El ocaso del PRO


En 2004 Mauricio Macri era un outsider, rodeado de un entorno sin una trayectoria política profesional: no habían sido ministros, senadores, diputados o líderes nacionales de ningún partido. Era un grupo de gente capaz, con mística, que tenía la ilusión de construir una alternativa republicana al peronismo. A partir de 2019 el piloto acostumbrado a competir en los mejores coches apareció en la pista de carreras con una patineta. El Macri que quiso jugar su segundo tiempo habló mal de su propio gobierno, combatió a quien había sido su compañero de trabajo por más de dos décadas, Horacio Rodríguez Larreta, para apoyar a Patricia Bullrich. Maquiavelo anticipó lo que pasa cuando el príncipe trata de tomar el castillo con soldados ajenos. El PRO perdió su identidad. Y adelantar las elecciones fue un grave error.

Jaime Duran Barba

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Derrota. El búnker del PRO, tras conocerse los resultados en la Ciudad, el último domingo. Una identidad perdida. | Néstor Grassi

 

Fuente: Perfil.com



n febrero de 2004 participábamos, con Santiago Nieto, de un seminario sobre campañas electorales en la George Washington University. Estábamos terminando el libro Mujer, sexualidad, internet y política. Los nuevos electores latinoamericanos, en el que desarrollamos ideas maduradas en las elecciones mexicanas de 2003, y en información empírica válida para analizar a los outsiders, tema sobre el que habíamos trabajado varios años.

En esos años se produjeron estudios sobre los outsiders, líderes que venían de fuera de la política y derrotaban a los partidos, con comportamientos poco convencionales. Los casos del Compadre Palenque en Bolivia, Alberto Fujimori en Perú, Abdalá Bucaram en Ecuador y Carlos Menem en Argentina dieron mucho de qué hablar. Se encuentra gratuitamente en las redes un texto sobre el tema, que vale consultar, Urnas y desencanto político, publicado por Capel en 1996.

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Nosotros habíamos tenido éxito asesorando a candidatos que expresaban las nuevas formas de la lucha por el poder, pero las elecciones mexicanas nos permitieron profundizar en algunas hipótesis sobre importancia de la mujer, la desconfianza de la mayoría frente a la política y políticos tradicionales y la presencia de internet en esta nueva etapa. Cuando colaboramos en la fundación del PRO, las ideas del libro se llevaron a la práctica: los binomios de Macri fueron mujeres y los principales candidatos gente nueva, sin una voluminosa hoja de vida como funcionarios públicos.

Terminado el seminario, se acercaron dos participantes argentinos que nos hablaron de un candidato que había perdido las elecciones para la Jefatura de Gobierno de Buenos Aires y quería volver a ser candidato. Nos interesó el asunto y empezamos a recabar datos objetivos para evaluar el proyecto. Pedimos a mi maestro Manuel Mora y Araujo que aplicara una encuesta de base, que terminó trayéndonos a la Ciudad en noviembre de 2004.

Mauricio Macri era un outsider, rodeado de un entorno sin una trayectoria política profesional: no habían sido ministros, senadores, diputados o líderes nacionales de ningún partido. Como eran nuevos, no sabían gobernar, se parecían en eso a los libertarios actuales. Era un grupo de gente capaz, con mística, que tenía la ilusión de construir una alternativa republicana al peronismo. No se habían formado en la militancia, no tenían las ventajas y limitaciones de quienes llegan a la función pública desde allí. No se habían dedicado a formar comités electorales, ni sentían necesidad de cantar la marcha de los Muchachos Peronistas, la radical o la Internacional comunista.

Electoralmente la situación era compleja. Según la encuesta, la imagen de Mauricio tenía más del 60% de opiniones negativas, que eran además muy intensas. En las elecciones que se avecinaban, Elisa Carrió estaba primera por lejos; el candidato del gobierno, Rafael Bielsa, aparecía segundo con buena imagen, tenía el apoyo de Néstor y Cristina, que en ese momento tenían más del 70% de opiniones positivas en la Ciudad.

Sugerimos que Mauricio participe en esa elección. Era casi imposible ganar, pero necesitábamos estudiar sus negativos para elaborar vacunas que permitan ganar las elecciones de jefe de Gobierno de 2007.

Sabiendo la situación tan difícil, sugerimos actuar by the book, organizando una mesa chica estratégica y otras instancias con las que Mauricio armó una maquinaria con la que ganó todas las elecciones en las que presentó candidatos en la Ciudad, la provincia y el país entre 2005 y 2019. El aparato fue tan imparable que se difundió una frase equivocada: “Es fácil ganar las elecciones, lo difícil es gobernar”. Después de que Macri disolvió la mesa chica en 2018, y los demás equipos técnicos en 2019, nunca volvió a ganar.

Esto no tiene que ver con el marketing, sino con la estrategia. Hubo un poco más de 180 reuniones de mesa chica en 15 años, de las que conservo documentación escrita. Para cada una de ellas se hicieron estudios cuantitativos, cualitativos y de otro orden. Nunca se habló de atacar o defenderse de los adversarios, se analizaron las percepciones de la gente para trabajar con estrategia. Decir que decidieron confrontar con Cristina en 2019 es un disparate porque, en esta concepción del análisis político, las élites no resuelven lo que debe creer el elector, sino que se escucha a los ciudadanos comunes, quienes arman escenarios que no salen de la cabeza de los políticos o de los asesores.

