A propósito de lo ocurrido en la Embajada de México


 

 

La Convención de Viena de 1961 es contundente a la hora de establecer la imposibilidad de asaltar una misión diplomática. Contra todo pronóstico, el mundo vive en la actualidad la germinación de regímenes que poco o nada hacen por respetar las leyes que preservan las relaciones y la sociedad internacional.



En el caso concreto del asalto de la embajada de México en Ecuador, no se necesita ser demasiado diestro en la materia. Es muy grave lo acontecido, y un temerario precedente en la región iberoamericana. En contra de este proceder se han manifestado, con mucho acierto, entre muchos otros, la Unión Europea, el secretario general de las Naciones Unidas, los gobiernos de España y del Reino Unido, etcétera.

La política afincada en acciones que violan la ley, tarde o temprano, se condena: en el caso de Ecuador, seguramente, esta condena será resuelta por la Corte Internacional de Justicia. También los Estados son responsables de salvaguardar el sistema universal y regional de los derechos humanos, y en paralelo, en situaciones de conflicto bélico, el derecho internacional humanitario.

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Las desgracias que está viviendo el mundo, asolado por guerras y tempestades, exige presionar y denunciar cualquier atropello. He leído, por ejemplo, con bastante estupefacción, que cierto analista político boliviano intenta justificar el proceder del Estado ecuatoriano sobre la base de que su exvicepresidente puesto en tela de juicio, habría cometido delitos comunes. Se trata de una valoración equivocada, toda vez que las misiones diplomáticas son por definición inviolable.

También preocupa sobremanera que existan resabios de autoritarismo en Bolivia en cierta clase política, y esta es la razón principal de lo escrito. No tengo nada en común con la izquierda latinoamericana, ciertamente, pero mucho menos con el autoritarismo o las medidas de fuerza descontrolada. Una sociedad internacional civilizada debería profundizar en el respeto y la promoción del derecho internacional público, porque de otra manera acabaremos todos perdiendo.


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