La Pasión de Cristo: Trascendencia y vigor

Carlos Manuel Ledezma Valdez – eju.tv

Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez

DIVULGADOR HISTÓRICO & DOCENTE UNIVERSITARIO MIEMBRO DE LA SOCIEDAD DE ESCRITORES DE BOLIVIA (SODESBO)



Cuentan las crónicas del 31 de octubre de 1517 que, un agustino alemán de nombre Martín Lutero, dejaba patente en la iglesia del palacio de Wittemberg, un legajo de papeles en los que recogía 95 tesis, incluidas aquella que ponían en tela de juicio el rol de las indulgencias de la iglesia.

Aquellos documentos sacudieron fuertemente las estructuras del catolicismo, tanto es así, que habrían de transcurrir tres décadas antes de que se decidieran a tomar cartas sobre el asunto.

Para diciembre de 1545, el Papa Paulo III convocó al Concilio de Trento, el mismo que tuvo múltiples interrupciones y 22 sesiones interminables, en los que alrededor de 15 años se tomaron sólo como un periodo preconciliar salpicado de vacilaciones y recelos en la búsqueda de encontrar la unidad religiosa.

Los problemas dogmáticos, la presión de la fe católica contra los protestantes, la primacía papal y el significado eclesial fueron algunos de los temas que no permitían el avance. Finalmente –tras largos 18 años–, entre otras conclusiones que se conocerían como Contrarreformas para hacer frente a las propuestas de Lutero, se decidió reforzar el uso de imágenes en la liturgia.

En España, la costumbre de rendir culto públicamente a imágenes que representan la figura de Cristo, la Virgen María o los santos, se remonta a tiempos de la Edad Media, tiempo en el cual los cristianos vivían su fe como una experiencia colectiva que debía ser compartida, siendo la religiosidad medieval un acto de reafirmación permanente de uno para con los demás.

Fue de esta manera como aparecieron las primeras cofradías, grupos de devotos de una santidad en concreto, a la cual estaban generalmente vinculados por trabajo o residencia. Para entonces, la religión estaba impregnada en todos los aspectos cotidianos, hasta en las situaciones más baladíes en la vida de los cristianos. Cristo, los santos y las distintas advocaciones marianas brindaban protección frente a las vicisitudes de la vida, que para aquellos tiempos también eran muchas. Ante lo incierto, una imagen religiosa aportaba seguridad, tranquilidad y certeza.

Durante estos tiempos no existía aun lo que conocemos como procesiones de Semana Santa. No sería hasta mediados del siglo XIV, tras la llegada de la peste negra que aniquiló a buena parte de la población española, que los devotos comenzarían a asociar aquella desgracia con un castigo divino. Fue a partir de entonces cuando comenzaron a proliferar las cofradías de flagelantes, que recorrían las calles encapuchados mientras se flagelaban y entonaban cánticos.

Esta práctica se volvió tan habitual que dio paso a que se organizasen verdaderas bataholas y desenfrenos de gemidos y latigazos públicos, que obligaron a prohibirla. Esta intervención por parte de la iglesia posibilitó que se reencausase el clamor espiritual y le dieran un sentido, bajo el entendido de que: “el mundo es un valle de lágrimas, cierto, pero también lo es de gozos, por lo que no debe perderse la esperanza, aquella que Jesús jamás perdió.

La Pasión de Cristo era perfecto para ejemplificar aquella cuestión. Desde que es tomado preso, torturado, humillado, vilipendiado y muerto en la cruz, muestra la tragedia más descarnada del mundo católico, para dar paso a la resurrección, mostrando que el bien triunfará por encima del mal. La representación perfecta en tiempos de tribulación, donde el devoto podía infringirse castigo y sentir en su propia piel el dolor de los pecados, con la esperanza de que el último domingo el sol saldría de nuevo para dar fin a la oscuridad impuesta por las tinieblas.

Las procesiones de Semana Santa fueron extendiéndose de manera progresiva hasta el siglo XVI, reforzando la tradición que tenían las cofradías en torno a las imágenes. De entre todas ellas, las que guardaban mayor valor eran las que guardaban relación directa con la Pasión, convirtiéndose en un negocio bastante intenso y lucrativo. Comenzaron a popularizarse las copias de algunas que llevaba los peregrinos, que con el paso de los años fueron dando forma a la celebración tal como la conocemos en la actualidad.

Se incorporó el Vía crucis, siendo la forma elemental aquella que el Beato Álvaro de Córdoba había visto en un viaje a Tierra Santa, donde observó cómo los franciscanos recorrían entre rezo con la cruz en la espalda. Visto aquello, desde el Vaticano se concedieron las indulgencias para quienes peregrinasen a Tierra Santa haciendo el Vía Crucis. La ilustración y las guerras napoleónicas menguaron el entusiasmo de los feligreses, aunque no consiguieron hacer que desaparezcan, resurgiendo con fuerza para finales del siglo XIX.

La gran pregunta que se hacen varios investigadores, está orientada a conocer que es lo que mueve a sociedades secularizadas a mantener tan arraigada estas expresiones religiosas, probablemente, el hecho de que la tradición cultural de la población se haya fundido tanto, posibilitando comprender el verdadero significado que encierra la penitencia pascual. En tiempos de vicisitudes, habrá siempre un espacio destinado para la esperanza.

Es así como la Semana Santa que celebra la Cristiandad, dura siete días en los que se conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesús, siendo, en suma, aquella actividad que blinda del sentido de fe a todo cuanto la rodea. La vida detrás de la muerte. Las diferencias entre católicos, protestantes y ortodoxos son por demás evidentes, aunque todas ellas cuentan con tradiciones arraigadas que datan desde hace siglos.

En la actualidad, constituye parte fundamental de las celebraciones litúrgicas para millones de personas pertenecientes al mundo cristiano, teniendo esta conmemoración una serie de connotaciones políticas, económicas y religiosas. La Semana Santa recuerda los detalles de la creencia fundamental de la fe, buscando reforzar la identidad espiritual, sirviendo de un tiempo perfecto para hacer una reflexión profunda acerca de la vida, la muerte y la redención.

La conexión con las tradiciones permite a las generaciones modernas abrazarse con el pasado, brindando además un sentido de pertenencia con la comunidad, ahondando en la solidaridad y compasión, es un tiempo para congregarse con la familia, transmitir valores y fomentar la reflexión espiritual que resulta tan importante en estos tiempos.