Hoy, se conmemora el día internacional de la mujer. No es un día para celebrar ni para recibir flores y abrazos. Es una fecha para reivindicar los derechos de las mujeres, y el todavía largo camino que debemos recorrer para lograr la equidad y la igualdad de derechos con los hombres.
Es verdad que avanzamos mucho en los últimos años, y resulta innegable que conquistamos muchos derechos, sobre todo políticos, como la paridad y alternancia, pero también es evidente que todavía en el mundo, y en nuestro país, las mujeres conforman la mayoría de los analfabetos, son la mayoría de los pobres, ganan menos dinero que los varones por el mismo trabajo, constituyen dos tercios de las víctimas de trata de personas y los feminicidios son la plaga de nuestro tiempo.
Cuando llegamos a puestos importantes, o desempeñamos cargos, que hasta hace poco estaban reservados sólo a los hombres, como es mi caso, el camino se vuelve cuesta arriba y lleno de tropiezos y obstáculos. Yo puedo testimoniar, como las mujeres, sobre todo las más jóvenes, somos víctimas de todo tipo de agresiones cuando nos atrevemos a irrumpir en el mundo del poder y donde se toman las decisiones.
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Hace pocos días, por ejemplo, cuando realicé una propuesta al bloque de unidad de la oposición, fui inmediatamente descalificada por un señor mayor y experimentado político, y luego atacada en las redes sociales por un ejército de “guerreros digitales”.
Lamentablemente, ese tipo de reacción no es una sorpresa. Cuando una mujer joven plantea algo que no les gusta, o amenaza el poder de algunos varones, la respuesta siempre es violenta y descalificadora. Hace más de cuatro años que soy diputada y así ha sido invariablemente. De hecho, actualmente estoy enjuiciada por un diputado acusado de pedofilia, solamente por haberme negado a compartir un set de televisión con ese despreciable sujeto.
A mi naturaleza de mujer y joven, que la cultura machista considera deméritos para ejercer cargos de responsabilidad política, en mi caso he tenido que soportar, además, la discriminación por ser cruceña. En un ambiente cargado de hostilidad y discriminación por parte de los diputados y diputadas del MAS, sufrí acoso político, ataques y hasta agresiones físicas, todo este tiempo, por el hecho de ser mujer, joven y cruceña.
Pero lejos de intimidarme, asustarme o rendirme, hoy me siento más empoderada y decidida que nunca. Creo que las mujeres, sobre todo las jóvenes y en mi caso particular, las cruceñas, tenemos el derecho y la obligación de reclamar nuestro lugar en la toma de decisiones. Debemos exigir, con vehemencia y sin desmayo, que nos respeten y nos consideren iguales y con los mismos derechos que los varones, en todos los campos.
Por todo eso, aprovecho este 8 de marzo, para enviarles a todas las mujeres de Bolivia, mi mensaje de sororidad y compromiso en la lucha por hacer prevalecer nuestros derechos a la igualdad, la libertad y la democracia.