Existen muchos políticos en el mundo – en Bolivia, muy especialmente – que esperan ansiosos los procesos electorales para obtener ventajas personales. Pueden ser jóvenes o viejos políticos, que obtienen una sigla legalmente inscrita en los tribunales electorales. Estos elementos saben de antemano que no tienen la fuerza suficiente para lograr una presencia parlamentaria importante, pero eso no les interesa, porque el negocio está en el curso de las elecciones o después, en el momento en que se designa al jefe de Estado en el Parlamento, cuando ellos son necesarios si no ha existido una mayoría indispensable en primera vuelta o cuando faltan pocos votos para lograrla y darle nuevo curso a la historia del país.
Son unas especies de garrapatas que se prenden de los cuerpos fuertes a quienes convierten en sus huéspedes para poder sobrevivir, porque sin ellos morirían inevitablemente. Estos políticos – garrapatas o ácaros – están clasificados entre los parásitos más odiosos, porque, además de vivir chupando la sangre de su víctima hasta engordar, inflándose, son venenosos si se los quiere combatir. Introducen en su víctima sus pinzas diminutas, pero infecciosas y luego su cabeza y cuando empiezan a alimentarse no hay poder humano que las retire por las buenas. Si algo tienen estas garrapatas de la política es que son extremadamente pacientes y esperan el momento indicado para actuar.
En la política boliviana las garrapatas o ácaros actúan con inusitada frecuencia. Aparecen en decenas, con líderes conocidos o no, pero siempre con nuevas ofertas, a las pocas almas ingenuas que los siguen y con logos y banderolas de nuevo estilo y atractivos colores. Con himnos a ritmo de reguetón para atraer al público. Buscan fotografiarse con quienes serán sus víctimas, los candidatos fuertes, y tienen la particularidad de lucir amplias sonrisas, como promesa de éxito.
Estas garrapatas han provocado graves consecuencias en la política nacional, porque como no tienen doctrina sino interés, son capaces de cometer cualquier desmán. Hemos visto, sin ir muy lejos en nuestra propia Asamblea Legislativa, que existen leyes empantanadas durante semanas o meses por falta de dos o tres votos. Las garrapatas, pacientes, esperan, porque de golpe se dan cuenta de que para que una ley se apruebe su voto es decisivo. Son dos votos los que faltan, o tres, entre 130 diputados que se disputan en partes iguales la aprobación de la norma, pero ninguno cede. Es la hora de la garrapata. Ha estado alimentándose de pigricias, pero la oportunidad ha llegado.
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Ahora pueden inflarse. No interesa lo que diga la ley en discusión. No la han estudiado. No importa si beneficia al país o no. Lo que importa es quién da más prebendas por su apoyo. Falta un voto o faltan dos: ¿Qué le dan a cambio? Las garrapatas – una o más – van a pedir dinero, en “metálico”, que es para lo que se han preparado. Además de un sitio en la directiva de la Cámara y unos ítems en cualquier institución del Estado, para satisfacer a las garrapatitas. Los famosos “maletines negros” vuelven a aparecer y el resto de los diputados chillan endemoniados reclamando, porque no saben para quienes están destinados.
Las garrapatas son una peste en la política nacional, porque, sin tener electores, pueden convertirse en el fiel de la balanza. Los partidos, por lo general, nacen pequeños, pero unos con ideales y otros con intereses. A las garrapatas solo les interesa la especulación política, jamás los ideales. Gastan dinero, a veces mucho, para obtener solo dos, tres, o cuatro diputados, sabedores de que luego recuperarán con creces lo gastado. Sin embargo, son diputados fantasmas, que no se sabe para donde van a disparar. Están calculando permanentemente donde deben acomodarse para lograr algún beneficio, pero si han errado en su cálculo, no tienen inconveniente en pasar de la oposición al oficialismo, de una tienda a otra, con tal de lograr el objetivo: beneficiarse.
En las elecciones que vienen en agosto nos vamos a encontrar con las mismas caras – y otras nuevas, seguramente – que son las garrapatas, que, cuando son muchas, hasta pueden hacer variar el voto de los ciudadanos convencidos de que la democracia existe y que es perfecta. Solo una alianza sólida, cuando existe acuerdo de partes, cuando hay respeto entre los líderes, cuando la palabra cumplida es la norma, las garrapatas no tienen cabida. Esperemos que esta vez la alianza democrática en ciernes no necesite sino de su propia fuerza o de aliados respetables.