“Green New Deal” vs “Decrecentistas”: Las dos corrientes del ecologismo político cara a cara

En  Bolivia las contradicciones entre una corriente y la otra, ambas representadas teóricamente en el ejecutivo, son más que notorias. Dos referentes, Emilio Santiago y Luis González, liman asperezas entre los partidarios de la movilización social y los defensores de la vía política e institucional

Andrés Actis para La Vanguardia

 

Fuente: https://elpais.bo

Emilio Santiago Muiño (Ferrol, 1984), antropólogo y autor del libro Contra el mito del colapso ecológico; y Luis González Reyes (Madrid, 1974), Doctor en Ciencias Químicas y autor del libro Decrecimiento: del qué al cómo: propuestas para el Estado español, representan a las corrientes antagónicas que coexisten -con muchas fricciones- en el movimiento ecologista: la aferrada al Green New Deal (nuevo pacto verde) y la ‘decrecentista’. Ambos enfoques coinciden en la gravedad de una crisis ‘ecosistémica’ (climática, de biodiversidad, energética, material, social) que amenaza muchos de los pilares que sustentan al capitalismo global. Pero difieren en otros diagnósticos y, sobre todo, en las estrategias para revertir la crisis.

Los partidarios del decrecimiento (González Reyes), a modo de síntesis, no ven otra salida que una rápida y planificada reducción del consumo material y energético de la economía, una inevitable transformación sistémica -el devenir de un nuevo orden social- como consecuencia de estar sobrepasando todos los límites planetarios. Sostienen que “no hay tiempo” para la transición ecológica y energética.

En la otra acera, los defensores del Pacto Verde (Santiago Muiño), apuestan por la estrategia de impulsar políticas públicas ambiciosas para lograr una modernización ecológica de la economía. Es decir, un nuevo modelo productivo basado, principalmente, en la descarbonización energética.

Enfrascados en este debate “muy tóxico” en las redes sociales, según admiten ambos autores, el ecologismo busca salir de las acusaciones cruzadas (‘colapsistas’, unos; ‘capitalistas verdes’, los otros) para centrar la discusión en una amenaza concreta del aquí y del ahora: el “avance del ‘ecofascismo’” y la irrupción de “escenarios de regresión democrática” que pueden ser lapidarios para la lucha ambiental.

¿Cuál es hoy el estado del ecologismo? Una percepción: hay mucha más conciencia social por una crisis climática que ha dejado de ser abstracta, pero en paralelo hay una crispación interna que perjudica al movimiento.

Emilio Santiago Muiño: Creo que en los últimos cinco años ha habido un salto en el nivel de sensibilización social, lo que ha permitido hacer algunos avances, aunque todavía son insuficientes. A nivel interno, de forma no muy distinta a otros movimientos sociales, creo que estamos en un momento de reflujo que hace que las organizaciones y entidades estén quizás más flojas respecto a la ola climática de 2019. Además, puede que algunos debates se hayan crispado más de lo necesario, por dos motivos: la falta de estructuras orgánicas que nos permitan tener responsabilidades comunes y normas; y, por el otro lado, el efecto disonante de las redes sociales.

Luis González Reyes: Comparto. Hay un momento de sensibilización social que no se traduce en acciones. Hay más receptividad, pero esta no se termina de convertir en práctica. Falta un salto en este sentido. En paralelo, hay un aumento de la respuesta anti-ecologista, a nivel social y político. Pienso que hay menos reflujo en el movimiento ecologista que en otros movimientos. Y, sobre la crispación, creo que los debates no son nuevos, se vienen articulando desde hace décadas.

¿Hay una autocrítica por estar favoreciendo con determinadas peleas virtuales entre ecologistas a esta crispación?

E.M.: La diversidad en un movimiento siempre es un síntoma de salud. La discrepancia tiene que ver con diagnósticos distintos. Nadie tiene un mapa exacto de cómo va a suceder el cambio social que se avecina. También hay discrepancias en las estrategias a seguir. El debate no es problemático, el problema es que adquiera formas tóxicas.

L.G.: Hay distintos diagnósticos, estrategias y formas de entender la situación y cómo afrontarla. Si quitamos el ruido, el debate es real. Comparto que las formas pueden echar para atrás muchos debates, pero hay que entender que no tenemos certezas. Por más que cada cual defienda su postura porque la considera correcta, en realidad podemos estar equivocados.

Pese a que estáis ubicados en trincheras distintas dentro del ecologismo, la sensación es que las diferencias no son tanto de diagnóstico, sino de estrategias.

L.G.: Un elemento de discrepancia es el tiempo. Tenemos distintas percepciones de los plazos que tenemos para llevar a cabo las transformaciones necesarias a nivel social. Emilio plantea mayores márgenes de maniobra temporal que yo. Otra diferencia pasa por qué riesgos consideramos que debe asumir la sociedad. Entiendo que Emilio plantea un principio de precaución más laxo, en el que merecen la pena determinados riesgos porque es lo políticamente posible. Desde mi perspectiva, ese principio de precaución es más estricto: hay riesgos que tienen implicaciones tremendamente peligrosas. Un ejemplo: pensar en un despliegue masivo de renovables supone una extracción masiva de minerales, cemento y acero. Esto tiene un coste energético que no nos podemos permitir viendo la aceleración de la crisis climática.

