Pese al rol clave que jugaron tres mujeres en la estabilización institucional en 2019 y la consolidación de figuras clave en países vecinos, en Bolivia las mujeres siguen relegadas de los cargos de peso
Fuente: El País.bo
Quedan poco más de seis semanas para confirmar una de las variables comunes de esta precampaña: Bolivia no es país para presidentas.
De momento solo Amparo Ballivián, jubilada del Banco Mundial y con una trayectoria de peso en los organismos internacionales, donde estas cosas de la igualdad están normalizadas con o sin cuoteos, ha alzado la voz como candidata, aunque su estrato social y su baja proyección le dificulta el salto.
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Es curioso porque en el momento más reciente de alta tensión política institucional fueron tres mujeres las que tomaron las riendas de los poderes para volver a colocar a Bolivia en el camino de la democracia: Jeanine Áñez asumió la presidencia en 2019 y tomó las decisiones oportunas para ir a unas elecciones rápidas; Eva Copa asumió la presidencia del Senado y contribuyo a la estabilidad institucional garantizando la representación de la mayoría popular y Cristina Díaz Sosa asumió la presidencia del Tribunal Supremo de Justicia evitando que aquello se convirtiera en una subasta despiadada.
Todos sabemos lo que pasó después: El grupo de hombres que acompañaba a Áñez – de Erik Foronda y Arturo Murillo a Yerko Núñez y Samuel Doria Medina – la impulsaron como candidata diseñando una estrategia de mano dura total contra el masismo que acabó en fiasco, pues ni siquiera logró candidatear. El grupo de hombres que controlaba el MAS que Copa logró mantener a salvo no la consideró ni siquiera como candidata a la alcaldía de El Alto, se armó su candidatura y ganó con el 70%. Mientras, a Sosa la apartaron del cargo en una sesión irregular ni bien el MAS volvió al poder.
El problema no parece ser solo de nombres, sino de entregar la confianza desde los cuadros en formación y cumplir etapas dentro de los partidos. Michelle Bachelet fue la gran operadora de la Concertación antes de ganar la presidencia en Chile, CFK era mucho más que la esposa de Kirchner y Dilma Rousseff acumuló todo el poder posible en el gabinete de Lula hasta que nadie le pudo disputar la candidatura. En Perú Keiko Fujimori es todas las cosas y en Ecuador Luisa González es la esperanza del correísmo por derecho propio. Más arriba, Xiomara Castro lleva años gobernando entre las sombras de Honduras, un país líder en violencia machista, y por encima de todos, Claudia Sheinbaum, brilla en México, donde las dos candidatas principales fueron mujeres, y se ha convertido ya en el faro de la izquierda nacional de la región.
En Bolivia uno de los grandes problemas es precisamente que los partidos no existen, y quien sabe si es precisamente por la ausencia de cuadros que se sacrifiquen por el conjunto por lo que esos partidos no prosperan.
Dudas partidarias
El MAS es el único partido que ha funcionado como tal en los últimos 25 años, aunque su esquema tiene que ver con la participación de los movimientos sociales, donde a su vez, se cuotean cuadros por intereses cruzados.
Aún así, aunque ha tenido cuadros importantes tanto a nivel del Pacto de Unidad como en el gabinete de ministros, nunca han dado un paso más en la lucha por el poder. En su momento hubo cuadros bien formados y con ideas muy claras sobre la izquierda nacional, quizá demasiado progresistas para sus contemporáneos: Nardi Suxo, Carmen Almendras, Cecilia Chacón, Pilar Lizárraga, etc., le hubieran permitido al MAS conectar con otros sectores y profundizar su revolución, pero no lo hicieron.
Hubo cuadros que asumieron responsabilidades en el Legislativo, como Adriana Salvatierra y Gabriela Montaño, pero nunca fueron realmente consideradas para un binomio, algo parecido a lo que pasa ahora en el MAS arcista que gobierna la ministra de la Presidencia, Marianela Prada, pero sin concederle demasiada visibilidad.
En el arco opositor las situaciones han rozado con el surrealismo en diferentes ocasiones, e incluso algún candidato ha bromeado con ir a buscar “vicepresidenta a Santa Cruz”, como si de una conquista se tratara.
Tuto Quiroga utilizó a Tomasa Yarhui en 2014, que le daba perfil de mujer, además, indígena; y Carlos Mesa en 2019 dijo que no podía asumir una vicepresidenta mujer pero que como premio de consolación o algo así, llevaría todas las primeras senadoras mujeres. Y se hizo foto. Curiosamente en 2020 sustituyó la mujer tarijeña por Rodrigo Paz Pereira y ya no se hizo foto. Samuel Doria Medina, que en 2014 amenazaba con “mandar a Trinidad” a algunas colaboradoras que denunciaban violencia de género, hizo el “esfuerzo” de sumarse como vicepresidente a la fórmula diseñada para Jeanine Áñez, pero por lo general no es un factor que le preocupe demasiado, como tampoco lo es en Demócratas, en UNIR, en el PDC o para quién sea que lleve a Chi Hyun Chung de candidato.
Ni el claro ejemplo de 2019 ni los años posteriores, donde las mujeres han sido claves en la dinamización de la vida parlamentaria – Luisa Nayar, Cecilia Requena, Andrea Barrientos, Luciana Campero, Toribia Lero, atc., – han servido – hasta ahora – para que sus nombres suenen como alternativas.
¿Es Bolivia un país para presidentas? ¿Cuál es la razón por la que no logran alcanzar los puestos clave?
Fuente: El País.bo