Reflexiones sobre la Calculadora Digital y la Inteligencia Artificial en la actualidad: Sus consecuencias en la sociedad y en la medicina clínica

Las preguntas (muy humanas) sobre la inteligencia artificial que ni los expertos logran responder - LA NACION

Ronald Palacios Castrillo

Es casi imposible para nosotros imaginar las matemáticas sin algo aparentemente tan simple como una calculadora.



Dicho esto, las calculadoras que conocemos hoy no se inventaron hasta la década de 1970, y el uso de teléfonos inteligentes como calculadoras no comenzó hasta al menos finales de la década de 1990.

Pero eso no significa que las herramientas matemáticas no estuvieran disponibles antes del siglo XX: se crearon muchas máquinas informáticas diferentes mucho antes que las calculadoras digitales y los teléfonos inteligentes.

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La primera herramienta creada específicamente para su uso en cálculos matemáticos fue el ábaco, probablemente inventado en Sumeria alrededor del 2500 a.C.

El ábaco era una tabla de columnas sucesivas con cuentas o piedras que representaban una sola unidad, que podía usarse para sumar o restar.

Otras culturas alteraron y refinaron el ábaco; los chinos, por ejemplo, colocaban cuentas en alambre dentro de un marco de bambú para facilitar su uso. Desafortunadamente, el ábaco no era muy útil para la multiplicación o la división, por lo que fue necesario inventar un dispositivo nuevo y más sofisticado.

Avancemos 4.500 años hasta 1617, cuando el matemático escocés John Napier publicó Rabdología, o “cálculo con varillas”.

En su escrito, Napier describió un dispositivo que llegó a ser conocido como los huesos de Napier. Los «huesos» son varillas delgadas en las que están inscritas tablas de multiplicar, y el usuario determina su suma cambiando la alineación vertical de las varillas y leyendo horizontalmente las tablas de multiplicar.

Si bien estos dispositivos ayudaron enormemente en los cálculos, no eran verdaderas “calculadoras”, sino que simplemente ayudaban a la persona que hacía el cálculo mental.

En 1642, se inventó la primera “calculadora” verdadera: una que realizaba cálculos mediante un mecanismo similar a un reloj. La calculadora Pascal, inventada por el inventor y matemático francés Blaise Pascal, fue elogiada por intentar realizar cálculos aritméticos que antes se consideraban imposibles.

Pero desafortunadamente, fueron difíciles de producir y muy pocos llegaron a fabricarse. La calculadora mecánica inventada entonces por Thomas de Colmar a mediados del siglo XIX, y otras posteriores, eran más fáciles de producir, pero extremadamente grandes y voluminosas; no eran en absoluto las calculadoras de bolsillo que conocemos hoy.

Curt Herzstark inventó la primera calculadora mecánica de mano en 1945, a partir de un diseño que había creado en 1938. Con la forma de un robusto molinillo de pimienta, las calculadoras Curta se produjeron en grandes cantidades hasta 1970, cuando una empresa de Japón inventó la primera calculadora digital de bolsillo, y la demanda del anticuado dispositivo se desvaneció. Empresas de Estados Unidos, como Texas Instruments, adaptaron el diseño del dispositivo japonés y lo mejoraron creando las calculadoras gráficas que conocemos hoy.

Con la invención del primer teléfono inteligente en 1995, las personas comenzaron a reemplazar las costosas calculadoras digitales por dispositivos multiuso. Esto requirió actualizar incluso los diseños de calculadoras más sofisticados para seguir siendo relevantes en el mercado.

En la actualidad estamos experimentando, virtualmente, en todos los aspectos de la actividad humana, la emergencia y el tsunami de progreso de la inteligencia artificial (IA); con personajes dignos de respeto y admiración como Elon Musk, que repetidamente llama a la cautela y regulación de IA y sus posibles riesgos/peligros para la humanidad.

Me puse a pensar cuál ha sido el impacto de la calculadora en la gente común y si esto podría ejemplificarnos/guiarnos sobre los posibles efectos de IA en la gente en un futuro cercano.

Para tener una base sobre el efecto que ha tenido la calculadora digital sobre la gente común, llevé a cabo un pequeño experimento que consistió en hacer 2 tipos de pruebas a 5 personas de los tres distintos grupos sociales elegidos:

Grupo A: gente común adulta joven/madura (comerciantes que trabajan en los pozos, abasto).

