Mario Vargas Llosa y la muerte del siglo XX


Con la muerte de Mario Vargas Llosa no solo se despide a uno de los últimos gigantes de la literatura hispanoamericana, sino que se cierra simbólicamente el ciclo cultural del siglo XX. El legado del Nobel peruano no hace más que reafirmar la desaparición del intelectual como figura pública y el eclipse de una época en la que los libros todavía moldeaban el mundo.

Fuente:  https://ideastextuales.com



El siglo XX no se despidió de golpe, sino que ha agonizado. Murió un poco con la caída del muro de Berlín, con el 11 de septiembre, con el colapso soviético, con la guerra en los Balcanes, con la llegada del milenio que no cumplió sus promesas. Pero ahora, con la muerte de Mario Vargas Llosa parece haber recibido el golpe de gracia. Esta vez no como sistema geopolítico, sino como relato cultural. Vargas Llosa no fue sólo un escritor, fue un mito viviente, una figura a medio camino entre el intelectual comprometido y el esteta de la ficción. Un prócer cultural. Y su desaparición nos deja, a quiénes nos sentimos parte de esa época que desaparece, en una orfandad que va más allá del duelo literario.

La noticia de su fallecimiento en Lima, a los 89 años, fue recibida con tristeza, pero también con la certeza de que se cierra una época en la cual los escritores eran voces autorizadas para pensar la política, cuestionar las estructuras de poder y moldear el imaginario de un continente. Vargas Llosa pertenecía a esa estirpe ya casi extinguida, la de los narradores totales, capaces de escribir novelas inmortales y, al mismo tiempo, desafiar a las ideologías, a los dogmas, a los propios lectores.

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En tiempos de hiperconectividad y banalización del discurso, Vargas Llosa era una anomalía. Un escritor a la antigua usanza, de los que daban entrevistas extensas, respondían con citas de Flaubert y sabían que la palabra escrita tiene peso. Su obra fue un largo combate contra los grandes demonios de América Latina. La dictadura, el militarismo, el caudillismo, la desigualdad, el populismo. Pero también fue una exploración íntima del deseo, del fracaso, del poder como tragedia humana. Obras como La ciudad y los perrosLa guerra del fin del mundo o La fiesta del Chivo son más que novelas. Son radiografías éticas de un continente en permanente crisis.

Su muerte es también la muerte de una figura que ya no existe. La del intelectual latinoamericano que creía que la literatura debía intervenir en el mundo. Vargas Llosa, como Octavio Paz, como García Márquez, fue uno de los últimos representantes de esa elite que articuló el pensamiento de una región y logró, a través del lenguaje, dotarla de una voz común, a veces contradictoria, pero siempre intensa.

El siglo XXI, sin embargo, parece no tener espacio para próceres culturales. La figura del escritor ha sido desplazada por influencers, la conversación ha sido reemplazada por el escándalo, y los grandes relatos se han diluido en el flujo incesante de imágenes. Vargas Llosa lo comprendió bien y por eso escribió La civilización del espectáculo, un libro en el que advertía sobre la frivolización del pensamiento. No hablaba desde la nostalgia sino desde la alarma. Intuía que, más allá de las modas, la cultura había dejado de ser el terreno de la crítica para convertirse en espectáculo.

Por eso su muerte no es sólo biológica, es cultural. No muere sólo un hombre, sino un tipo de sensibilidad, una tradición. Vargas Llosa fue un puente entre la política como pasión y la literatura como salvación. Su vida fue un testimonio de que la palabra puede ser trinchera, y también refugio.

En su última novela, Le dedico mi silencio, Vargas Llosa volvió a Perú, al vals criollo, a la ilusión de que la música podía suturar la fractura de un país roto por el racismo, la violencia y la desigualdad. Fue su despedida literaria, pero también su homenaje a lo que nunca dejó de ser: un soñador lúcido. Y tal vez ese sea su legado más profundo. Enseñarnos que soñar no es ingenuidad, sino ilusión en un futuro posible.

Hoy, desde estas líneas, recordamos a un escritor que entendió que escribir era un modo de vivir con intensidad, y que la cultura, cuando se toma en serio, puede ser un arma cargada de futuro. Vargas Llosa ya no está. Pero sus libros siguen ahí, incómodos, vivos, ardiendo. Como el siglo que él ayudó a narrar y que con su muerte despide de forma definitiva.

Por Mauricio Jaime Goio.

Los escritores del «boom» latinoamericano: José Donoso, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, en Francia en 1970.

 


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