E.S.: Creo que no nos separa tanto la cuestión del tiempo, sino cómo la declinamos. Pienso que tenemos un margen temporal muy angosto para afrontar la crisis climática. El presupuesto para no agotar los 1,5ºC está al límite. Pero la prioridad climática se ha impuesto a un escenario en el que pensábamos que la escasez energética nos iba a facilitar algunas cuestiones. Ahora la prioridad es provocar un pico de demanda y no sufrir un pico de oferta con los combustibles fósiles. Si bien es cierto que las renovables tienen impactos, toda actividad humana los tiene.

¿Santiago, qué respondes a los distintos principios de precaución que apunta González?

E.S.: Comparto que tenemos visiones distintas, pero yo le daría la vuelta. Yo tengo un principio de acción más laxo en la cuestión metabólica o biofísica. Estoy poniendo en juego un principio de precaución social más alarmado, que tiene que ver con de qué manera conseguimos cuadrar el puzle para que todo este proceso de turbulencias sistémicas no acabe en un proceso de degeneración democrática y de involución política con consecuencias terribles. ¿Cómo evitamos que esto no derive en escenarios ‘ecofacistas’ como los que ya se prefiguran? Ahí hay un enemigo.

L.G.: Nos preocupa por igual un escenario ‘ecofascista’ con políticas de preservación ambiental o sin ellas. Es uno de los escenarios más terribles. Porque, en realidad, cómo enfrentemos la emergencia climática, sistémica y material no va a depender tanto de las condiciones físicas que existan, sino de las condiciones sociales. Un ejemplo: ¿Quién iba a decir que el tema del ‘decrecimiento’ se iba a convertir en un elemento de debate en el marco político parlamentario? Es cierto que ahora mismo, planteando un programa de ruptura total, probablemente no ganes unas elecciones, pero lo políticamente posible evoluciona. Es una parte del juego.

Hay una palabra que dispara muchos de estos ásperos debates: el colapso. ¿Por qué? Tú, Santiago, lo defines en tu libro como un mito.

E.S.: Creo que los compañeros ‘colapsistas’ manejan una hipótesis sobre el tipo de proceso histórico que se viene con las turbulencias ecosociales de la crisis ecológica, que no solo es desmovilizadora en términos políticos, sino que incurren en algunos errores analíticos que, a mi juicio, son problemáticos. Hablo de mito como una manera de señalar que el colapso, así planteado, no va a suceder. Es más factible que suceda el auge de sistemas más autoritarios que combinen el incremento de la degradación de las condiciones materiales de vida con un aumento de las desigualdades y de la violencia política. Pero eso no es un colapso. Prepararse para una cosa u otra exige estrategias radicalmente distintas.

¿González, te consideras ‘colapsista’?

L.G.: Para nada. Creo que la palabra ‘colapsista’, tal como la usa Emilio, descalifica. Yo me identifico como ecologista y como ‘decrecentista’, pero no como ‘colapsista’. El colapso para mí es un análisis del contexto en el que estamos. Creo que estamos en un proceso de colapso. ¿Qué sería el colapso? Pues un cambio importante en los órdenes culturales, económicos, sociales y políticos, fruto de distintos factores en los cuales tenemos una pérdida importante de complejidad social. El colapso no es un hecho súbito. Es un proceso que durará décadas. Vamos a vivir en él. No es algo que va a pasar de la noche a la mañana. Creo que vamos a ir a una reducción tecnológica y a sociedades más rurales.

E.S.: Luis maneja una definición de colapso que me parece un poco problemática. Augurar un colapso es cuanto menos precipitado. Tal vez algunos sectores sociales colapsen o algunos países colapsen a costa de que otros no lo hagan. Tal vez nos encontremos con dinámicas bélicas. ¿Que vamos a décadas de turbulencias? Sí. De colapso, no lo sé.

¿Santiago, sientes que un sector del ecologismo tiene ‘deseo’ de un colapso?

E.S.: La mayoría no. El término muchas veces sienta mal porque parece que uno dijese que ellos quieren el colapso. En absoluto. Lo dan como un hecho muy probable o que está sucediendo. Aún así, algunos círculos no niegan su dimensión trágica, pero ponen mucho acento en la ventana de oportunidades.

L.G.: Si nos tomamos en serio la ‘ecodependencia’, nuestros requerimientos climáticos, materiales y energéticos están muy comprometidos. Cómo de rápido va a ser esto, no lo sabemos. Pero sí que creo que esto se puede considerar un colapso. Tú puedes no desear el colapso y a la vez entender que ese proceso puede abrir puertas políticas. No lo veo como cosas reñidas.

¿Por qué piensas, González, que vamos a salir mejor en un escenario de colapso?

