Después de casi veinte años que Bolivia es gobernada por el mismo partido político, es necesario un cambio de proyecto político ideológico en la administración del Estado que represente a quienes piensan, sienten y actúan con base en valores e identidades diferentes a las que pregona la lógica política oficialista.
Pero, por el momento, no existe una organización política alternativa con un discurso épico, disruptivo y esperanzador. Solamente se manifiestan nombres de precandidatos, propuestas y recetas al calor del momento que no responden a una concepción estratégica.
Sin embargo, es necesario empezar a debatir sobre las condiciones que tienen los opositores partidarios de cara al 2025. Es decir, reflexionar sobre sus límites y posibilidades para llegar, vía electoral, a la Casa Grande del Pueblo.
En perspectiva general, los opositores partidarios tienen como una de sus principales limitaciones el discurso político: no comunican un nuevo valor e identidad. Su lenguaje político no transmite ideas políticas que signifiquen su concepción del mundo, es decir, de Bolivia.
Otra limitante es su anémica actividad estructuradora que va de la mano con la falta de ideas políticas. Al carecer de una ideología organizativa que implica generar identidad partidaria, no pueden institucionalizarse en el tiempo y conseguir de manera sostenible militantes, afiliados y electores, como lo ha hecho a su manera el MAS.
La casi segura candidatura de Arce es otra variable que limita a la oposición partidaria porque la burocracia, funcional a su mandato, es un recurso de poder material sin igual. Asimismo, su influencia sobre los poderes contramayoritarios (Tribunal Supremo Electoral y Tribunal Constitucional) le permite generar las condiciones necesarias para constituirse en un candidato electoralmente competitivo.
Con respecto a las posibilidades, existe materia prima suficiente para capitalizar un discurso político ideológicamente alternativo: el ambiente económico con incertidumbre, más la falta de dólares e intermitente oferta de combustibles; su división interna del MAS; la decadencia del sistema de justicia; el agotado discurso del “proceso de cambio” como efecto de las múltiples denuncias y pruebas de corrupción a lo largo de los años, entre otras cuestiones.
El antimasismo es la sustentación social básica para un proyecto político alternativo, pero es necesario articular lo anti con lo pro. Este es el gran desafío porque exige el trabajo de transitar de un estado mental emocional negativo de los/las ciudadanas contra el legado político del MAS (lo que une) hacia uno positivo que implique conciliar diferentes propuestas (lo que separa) de transformación económica y política del estado en que está el Estado.
Si la oposición partidaria no toma consciencia de sus límites y posibilidades, entonces seguirá dando vueltas en el círculo vicioso. Un patrón de comportamiento que el oficialismo sabe cómo incentivarlo.