Carta abierta desde el corazón de una madre


El fallecimiento de la joven Daniela, en el Hospital San Juan de Dios de la ciudad de Tarija, ha provocado consternación en la sociedad. “No vamos a tolerar ningún caso de posible negligencia. Hemos instruido al Sedes realizar una auditoría médica para recabar toda la información necesaria”, afirmó una autoridad de la Gobernación, pero Daniela ya se fue y la carta de su madre refleja el dolor que, seguramente, experimentan miles de ciudadanos en diversas regiones de Bolivia, por el deficiente sistema de salud pública del país.

“Todos los días recibimos denuncias por mala atención, falta de empatía, y negligencia médica. No podemos permitir que esta situación continúe”, dijo María Lourdes Vaca, Secretaría de Desarrollo Humano del Gobierno Departamental de Tarija.

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Me dirijo a ustedes, amigas y amigos, con el corazón desgarrado y una tristeza infinita por la pérdida irreparable de mi hija amada, Daniela.

Ella fue internada en el Hospital San Juan de Dios con la esperanza de recibir lo que por derecho le correspondía: el derecho a la salud. Ingresó en estado crítico: con una anemia severa, deshidratación y un intenso dolor abdominal. Confiábamos en que recibiría una atención adecuada, humana, digna.

Daniela también vivía con fibromialgia crónica, una enfermedad invisible para muchos médicos, pero muy real y dolorosa para quienes la padecen. Aun así, ella jamás se rindió. Investigaba, leía, aprendía. Tenía más conocimiento sobre su condición que muchos de los residentes que, lamentablemente, parecían más enfocados en llenar formularios que en mirar a los ojos del dolor.

Estuvo internada desde el viernes 4 hasta el miércoles 9, día en que falleció. Y no fue la enfermedad la que se la llevó, sino la falta de humanidad, de empatía y de respuesta médica.

Durante esos cinco días, pasaron por su cama distintos médicos: los de la mañana, los residentes, los de guardia, todos con criterios distintos. Nunca supimos quién estaba a cargo, si preguntaba algo me decían: hable con el médico de turno…

La indiferencia fue tan cruel como la enfermedad. Yo no me movía de su lado. Pedía informes de su estado, respuestas, mi hija sentía que era invisible, «nadie me escucha mamá, no les importa mi dolor.»

Un amigo de ella, residente, fue el único que trato de aliviar su condición.

El tiempo, que debió ser aliado, se volvió enemigo.

Cada día que pasaba, Daniela se deterioraba más. Hicimos todo lo que nos pidieron: radiografías, análisis, medicamentos… todo de forma privada, porque esa semana el hospital no tenía nada funcionando. Ni rayos X, ni imágenes, ni reactivos, ni medicamentos. Pero cumplimos con todo.

A pesar de ello, mi hija rogaba por un calmante. Para cualquier cosa, me decían que había que esperar la orden del médico de turno, o del residente asignado que nunca estaba. Un médico decía transfusión urgente, otro decía que primero hierro. Otro pedía endoscopia. Pero ninguno se ocupó de calmar su dolor.

Lo único que hicieron fue enviarle un psiquiatra, como si el sufrimiento que tenía no fuese real. Como si no fuera evidente su agonía.

El día 4, el médico de guardia ordenó transfusión inmediata y alguien por fin se ocupó de ella, la trató como una paciente y le dio esperanza y confianza, pero lamentablemente terminó su turno, y se fue.

Cuando el día 5, en la visita médica, el médico le dijo que tenía pulmonía, ni me informaron, fue Daniela quien hablando y respirando ya con dificultad me dijo que escuchó decir al médico que tenía pulmonía.

Nadie se dignó a hablar conmigo, su madre, que los esperaba afuera cada mañana para escuchar algo que nos aliente.

Pidieron una tomografía urgente. No había ambulancia. Conseguí una privada, pero la espera fue larga y no llego nunca. Mientras tanto, médicos amigos que acudieron por mi ruego desesperado me advirtieron que su estado era muy delicado, que debía ingresar a Terapia Intensiva de inmediato. Pero aún así, esperaron papeleo resultado, el alta, la interconsulta y el tiempo siguió pasando.

Mi hija apenas podía hablar, pero me miraba señalando la cama del frente, y diciéndome: «ella me contagió mamá» su voz se apagaba y también su respiración, con una súplica que quedará grabada en mi alma para siempre, me dijo, «quiero irme a la casa mamá, aquí no les importo.» Luego de la valoración del médico de la UTI empezaron a moverse, pidieron estudios, recetas, medicamentos. Corrí a la farmacia del hospital. Expliqué que era urgente, pero me hicieron hacer fila. Quise retirar la receta para comprarla afuera y no esperar más, no me la devolvieron. En ese corto tiempo, mientras yo corría, mientras esperábamos un medicamento milagroso, mientras venían a sacarle una muestra… mi hija sufrió un paro, infarto pulmonar, dijeron.

Dany no murió por la transfusión. No murió por la deshidratación, ni por falta de estudios. Murió por el abandono. Por la NEGLIGENCIA.

Creo que la atención médica debe ser, ante todo, un acto de humanidad.

Cada paciente es una vida. Una historia. Una familia.

Una esperanza de sanar.

A quienes conocieron a Daniela, a quienes compartieron su fe, su fuerza, su amor profundo por Dios y por el prójimo, les pido que me acompañen. Que hagan de su memoria un legado. Que su nombre sea un llamado a la conciencia, un grito de justicia, un faro de esperanza para que nadie más sufra lo que ella sufrió.

Mi hija merecía vivir. Y merecía ser cuidada.

Y quienes tuvieron en sus manos esa responsabilidad, lo saben. Lo saben muy bien.

Esta carta no busca venganza. Busca justicia. Busca memoria. Busca que la muerte de mi hija no sea en vano.

Porque la salud debe ser un acto de humanidad, no un trámite. Porque cada paciente merece respeto, atención y dignidad. Porque nadie más debe vivir lo que vivió mi hija

Con todo el amor y el dolor de una madre,

Rita Torri

(Mamá de Daniela)

Fuente: Facebook Rita Torri

 


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