la constructora de la Separadora y todo olía a trato de favor y tráfico de información privilegiada.

Sánchez implantó además un estilo propio de comunicación: todo siempre fue “exitoso”, todo siempre había que celebrar, todo era plata, pero los resultados hablan por su gestión: no aumentó reservas, autorizó el ingreso a Tariquía, confiscó recursos de las regiones y paró en seco la industrialización del gas. Eso sí, nadie le puede negar que hizo lo que tuvo que hacer y lo que le pidieron aguantando la presión.

Quizá la obra de la que se sienta más orgulloso es la del Coliseo Guadalquivir, que no tiene nada que ver con su gestión, pero que no se hubiera construido sin su presencia. Sánchez ama el básquet y casi a modo de capricho, impulsó la Libobasquet. Sánchez, “Tulo”, es amiguero de siempre, adolescente de papá ausente que usó el deporte para integrarse. De ahí conserva amistades con algunos de los que se volvieron constructores del régimen, y también esa extraña relación con los basquetbolistas tarijeños de siempre, Beto Lema, Marmota, Juan Luis Coronado… Sánchez no se metió demasiado en la política tarijeña, pero de ahí tuvo que sacar un candidato en 2015 cuando otros habían arruinado la candidatura de Carlos Cabrera. Eligió a otro baloncestista, Pablo Canedo, y ya sabemos cómo acabó todo.

Sánchez fue siempre un evista convencido y de hecho, a la primera sugerencia de renuncia aquel 10 de noviembre de 2019 saltó del barco a toda velocidad. Su renuncia fue de las primeras en trascender. Seguramente estaba harto desde antes. Se rumoreó sobre un refugio eventual en Argentina con quien había negociado, pero lo cierto es que pasó el “golpe” y la pandemia en Tarija, haciendo maratones. Y aquí sigue.

Sánchez no ha encontrado acomodo en grandes consultoras, ni en transnacionales, ni siquiera ha vuelto al gobierno a algún otro cargo menor. No ha fugado a Manhattan ni a Miami. Sigue en el barrio El Carmen y administra su ferretería. Sus competidores dicen que está detrás de algunas grandes adjudicaciones de material eléctrico de las grandes contratas. Nada que no se hubiera hecho antes. Nada parecido a lo que se le auguraba.

El hombre que se codeó con todos, al que buscaban para pedir esto o aquello, el que soñaba Bolivia más en grande, acabó convertido en caricatura y hoy aguanta al margen, sin entrar al debate. Nunca quiso explocar que su “mar de gas” era de hidrocarburo no convencional, prefirió no pelear ese melón por lo mal que sonaba “fracking” para un régimen instalado en el pachamismo y la defensa de la Madre Tierra. Renunció incluso a defenderse. Quién sabe si la vida le dará revancha.

Fuente: El País de Tarija