Por accidente o desconocimiento—que, dicho sea de paso, no tiene por qué dominar—Mario del Alcázar acaba de exponer una realidad innegable: la democracia está en crisis y en decadencia.
Sus problemas estructurales han reducido el sistema democrático a un simple mecanismo electoral, incapaz de garantizar pluralismo real. En su estado actual, la democracia no fomenta el debate, sino la polarización, permitiendo que las mayorías impongan su voluntad sobre las minorías sin considerar alternativas racionales.
La promesa de la democracia representativa, aquella que afirma gobernar en beneficio del pueblo, se ha convertido en una ilusión donde el populismo, la desinformación y la falta de criterio dominan las decisiones políticas. En el fondo, el sistema no asegura gobiernos inteligentes ni competentes.
La igualdad de voto, si bien noble en teoría, da el mismo peso a los informados que a los ignorantes, permitiendo que las elecciones sean decididas por ciudadanos que muchas veces desconocen los fundamentos de economía, política o derecho. No es una acusación nueva: algunos académicos han denominado este fenómeno el «gobierno de los ignorantes», donde el voto responde más a emociones y lealtades que a conocimiento y racionalidad.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Ante este escenario, algunos intelectuales han propuesto reformas radicales o incluso la sustitución del modelo democrático tradicional.
Tres de las alternativas más discutidas son la epistocracia, que restringe el derecho al voto según el nivel de conocimiento y capacidad de los ciudadanos, permitiendo que quienes demuestren mayor preparación tengan más influencia en la toma de decisiones; la demarquía, que reemplaza las elecciones con un sistema de sorteo que seleccione ciudadanos capacitados para tomar decisiones políticas, eliminando la influencia de partidos y el populismo electoral; y la «gobernanza tecnocrática», un modelo en el que las decisiones clave no recaen en políticos electos, sino en expertos en cada materia, aunque sin eliminar por completo la democracia.
Curiosamente, fue el propio Del Alcázar quien, aunque sin profundidad teórica, mencionó una de estas alternativas: la epistocracia. Lo hizo a su estilo, pero no deja de ser revelador que incluso fuera de los círculos académicos surjan cuestionamientos sobre la viabilidad de la democracia tal como la conocemos.
Bolivia enfrenta un problema serio, uno que se vuelve más evidente cada cinco años, pero que sufrimos a diario: la fragilidad de su democracia. Existen alternativas, pero estas suelen discutirse en sociedades donde el debate político alcanza mayor profundidad y no se reducen a incidentes virales en redes sociales.
Mientras tanto, en nuestro país, los cuestionamientos sobre la democracia—por más legítimos que sean—siguen atrapados entre la indignación superficial y el espectáculo mediático. La verdadera discusión sigue pendiente.