Camacho: la rebelión, la fe y el olvido


Hay momentos en la historia en los que la lógica se quiebra, en los que los cálculos políticos se hacen trizas, y los pueblos se encuentran siguiendo a un líder que jamás estuvo en el libreto del poder. Así fue la aparición de Luis Fernando Camacho en la escena nacional. Así irrumpió en la conciencia colectiva de Bolivia, como una tempestad nacida en Santa Cruz, con una Biblia en alto y una promesa de libertad.

Camacho no fue obra de un partido ni de un plan político. Fue un instrumento. Un hombre elegido (sí, elegido) para cumplir un propósito que iba más allá de él mismo. En un país sumido en la desesperanza, él encarnó la resistencia, la rebelión moral, el despertar de una nación que había perdido la voz entre decretos, pactos oscuros y una política transformada en culto a la mentira y a la personalidad.



Pero para entender la profundidad de lo que ocurrió, hay que volver un poco más atrás. Hay una escena que pasó casi desapercibida en medio del caos, pero que contiene una clave espiritual ineludible, en la que García Linera, en toda su arrogancia, entró al Palacio con una Biblia en la mano y la leyó mal ante los medios. En su afán de mostrarse ilustrado y pavonear su “superioridad” intelectual, no se dio cuenta de que estaba cumpliendo, sin saberlo, el primer acto del regreso divino a Palacio. La Biblia volvió a la casa del poder, no con Camacho, como muchos creen, sino que días antes el enemigo la metió con sus propias manos.

Y como en tantas historias bíblicas, Dios usó al impío para abrir el camino. Desde ese momento, algo empezó a agitarse en el mundo invisible, fue el punto de inflexión. Una corriente espiritual empezó a recorrer Bolivia, como un río que crece, y lo que siguió fue un despliegue de hechos difíciles de explicar sin esa dimensión espiritual.

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La renuncia del caudillo cocalero fue un acto de desconcierto absoluto. Los siguientes en la línea de sucesión, uno tras otro, renunciaron con una extraña docilidad. Se esfumaron, como si una mano invisible los hubiese dispersado. ¿No fue acaso esa confusión el mismo signo que en tantas historias bíblicas precede a la caída de imperios? Es la misma estrategia del cielo que confundió a los enemigos del pueblo elegido.

Luis Fernando fue el David que desafió a Goliat. Un joven cruceño que se atrevió a romper el guion escrito por el socialismo de manual y la tibieza cómplice opositora. Y Bolivia lo siguió por fe, porque encarnaba el deseo de volver a la verdad, al esfuerzo, a la luz.

Pero el pecado de Camacho no fue político, fue espiritual. Se creyó autor de la obra que solo debía ejecutar. Confundió ser elegido con ser imprescindible. Olvidó que David jamás atribuyó su victoria a su brazo, sino al Señor que lo respaldaba. Camacho, en cambio, cayó en la tentación de la vanagloria. Declaró, en voz alta y frente a los suyos, que él y su papá lo habían logrado todo. No reconoció al Dios que había abierto las aguas, al menos no en su corazón.

Y luego el juego político. La grabación de Pumari, el compañero de lucha, convertido de pronto en enemigo por desconfianza, por ambición, por cálculos que nunca debieron tener lugar en una misión sagrada.

La Biblia, que creímos que volvió al palacio con Camacho, ya había regresado antes como advertencia, pero su presencia no se consolidó. El poder transitorio no supo qué hacer con ella. Los que asumieron la transición estaban confundidos, inseguros, perdidos entre la fe que los había traído, la ambición que los corroía y los pactos que el sistema exigía.

Hoy Bolivia vive la degradación de esa traición a lo divino. No ha dejado de ser un Estado donde la mentira camina por la plaza con el pecho inflado de impunidad, donde la moral está ausente, y donde gobernantes, ministros, diputados y dirigentes compiten por el trofeo a la ineptitud y la riqueza que otorga lo fácil.

Camacho está en la cárcel, y tal vez allí, en el silencio de su celda, esté encontrando el verdadero sentido de su llamado. Como tantos otros elegidos que fueron llevados al desierto para ser purificados, quizás ahora entienda su rol y cuál fue (o es) su papel en la historia. Pero algo nos recordó, y es que Dios está aquí, pendiente de Bolivia.

No hemos sido abandonados. Porque aún hay quienes oramos para que la bondad divina del Creador vuelva a palacio.

Marcelo Ugalde Castrillo

Político y empresario


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