El alto precio del negacionismo climático

Por Mauricio Jaime Goio.

Llevamos mucho tiempo discutiendo sobre el cambio climático. Incluso se han puesto fechas de irreversibilidad. Todo el mundo habla mucho, pero, en resumidas cuentas, hace poco. Algunos por comodidad, pensando que la solución les corresponde a las autoridades, y otros simplemente por escepticismo. Se niegan a aceptar que después de más de 200 años de expoliar el ambiente y arrojar CO2 indiscriminadamente a la atmósfera la indiferencia se nos devuelve directo al rostro. Y no es porque la naturaleza se tome revancha o alguna divinidad furiosa nos cobre la cuenta. Simplemente hemos alterado los equilibrios y eso si nos pasa la cuenta.



Los españoles se han enterado dramáticamente de los efectos de no hacer nada. La Dana —una depresión atmosférica en niveles altos producto del calentamiento del Mediterráneo— azotó una parte de su territorio con lluvias torrenciales que colapsaron calles y barrios enteros. Coches arrastrados, estaciones de metro inundadas y cientos de muertos se convirtieron en parte de un paisaje que sobrecoge. Las tormentas dejaron a su paso destrucción y una reflexión dolorosa. El cambio climático está aquí. Y, sin embargo, aún persiste un negacionismo que alimenta la inacción.

Negar el cambio climático en pleno siglo XXI, cuando la ciencia es abrumadora en sus hallazgos, podría parecer una contradicción difícil de entender. El fenómeno se asienta en un terreno psicológico, social y político más complejo de lo que parece. En las zonas afectadas, a menudo escuchamos que el cambio climático “es algo lejano” o que “siempre ha habido tormentas”, argumentos que parecen justificar la inacción y que ilustran una estrategia de evasión ante una amenaza aterradora.

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Los expertos explican que el fenómeno psicológico de la negación climática responde a una tendencia humana a evitar aquello que produce ansiedad. La llamada ecoansiedad —una angustia generada por la percepción de un futuro amenazador debido al deterioro ambiental— afecta ya a millones de personas en el mundo. En lugar de confrontar esta realidad, la negación ofrece un alivio temporal que, sin embargo, a la larga solo profundiza el problema.

También tenemos la influencia de los sectores políticos y económicos,  crucial para entender por qué el negacionismo sigue presente. La transición hacia energías limpias y sostenibles plantea retos y costos. Sectores de la industria, especialmente aquellos ligados a los combustibles fósiles, ejercen una presión considerable sobre las decisiones políticas, financiando discursos que siembran dudas o minimizan el impacto del cambio climático. La manipulación del discurso permite que la emergencia climática se convierta en una “opinión” y no en un hecho, lo que a su vez alimenta la politización y la falta de consenso para actuar.

Detrás del negacionismo subyacen, por cierto, fundamentos culturales profundos. La modernidad, con su ideal de progreso y su promesa de bienestar material, ha llevado a una relación con la naturaleza que valora la explotación por encima de la preservación. Este modelo consumista, exacerbado en las últimas décadas, es una trampa sutil. Disfrutamos de comodidades que difícilmente queremos abandonar, mientras el planeta paga un precio cada vez más alto. Para muchos, las acciones para reducir el impacto ambiental —como cambiar hábitos de transporte o reducir el consumo de bienes— suponen una “pérdida de libertad”, un sentimiento que exacerba la resistencia cultural a cualquier transformación.

Este contexto cultural también hace difícil que el cambio climático se perciba como una amenaza inmediata. La percepción de que “siempre habrá tiempo” choca con la realidad científica, que advierte que el cambio ya está aquí, alterando el clima y las estaciones. Los valencianos, que han visto cómo las Dana impactan su vida, son testigos de un presente climático cada vez más extremo, pero muchos aún sienten que los cambios necesarios pertenecen al futuro, o a otras latitudes.

Las consecuencias del cambio climático se expresan a nivel físico como psicológico. Los desastres naturales incrementan la ansiedad y el dolor en las comunidades afectadas. Desde la pérdida de hogares y medios de vida hasta el dolor de ver transformarse el entorno en un lugar hostil afecta la salud mental de personas que ven en su propio país un cambio climático tangible e implacable. Psicólogos climáticos han acuñado términos como solastalgia, una nostalgia dolorosa por el hogar en un lugar que aún no se ha abandonado pero que parece perderse poco a poco bajo los efectos del cambio climático.

La percepción de que los gobiernos no están haciendo lo suficiente para enfrentar el problema incrementa la sensación de desesperanza. Para muchos jóvenes, la inacción de las autoridades es tan frustrante como la emergencia misma. Esta ansiedad encuentra ecos en manifestaciones masivas, desde las marchas climáticas hasta el activismo en redes sociales, pero la falta de políticas públicas concretas alimenta el ciclo de negación y frustración.

La urgencia del cambio climático demanda una acción inmediata, y romper el ciclo del negacionismo es el primer paso. Las políticas para reducir emisiones, la promoción de energías limpias y la implementación de medidas de adaptación son fundamentales. Pero el cambio real requiere algo más profundo. Una transformación cultural que valore la sostenibilidad y reconozca que el bienestar futuro depende de las decisiones de hoy.

Para que la negación del cambio climático pierda terreno, es necesario que la sociedad comprenda la conexión entre su estilo de vida y el deterioro ambiental. En este sentido, educar sobre la realidad del cambio climático y su impacto individual puede ayudar a generar una conciencia ambiental genuina. Al igual que en el caso de Valencia, muchas regiones del mundo ven ya sus propios “Dana”, eventos climáticos extremos que transforman los paisajes y vidas de miles de personas. Estos desastres no solo revelan la gravedad del cambio climático, sino también la urgencia de que todos —ciudadanos, empresas y gobiernos— rompan con la indiferencia y el negacionismo.

Enfrentamos el reto de ajustar nuestra relación con el planeta y transformar la política, la economía y la cultura hacia un modelo sostenible. La Dana de Valencia no fue solo un evento climático. Fue un recordatorio brutal de que el cambio climático no espera, y que negarlo no lo hará desaparecer. La única solución es asumirlo, enfrentarlo y trabajar por un futuro donde las tormentas no sean la nueva normalidad.

Por Mauricio Jaime Goio.

Fuente: Ideas Textuales

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