Fuente: https://ideastextuales.com



Lo que nos encandila de ella es su capacidad para hacer más eficientes los procesos que antes requerían esfuerzo humano, desde la producción industrial hasta los servicios de salud. Sin embargo, la tecnología tiene un costo enorme que a menudo queda fuera del discurso oficial. En la actualidad, interactuar con un modelo de IA cuesta diez veces más que una búsqueda tradicional en Google. Las cifras revelan una verdad incómoda. La tecnología que promete resolver el futuro consume una cantidad desproporcionada de recursos en el presente.

Las oficinas de los gigantes tecnológicos se han convertido en fortalezas hambrientas de energía. Colosos que resplandecen con la promesa de un futuro tecnificado, pero que a la vez ocultan un hambre feroz por electricidad. Amazon, Google y Microsoft, las tres bestias tecnológicas que dominan el mercado de la (IA), están en el centro de este laberinto energético, generando tanto expectativas de progreso como preocupaciones ambientales.

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La (IA) no es solo un juego de algoritmos y códigos. Es una industria que demanda una cantidad colosal de electricidad. Los centros de datos que soportan este universo digital consumen una energía que, para 2027, podría equipararse a la de países enteros. La imagen es clara. El desarrollo tecnológico tiene un apetito insaciable, y la IA, más que cualquier otro invento reciente, exige niveles de consumo que pocos imaginaban posibles. Para poner en contexto, solo ChatGPT, el sistema que se convirtió en la estrella de la IA generativa, consumió cerca de 1,287 megavatios-hora durante su fase de entrenamiento. La electricidad, en este caso, no es una simple fuente de energía, es el oxígeno que mantiene a flote la utopía tecnológica.

Las gigantes tecnológicas, que en un principio apostaron por las energías renovables como el viento y el sol, han girado hacia la energía nuclear en su desesperación por mantener el ritmo de desarrollo. La razón es simple, los reactores nucleares pueden generar electricidad limpia, sin las interrupciones que sufren las energías renovables cuando el viento no sopla o el sol no brilla. En este cambio de estrategia, Google, Amazon y Microsoft han cerrado acuerdos millonarios para reactivar plantas nucleares o desarrollar nuevos reactores modulares, una tecnología aún en fase experimental pero que, según los expertos, podría transformar la manera en que alimentamos a los centros de datos.

Es un giro irónico. Las mismas empresas que lideraron el camino hacia un futuro verde ahora coquetean con una fuente de energía que ha sido objeto de controversia por décadas. La narrativa oficial pinta a la energía nuclear como una solución necesaria para reducir las emisiones de carbono y enfrentar el aumento desmesurado en la demanda de electricidad. Sin embargo, los críticos señalan que la energía nuclear no ha superado los problemas de costos excesivos, riesgos de seguridad y el manejo del combustible nuclear usado. En este laberinto, las promesas de sostenibilidad parecen perderse entre el humo de las torres de enfriamiento.

El debate sobre la (IA) y su impacto en el mundo actual es uno que seguirá intensificándose en los próximos años. La tecnología tiene un potencial incalculable para transformar industrias y mejorar la vida de millones de personas. Pero también conlleva riesgos que no deben ser ignorados. La pregunta clave sigue siendo: ¿podemos encontrar un equilibrio entre el progreso tecnológico y la sostenibilidad ambiental?

Es inevitable que la IA continúe su avance imparable, pero la verdadera cuestión es cómo gestionaremos el precio de su desarrollo. Los gigantes tecnológicos han apostado su futuro en esta carrera, pero la factura de su ambición podría ser demasiado alta para el planeta. Mientras tanto, nosotros, los simples usuarios, seguiremos asombrados ante el poder de la IA, pero quizás cada vez más conscientes de lo que realmente implica mantener ese futuro en funcionamiento.

Como suele ocurrir con las grandes promesas del progreso, la inteligencia artificial tiene el potencial de hacernos más eficientes, más conectados y más productivos. Sin embargo, al igual que los antiguos alquimistas que soñaban con transformar el plomo en oro, estamos descubriendo que hay un costo oculto en cada avance. En este caso, es un costo que el planeta ya está comenzando a sentir.

Por Mauricio Jaime Goio.