L.G.: Puedo llegar a compartir que la probabilidad de que salgamos a bien es menor a la que salgamos a mal. Pero la probabilidad no es lo más relevante dentro de toda esta película. Porque hay una posibilidad de que de aquí salgamos mejor de lo que hemos entrado. Puede ser pequeñísima, pero existe. En la medida que existe hay margen político de actuación.

E.S.: Totalmente. La diferencia es que yo creo que, si llegamos realmente a colapsar, ese margen se estrecha. Por eso digo que los discursos del colapso son problemáticos políticamente. El sentido común popular escucha la palabra colapso y huele a problemas. A veces siento que no nos damos cuenta de lo duro que juega esto en los imaginarios.

¿Cuánto se está aprovechando la ultraderecha de esta teoría del colapso?

E.S.: No creo que estos sectores se estén aprovechando del debate sobre el colapso, es muy de nicho, pero creo que puede haber vasos comunicantes no intencionales. Me explico: un discurso ‘colapsista’ muy duro puede cultivar la ‘antipolítica’ de la que la extrema derecha bebe. Si hay un uso es indirecto. Sí que pienso que un sentimiento de temor, de no futuro, de impotencia política, puede favorecer el auge de la extrema derecha.

L.G.: Discrepo con la idea que este debate sea de nicho. Es un debate dentro del ecologismo que trasciende a nivel social. Esta sensación de fin de época es algo que existe dentro de la sociedad. Pero tampoco creo que las extremas derechas estén utilizando esto dentro de sus estrategias políticas, lo que no quiere decir que lo vayan a utilizar. Tendremos que estar

Volviendo a la cuestión retórica y discursiva, ¿Por qué repele tanto el término ‘decrecimiento’? ¿Por qué muchos autores han virado al término ‘poscrecimiento’?

E.S.: Pienso que el término ‘poscrecimiento’ puede ser más mayoritario, aunque es verdad que el decrecimiento ha pasado de ser muy marginal a un poco mainstream [tendencia popular, de masas], con una conferencia en el Parlamento Europeo con Ursula von der Leyen debatiendo. Sin embargo, creo que todavía el término puede tener una recepción espontánea que lo asocia erróneamente con la crisis capitalista, con la recesión, con el empobrecimiento. Con el ‘poscrecimiento’, lo que se propone es un enfoque mucho más sectorial que integral. No es atacar a la lógica de un crecimiento por el todo, porque te coloca en la imposibilidad política. A lo que aspiramos es a detectar aquellos sectores en los que es políticamente posible imaginar reducción en los consumos energéticos y materiales sin menoscabo de una cierta calidad de vida.

L.G.: Al término ‘decrecimiento’, al igual que al colapso, no le tengo especialmente apego. Uso la palabra porque creo que es la más correcta dentro del marco. Los grados de extralimitación son tan grandes que el decrecimiento es inevitable. Puede haber sectores que sigan creciendo, pero en términos totales, va a haber un decrecimiento de los consumos materiales y energéticos. Además, me parece que el decrecimiento tiene una parte de provocación que es interesante. Le mete el dedo en el ojo a una variable central del capitalismo como es el crecimiento.

La paradigmática posición del Gobierno Boliviano y las ONG

Dentro de la discusión sorbe las estrategias a seguir en la lucha contra el cambio climático aparecen muchas inconsistencias en muchos países, normalmente porque vienen desde el desarrollo contaminante y no renuncian a él, pero realizan diferentes acciones de impacto que “lavan la cara” es una estrategia conocida como “greenwashing”.

Por otro lado, muchos países poco desarrollados defienden su derecho a contaminar tanto como los países desarrollados. Estos enfoques alcanzan máximos cuando estos enfrentan, por ejemplo, la explotación de nuevos yacimientos de petróleo como en el caso de Guayana donde la comunidad internacional (rica) trata de presionar para que no lo hagan.

Hay otras estrategias curiosas, como por ejemplo la del gobierno boliviano, donde posiciones incoherentes entre sí cohabitan en un mismo gobierno. Por ejemplo, Evo Morales fue un recurrente denunciante de los excesos que occidente hace con el Medio Ambiente y se dio a conocer como presidente indígena defensor de la Madre Tierra, pero en sus políticas destacaba siempre la industrialización desde el punto de vista desarrollista y proyectos concretos lo pusieron frente a su espejo: la carretera por el centro del parque nacional Isidoro Secure (Tipnis), las represas en el Madidi, el gas en Tariquía, concesiones para el fracking, minería descontrolada, etc., desnudaron la debilidad discursiva.

El planteamiento se ha mantenido después con el gobierno de Luis Arce y David Choquehuanca. Arce es eminentemente otro desarrollista que ha apostado por los mismos proyectos que Evo Morales y les ha añadido otros componentes, como la Extracción Directa de Litio en el Salar de Uyuni o canteras a cielo abierto además de la regularización de una minería del oro muy dañina para toda la cuenca amazónica o la de la ampliación de los eventos transgénicos.

Curiosamente el vicepresidente David Choquehuanca representa la posición contraria, la que sostiene la progresiva desinversión para decrecer con unos discursos que hablan de lo esencial y del equilibrio del hombre con su naturaleza…. Pero tampoco han existido concreciones en este sentido.