Grupo B: personas que representan a los Millenials (Ventura Mall y Mall Manzana 40).

 Grupo C: personas que pertenecen a la generación Z (zona de Equipetrol).

Primero, se les pidió realizar resta, multiplicación, división y determinar porcentajes usando una calculadora digital (que yo llevaba) o en el celular de cada persona. Segundo, se les pidió realizar operaciones matemáticas similares de manera manual. Y también se les pidió explicar en qué consistía cada operación matemática.

Los resultados son sorprendentes:

Grupo A: todos obtuvieron correctamente las respuestas cuando usaron la calculadora (2) o su celular (3). Pero, ninguno pudo hacer los cálculos manualmente o explicar en qué consistía cada operación matemática.

Grupo B: todos respondieron muy bien a las preguntas usando la calculadora de su celular. Dramáticamente, solo 2 hicieron correctamente los cálculos de manera manual y únicamente 1 supo explicar parcialmente las bases y el significado del proceso implicado en el cálculo matemático requerido.

Grupo C: todos respondieron correctamente a las preguntas usando la calculadora de su celular. Ninguno pudo contestar correctamente a las preguntas de manera manual y solo uno supo en qué consistía la operación de restar y multiplicar, pero no el proceso de la división y el cálculo de porcentajes.

Como muchos lo han experimentado y comentado seguramente, hay mucha gente de distintas generaciones que realizan operaciones matemáticas habituales cotidianas como restar, multiplicar, dividir y calcular porcentajes ayudados por una calculadora, sin saber qué es lo que están haciendo.

El pequeño experimento social que hice corrobora esto. Es decir, que el impacto de la calculadora digital en la sociedad es serio y potencialmente grave porque se pierde la capacidad mental de saber qué se calcula y cómo se hace, aunque se obtienen resultados correctos con el aparato digital.

Todo esto viene a colación, porque me intriga y también aterra lo que se viene con la IA. Sobre todo cuando se aplica a la medicina clínica. Hoy en día ya hay algoritmos que permiten ingresar los síntomas y signos clínicos de un paciente y obtener los tres diagnósticos más probables, así como solicitar qué estudios de laboratorio son necesarios e indicados, y el algoritmo los proporciona en minutos.

Del mismo modo, ya hay algoritmos que interpretan electrocardiogramas, ecocardiogramas, radiografías y tomografías computarizadas, según los creadores, con un desempeño igual o incluso mejor que los especialistas humanos. Finalmente, se obtiene el diagnóstico más probable y el tratamiento más eficaz para el caso en cuestión.

Como en el caso de la calculadora digital, los estudiantes de medicina y los médicos aprenderán a ingresar los datos en sus celulares y/o tabletas y actuarán de acuerdo a lo que los algoritmos les indiquen. Aquí hay varios y potencialmente serios problemas: el principal es que si el estudiante y el médico no han aprendido a interrogar y realizar una exploración física completa y adecuada de los pacientes, habrán muchos datos de síntomas y signos que no obtendrán para ingresarlos en sus artefactos digitales y, por lo tanto, las respuestas de sus algoritmos serán limitadas e incluso erróneas.

La gran variabilidad en las manifestaciones clínicas de una enfermedad en cada paciente es otra variable que no se tomará en cuenta. Finalmente, el peso psicológico en el paciente de la enfermedad y la falta de habilidad del estudiante y médico digitalizado moderno para establecer una relación con el paciente, seguramente tendrán serias consecuencias.

No es que esté en contra de la aplicación de la IA en la práctica médica, lo que me preocupa es que pase lo mismo que ha sucedido con la calculadora digital, se utilice, se obtengan resultados sin realmente saber el proceso. En el caso médico, esto sería muy grave dadas las tantas variables e improvisaciones que ocurren durante el ejercicio de la práctica médica.

De acuerdo ,probablemente se cometan menos errores diagnósticos con la ayuda de la IA, pero el problema es exigir a toda costa que los médicos tengan una robusta formación en las ciencias médicas y su práctica. Así pues, si se logra esa combinación en la mayoría de los médicos, por un lado, bien formados y entrenados en el ejercicio de la medicina tradicional y por el otro, aptos para el uso de apoyo de IA, podremos evitar lo que ha sucedido con el uso de las calculadoras digitales y aprovechar las facilidades que ofrece la IA.