Rory McIlroy entrega el US Open a Bryson DeChambeau

El norirlandés firma tres bogeys en los cuatro últimos hoyos, dos de ellos fallando putts de metro y medio

Bryson DeChambeau celebra un birdie en la jornada final.

Bryson DeChambeau lanzó la bola al graderío del hoyo 18 de Pinehurst. Miró al cielo para dedicarse a su padre, fallecido hace un par de años. Y a Payne Stewart, el golfista que perdió la vida en un accidente de avión después de ganar en ese escenario el US Open de 1999 y al que honró durante años con la gorra de plato.



A continuación dio unos cuantos saltos con su troupe, luego lo felicitó Sergio García, golfista como el estadounidense que juega el LIV Golf. El golfista de Modesto (California) celebraba de verdad su primer grande con la conquista del US Open. Ya había ganado otro, el de 2020, pero en la clandestinidad del septiembre de la pandemia. Sin público. Y no era lo mismo. Después de haber peleado la victoria en el Masters, sexto, y el PGA Championship, donde acabó segundo, ahora era él quien salía la foto.

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La otra cara era Rory McIlroy (69 golpes). Apoyado sobre una mesa alta en la recogida de tarjetas, lamentaba el momento. Después de haber recortado los tres golpes de ventaja con los que DeChambeau había comenzado la jornada, vio como tiró por la borda el triunfo. Cometió tres bogeys en los cuatro últimos hoyos. Dos, el del 16 y el 18, fallando putts desde metro y medio. Cruel final para el norirlandés, que lleva 10 años sin ganar grandes. El palo que le hizo construirse una opción con birdies desde nueve metros, cinco en 13 hoyos, arruinó sus ilusiones de estrenar, como mínimo, el desempate a dos hoyos del US Open, aún inédito. La última prolongación fueron aquellos 18 hoyos de Woods cojo en 2009 con Chris DiMarco.

DeChambeau (71 golpes) acabó sobre par en la ronda final con tres bogeys y dos birdies. También erró un putt fácil, en el 15, de un metro, cuando la bola rebañó el agujero, pero jugó los nueve hoyos con una entereza formidable. Tuvo más oportunidades de birdie que su adversario y en el 18, después de mandar la bola al bunker con el segundo golpe, se sacó un wedge definitivo para ponerla a un metro y medio. «Probablemente el mejor golpe de mi vida», confesó luego. «Lo recordaré toda mi vida».

Su triunfo reivindica al LIV, un circuito que hasta ahora sólo había sumado un grande con uno de sus militantes, el PGA Championship de 2023 con Brooks Koepka. El tour impulsado por el capital del Fondo Público de Arabia Saudí (PIF) necesitaba una victoria para exponer con hechos su calidad. Igual que Koepka sostuvo el año pasado al LIV, este año cuando se esperaba que lo hiciera Jon Rahm, lo está haciendo el golfista científico, líder de los Crushers en la liga alternativa.

DeChambeau, además, también reivindica su figura. Durante la pandemia trabajó para crear un físico de culturista con el que creía que ganaría distancia. Lo que consiguió, aunque ganó el US Open, fue hincharse y descubrir muchas intolerancias en la dieta, a los lácteos, el gluten… Desde entonces, tampoco había dibujado un gran carrera, sólo entonada en la última parte de 2023 con dos victorias en el LIV Golf, en Greenbier y Chicago. En el primero de ellos con una tarjeta final de 58 golpes.

Sucedió además en Pinehurst, un recorrido que sale reforzado de esta edición. Sin un rough robusto como suele estilarse en un US Open, con calles anchas, la tecnología en manos de los mejores jugadores del planeta sólo consiguió ganar con seis golpes bajo par. Únicamente once jugadores bajaron del par del campo. Pero tiene unos greenes truculentos que son infernales.