En el imaginario de los porteños Mauricio era un león, lo que es al mismo tiempo bueno y demoledor. Si el león está bien educado, y los defiende, es posible que lo apoyen. Si es un animal agresivo que ataca y quiere que suframos, nadie lo quiere cerca. Cuando el líder viene de la clase alta, el tránsito de héroe a villano se produce fácilmente. Con un solo mordisco, el candidato puede parecer agresivo y derrumbar la campaña. Está instalado el prejuicio de que los ricos son malos y es fácil que produzcan rechazo.

El PRO supo gobernar bien y tuvo una buena estrategia de comunicación. La Ciudad mejoró notablemente y los porteños creyeron que eso era así. Ni Mauricio ni Horacio tuvieron saldo negativo de imagen en ningún momento durante 16 años. Macri no solo salió bien evaluado, sino que logró que otro miembro de su partido fuera elegido en su reemplazo y pasó a la Presidencia de la República. Horacio Rodríguez Larreta siempre fue bien evaluado, y fue el único que ha ganado el Gobierno de la Ciudad en una sola vuelta.

El mismo equipo logró otros triunfos, algunos vistos como imposibles. En 2009 Francisco de Narváez ganó las elecciones a una de las listas más notables que se hayan presentado en la historia de la provincia, presidida por Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa. En 2018 Esteban Bullrich le ganó a Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires. María Eugenia Vidal fue la primera mujer no peronista en ganar la gobernación bonaerense.

En todos los casos se ganaron las elecciones porque los candidatos fueron buenos, hicieron buenos gobiernos y por otras razones, pero todos tuvieron en común una metodología que llevó a propuestas inclusivas, optimistas, exhibiendo candidatos nuevos, que saltaban el bache, repartían globitos, cerraban su campaña recorriendo la Ciudad durante 24 horas. Eran lo nuevo y se convirtieron en un polo al que concurrieron muchos de los que querían una alternativa republicana.

A partir de 2019 el piloto acostumbrado a competir en los mejores coches apareció en la pista de carreras con una patineta. La derrota de 2019 había dejado las puertas abiertas para lo que Macri llamó la segunda vuelta. Habiendo perdido la presidencia con el 40% de los votos, frente a un Alberto Fernández que no llegó al 50%, la mesa estaba servida si él fracasaba. Era la elección más fácil de ganar en veinte años, si contaba con su aparato probado y permanecía en el espacio político que lo llevó al éxito: ser la alternativa republicana de cambio al peronismo kirchnerista.

Los errores que el PRO evitó en 15 años se amontonaron justamente cuando, por segunda vez en la historia argentina, apareció un grupo con un líder que llamaba la atención y que contaba con un equipo profesional para hacer la nueva política. Milei representó la alternativa del cambio mejor que Juntos por el Cambio, porque realmente era nuevo, también su entorno, al igual que su estrategia de comunicación.

Desgraciadamente, el Macri que quiso jugar su segundo tiempo habló mal de su propio gobierno, calificándolo de lento y fracasado. Dijo que Javier Milei, candidato de un partido que no era el suyo, era el líder que le habría gustado ser. Cuando desistió de lanzar su candidatura, combatió internamente a quien había sido su binomio en 2003 y su compañero de trabajo por más de dos décadas, Horacio Rodríguez Larreta, para apoyar a Patricia Bullrich. Maquiavelo anticipó lo que pasa cuando el príncipe trata de tomar el castillo con soldados ajenos.

Después creyó que los mileístas le pedirían que gobierne. Eso nunca tuvo sentido. Quienes rodean a Milei ganaron las elecciones solventemente, creen que tienen la misma capacidad de gobernar que cualquier otro grupo exitoso. Son como los líderes del PRO de 2015, que no tenían experiencia, pero no les pidieron a los radicales que gobiernen. Los grupos nuevos creen que conseguirán experiencia al andar, contando con algunos ya formados si pasan a ser parte de su proyecto.

Desde la campaña presidencial, el PRO perdió su identidad. El mensaje de algunos de sus dirigentes que decían compartir todos los postulados de Milei y se enorgullecían de votar incondicionalmente por todo lo que presentara en el Congreso convirtió al PRO en una segunda marca de La Libertad Avanza, más vieja y aburrida. Si creen en todas las ideas de LLA y van a votar incondicionalmente con el Gobierno, la gente prefiere votar por diputados libertarios que hablen con Karina Milei y no por otros a los que desaira.

Adelantar las elecciones en la Ciudad fue un grave error. No tenía sentido pretender que el primer gobierno del PRO que tenía mala imagen en dos décadas podría ganar las elecciones con temas locales, sabiendo que participarían en la campaña Javier Milei, Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta y que este sería el principal evento mencionado por los medios durante un buen tiempo.

La frase “la Ciudad ha sido, es y será del PRO” sintetizó la equivocada orientación de la campaña. Durante muchos años lo que se dijo fue que la Ciudad era de los porteños y que los dirigentes del PRO estaban para servirles. Tratar de que toda la comunicación de la campaña fuera amarilla desconocía por qué en 2011 los estrategas invadieron ese color por todos los demás, al mismo tiempo que el lema de la campaña era “Vos sos bienvenido”. Los porteños se sentían excluidos por el amarillo y la comunicación tenía que seguirse abriendo, tanto si se pretendía ganar la presidencia argentina, como si se quería conservar el Gobierno de la Ciudad.

En definitiva, el golpe que sufrió el PRO se explica por los errores de estrategia que se cometieron estos cuatro años, no por un incidente de última hora.

* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.

Fuente: Perfil.com