Hernán Terrazas E.
Es un diálogo mentiroso el que han establecido Evo Morales y su heredero, Andrónico Rodríguez. El expresidente dice que el candidato representa a la derecha y el arcismo y el otro le da 24 horas para probar esas acusaciones y, si lo hace, tomar el camino de la renuncia a la postulación.
En Bolivia desde hace tiempo decir derecha es un insulto y no solo entre los izquierdistas. También entre los liberales, hablar de esa tendencia es remitirse a posiciones conservadoras y hasta retrógradas en temas polémicos como los de género, aborto, matrimonio entre personas del mismo sexo y hasta asuntos de urgencia en materia de medio ambiente.
Pero la derecha tiene su lado positivo, sobre todo cuando la “acusación” viene de los cuarteles del socialismo del siglo XXI. Ya se ha dicho y sobradamente que en estos tiempos muchos de los derechistas son más demócratas que los izquierdistas, aunque los antecedentes ideológicos de ambos vengan del autoritarismo que prevaleció durante prácticamente todo el siglo XX.
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De hecho, Hitler y Stalin son las dos caras de una moneda vergonzosa de abusos, crueldad y genocidio en por lo menos un cuarto del siglo XX. Después de la muerte de Stalin en 1953 la Unión Soviética demoró todavía algunos años en dejar al descubierto todos los crímenes cometidos por el dictador.
Al terminar la II Guerra Mundial, Occidente construyó su fama democrática en oposición a la realidad autoritaria que se vivió en el este europeo y a los afanes casi imperiales de una URSS que quería imponer y sostener su versión del socialismo a cualquier costo entre sus vecinos.
Todo eso finalmente terminó a fines de la década de los años ochenta con la desaparición de la Unión Soviética, la plena independencia de los países que giraban en esa órbita e incluso de las naciones que, bajo presión, había sido forzadas a asumir una identidad ideológica.
Derecha e izquierda son cosa de esos tiempos y, en el caso de América Latina, probablemente el contraste de posiciones haya tenido una mayor vigencia luego del triunfo de la revolución cubana. De ahí que incluso en las primeras décadas del siglo XXI, las imágenes icónicas de los “héroes” revolucionarios cubanos hayan compartido el telón de fondo de los movimientos populistas locales en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y la propia Argentina.
El socialismo del siglo XXI fue una suerte de relanzamiento de un modelo que no funcionó en ninguna parte, pero que se asentó sobre los restos de un consenso liberal que, por lo menos en América Latina, salvo excepciones, no sirvió para mejorar las condiciones de vida de la gente, promover la inclusión social, terminar con la discriminación y empujar un desarrollo con equidad.
Entre demócratas, pero pobres y socialistas, con ilusión renovada en un futuro de prosperidad, la gente se inclinó en todas partes por la segunda opción. Los errores de unos llevaron a las victorias de otros y, en el caso de Bolivia, esto dura ya casi veinte años.
Hasta hace pocos años Bolivia era el bastión más “democrático” entre el desolador panorama autoritario que incluía sobre todo a Cuba, Nicaragua y Venezuela, pero, además, sumaba el hecho de haber logrado un bienestar y expansión económica sin precedentes de la mano de las ventas de mayores volúmenes de gas al precio más alto conseguido históricamente.
En el laboratorio del socialismo del siglo XXI regional, Bolivia parecía el “mejor” experimento y la referencia de que, bien hechas las cosas, hasta se podía “justificar” que los conductores de ese proceso intentarán permanecer en el poder más allá de los mandatos constitucionales y con argumentos falaces como el de la reelección/derecho humano.
La crisis, sin embargo, destruyó el espejismo y desnudó la fragilidad absoluta de un modelo de gasto a manos llenas y corruptas de las ganancias, pero de casi nula inversión para asegurar la sostenibilidad del crecimiento y abrir perspectivas alternativas a las de la exclusiva explotación de las materias primas.
La rápida erosión de los fundamentos económicos hizo que también se derrumbe el modelo de conducción política, un modelo en el que por cierto crecieron y se desarrollaron liderazgos como los de Evo Morales, Luis Arce y, más recientemente, Andrónico Rodríguez, ramas de un mismo tronco carcomido por el comején minucioso de una mentira que no pudo sostenerse por más tiempo.
El que ahora Morales y Rodríguez intercambien acusaciones y ultimátums para demostrar quién es más o menos socialista, o cuál de ellos es el más derechista, no es más que una cortina de humo, detrás de la cual se advierte el verdadero debate que debe llevar al país a desentrañar y precisar la responsabilidad que tienen ambos, junto al actual presidente Luis Arce, en la situación dramática que vive hoy el país.
En lugar de desafíos tardíos y falsos, lo que corresponde ahora es que Rodríguez explique la supuesta vinculación de su jefe de campaña con organizaciones criminales brasileñas y que Morales rinda finalmente cuentas ante la justicia sobre los casos de abuso y trata existentes en su contra.
No es un tema de banderas ideológicas, ni de extremos en el espectro de la política nacional, sino de responsabilidades en hechos concretos, que incluyen y trascienden la crisis económica.
A estas alturas, la gente no quiere saber más de diestros o siniestros, sino de quién o quiénes podrán resolver las urgencias, recuperar la estabilidad y parar la escalada de precios, un tema para el que, claramente, ninguno de los protagonistas de este diálogo está ni medianamente capacitado. De tal palo, tal Andrónico.