Uno de los argumentos más usados para justificar la intervención estatal en la economía es que el mercado tiene “fallas” y que estas deben ser corregidas o al menos amainadas con políticas públicas. La idea es que si dejamos que la gente intercambie bienes y servicios de forma voluntaria y sin supervisión gubernamental se producirán efectos negativos (o positivos) que harán que las personas involucradas (o no involucradas) cambien su comportamiento. De acuerdo con este argumento, dichos cambios de comportamiento harán que la economía sea ineficiente y se aleje de una teórica maximización del bienestar social.
El caso clásico de una supuesta “falla” de mercado es lo que los economistas llaman “externalidades.” Estas suceden cuando una transacción voluntaria entre dos personas afecta negativa o positivamente a una tercera. Comprar cigarrillos es una transacción privada entre dos partes, pero el minuto en que la persona empieza a fumar, esta causa un efecto negativo entre los que están a su alrededor (o positivo si estos disfrutan del olor a tabaco). El argumento establece que el efecto negativo no es compensado por el mercado lo cual causa una reducción del supuesto bienestar social. Si el efecto es, en cambio, positivo, el argumento es que la sociedad no está produciendo suficientes cigarrillos en comparación a una situación en la que esa externalidad positiva se hubiera considerado. Si le cuesta pensar en cigarrillos produciendo una externalidad positiva piense en la educación o el mantenimiento de su jardín o la acera de su casa. Usted paga por esos bienes o servicios, pero no es compensado por el efecto positivo que causa en los demás.
La solución de texto para las externalidades involucra la intervención estatal: castigar con impuestos los bienes y servicios que consideremos generan externalidades negativas y subsidiar (usando recaudación impositiva, por supuesto) aquellos que consideremos generan externalidades positivas.
Otro caso clásico de “falla” de mercado es el de la asimetría de información. De acuerdo con este argumento, existe una pérdida de bienestar social cuando en una transacción una de las partes sabe mucho más acerca del bien o servicio transado que la otra. Esta asimetría podría hacer que la parte con menos conocimiento sea engañada o no se beneficie de la transacción y por lo tanto tenga menos incentivos a participar del mercado. Piense en esto la próxima vez que vaya al médico o lleve su auto al taller. El doctor y el mecánico saben mucho más que usted que puede estar aquejando a su cuerpo o a su vehículo. Esto puede hacer que usted desconfíe y no quiera participar del mercado. La solución de texto involucra, otra vez, la intervención estatal: el gobierno puede proveer el servicio (hacerlo un bien público o estatal) o regular estrictamente el precio y las condiciones bajo las cuales se transa en el mercado.
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Finalmente están los casos de monopolio o falta de competencia. Que haya una sola empresa proveyendo el bien o servicio es una supuesta “falla” porque la falta de competencia hará que el monopolio suba el precio y baje la calidad del producto dado que no tiene incentivos a pelear por clientes. Y la solución es otra vez la misma: hacer que el gobierno provea el bien y se comporte como si existiera competencia o regular al monopolio obligándolo a bajar el precio y mejorar la calidad.
Pero, aunque todo esto suene muy lógico, existen al menos dos problemas fundamentales con el argumento de las “fallas” de mercado. El primero es que las externalidades y la asimetría de información no son “fallas,” sino características propias de la realidad. ¿Diría usted, por ejemplo, que un lindo parque en la ciudad tiene una “falla” porque tenemos que recoger las hojas de los árboles en el invierno? ¿Consideraría usted que un rico pejerrey tiene una “falla” porque debemos tener cuidado con las espinas o que un durazno tiene “fallas” porque no nos gusta la pelusa de su cáscara?… No tiene mucho sentido, ¿verdad? Las cosas son como son y es un poco ingenuo considerarlas fallidas porque las comparamos con un teórico estado de perfección o Nirvana que no es parte de la naturaleza.
Pues lo mismo aplica a las externalidades y a la asimetría de información. Es imposible no generar efectos externos viviendo en sociedad. Todo producto lo hace. Si compro una linda camisa puede que genere una externalidad positiva en la gente que me mire pasando por la calle o puede que genere una externalidad negativa si la gente tiene otros gustos. Si me resfrío y me quedo en casa curándome genero una externalidad negativa en la gente que esperaba la charla que iba a dar, pero una externalidad positiva a los demás porque no los contagio. De hecho, es muy posible que muchas de mis acciones puedan causar externalidades negativas y positivas en la misma persona al mismo tiempo. ¿Es entonces razonable plantear que el Estado deba resolver todas las externalidades para crear un mundo “perfecto”? Una forma de hacerlo, por ejemplo, consistiría en obligarnos a todos a vivir dentro de burbujas de plástico y sin contacto con nadie más de tal forma de que nada de lo que hacemos no afecte a terceros. ¿Le gustaría vivir en un mundo así, sin “fallas”?
Es también un poco ingenuo tratar de eliminar asimetrías de información. Estas están presentes en todas las transacciones, todas, y no solo las de medicina o mecánica de autos. Si usted compra un tomate usted sabrá mucho menos que el agricultor sobre como fue producido, qué insecticidas se usaron, etc. Si usted compra un pasaje de avión usted sabrá mucho menos que la aerolínea acerca del avión que utilizará, cuando le dieron mantenimiento, que tan seguro es, etc. Si usted compra un teléfono, una casa, un pastel, un par de zapatos, o lo que usted quiera, no podrá evitar nunca la asimetría de información. De hecho, la asimetría de información es el resultado natural de la especialización y el comercio que tanta riqueza han generado. Es más, cuando estas asimetrías son elevadas, los mercados han encontrado maneras creativas y eficientes de lidiar con ellas, como las referencias, la reputación, los comentarios en los portales de compra como Amazon, etc.
Piense ahora en los monopolios. ¿Puede dar un ejemplo de un monopolio privado, un caso en el que exista una sola empresa en el mercado? Son muy pocos y la inmensa mayoría son estatales, no privados, y típicamente existen porque el gobierno pone alguna barrera regulatoria a que otras empresas entren al mercado. Es más, en los casos en que existe una sola empresa, pero no hay barreras regulatorias a la entrada, estas empresas tienden a comportarse muy bien (competitivamente) por temor a la amenaza de entrada.
Como vemos, las supuestas “fallas” de mercado solo son tales cuando se compara la realidad con un Nirvana de perfección inalcanzable, no con la realidad.
El segundo problema fundamental del argumento de las “fallas” es que aun si pudiéramos imaginar un mundo perfecto, Nirvánico e irreal, ese mundo estaría cambiando todo el tiempo y sería imposible tomarlo como un parámetro a alcanzar. Esto pasa porque nuestro conocimiento y nuestras preferencias (lo que gustamos y lo que no) cambian permanentemente y en cuestión de segundos en nuestras mentes y es, por lo tanto, imposible calcular una sumatoria de las mismas para definir un imaginario “bienestar social.”
Déjenme agregar un tercer problema del argumento de “fallas” de mercado. ¿Quién se supone que debería corregirlas? El Estado. ¿Y qué es el Estado sino un grupo de políticos que piensan que saben lo que nosotros preferimos? Las fallas del Estado tratando de corregir las “fallas” de mercado y de delinear una sociedad a su imagen y semejanza sí que son tangibles y tremendamente perniciosas.
Antonio Saravia es PhD en economía (Twitter: @tufisaravia).