Minería informal: Los “poceros”, el eslabón con más riesgos y tragedias de la fiebre del oro


Sin contar con equipos sofisticados ni medidas de seguridad, estos mineros improvisados se enfrentan a condiciones extremas para obtener pequeñas cantidades del metal precioso
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Foto: Fundación Solón

Fuente: ANF

La fiebre del oro en Bolivia es un fenómeno social que involucra a diversos actores, más allá de las cooperativas mineras. Si bien estas organizaciones suelen ser las principales protagonistas en la extracción de recursos, existen otros grupos importantes en la dinámica de la minería informal. Entre ellos, los “poceros” representan el eslabón más vulnerable y expuesto a riesgos, según el estudio “La ruta del oro boliviano: Del yacimiento al mundo”, elaborado por la Fundación Solón.

Los poceros son trabajadores informales que acceden de manera autónoma a las pozas de las operaciones mineras para extraer oro manualmente. Sin contar con equipos sofisticados ni medidas de seguridad, estos mineros improvisados se enfrentan a condiciones extremas para obtener pequeñas cantidades del metal precioso.



La jornada de los poceros inicia antes del mediodía. Hacia las 11 de la mañana, comienzan a reunirse en las inmediaciones de las pozas, pese a que los acuerdos con las cooperativas estipulan que solo pueden ingresar a partir del mediodía, cuando cesa el uso de maquinaria pesada. Llegar temprano es una estrategia necesaria para asegurar los mejores puntos de extracción.

A medida que avanza la mañana, el número de poceros se incrementa. Entre ellos se pueden encontrar parejas, madres con hijos, amigos y trabajadores solitarios. Armados con bateas, barretas, bolsas de mercado, palas, botas de goma e incluso cascos de plástico improvisados, se preparan para la ardua labor.

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El ingreso a la poza es un momento de tensión. Al darse la señal, los poceros irrumpen corriendo en la poza, compitiendo ferozmente por los mejores sitios. Según testimonios recogidos en el estudio, “en la poza no hay amigos ni vecinos, solo competencia”. La urgencia del momento elimina diferencias de edad o género y, en ocasiones, los más débiles son desplazados sin consideración.

El tiempo de trabajo dentro de la poza está oficialmente limitado a una hora, pero los poceros suelen prolongar su estancia. Para desalojarlos, el personal de las cooperativas enciende nuevamente la maquinaria pesada, generando condiciones peligrosas para forzar su salida. En algunos casos, se contratan vigilantes, conocidos como “atajadores”, para impedir estos ingresos no autorizados.

A pesar de las restricciones, los poceros han desarrollado estrategias de resistencia. Utilizan grupos de mensajería para coordinar ingresos masivos y esquivar los controles. Cuando se implementan barreras más estrictas, organizan incursiones en mayores números para desbordar la vigilancia.

El trabajo de los poceros está marcado por riesgos constantes. Las pozas pueden alcanzar hasta 20 metros de profundidad y el suelo es inestable. Los deslizamientos de grava pueden sepultar a los trabajadores en cuestión de segundos. En muchas ocasiones, los propios poceros intentan rescatar a sus compañeros atrapados, sin éxito.

Otro peligro latente es el aumento repentino del caudal de los ríos. Si el nivel del agua sube inesperadamente, los trabajadores quedan atrapados sin posibilidad de escape. Las tragedias de esta naturaleza son frecuentes y pocas veces registradas oficialmente.

Las cooperativas, por su parte, han implementado tácticas para desincentivar la actividad de los poceros. Entre ellas, el cese del bombeo de agua durante los descansos, lo que impide que los trabajadores accedan a los estratos inferiores de las pozas. Sin embargo, los poceros han ideado respuestas extremas para continuar su labor.

Una de estas prácticas consiste en la extracción de grava bajo el agua. Mientras uno de ellos se sumerge para recoger el material, su compañero lo sostiene desde la orilla para prolongar su tiempo bajo el agua. Este método, aunque efectivo, es extremadamente riesgoso y ha resultado en numerosas muertes.

El estudio de la Fundación Solón destaca que la minería informal, lejos de ser un fenómeno aislado, es una consecuencia de la estructura misma de la fiebre del oro en Bolivia. La falta de regulación efectiva y las condiciones de pobreza impulsan a miles de personas a convertirse en poceros, a pesar de los peligros.

A pesar de los riesgos, la minería informal sigue atrayendo a nuevos trabajadores. La esperanza de encontrar unas pocas pepitas de oro es suficiente para que cientos de personas desafíen la muerte diariamente en las pozas.

El destino de los poceros sigue siendo incierto. Mientras no existan alternativas económicas viables para estas comunidades, es probable que la actividad continúe, con todas sus implicaciones humanas y ambientales. El oro extraído con tanto sacrificio por los poceros sigue su ruta hacia los mercados internacionales, dejando tras de sí una estela de tragedias y precariedad.


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