La Amazonía al límite


La deforestación avanza a un ritmo voraz en América Latina, arrastrando consigo no solo árboles sino también certezas sobre el modelo de desarrollo. Hay que mirar más allá del extractivismo y explorar un equilibrio urgente entre crecimiento económico y preservación ecológica, con la Amazonía como corazón simbólico y estratégico del planeta.

Fuente:  https://ideastextuales.com



El desarrollo en América Latina ha sido, en demasiadas ocasiones, una palabra con filo: ha abierto caminos y ha cortado selvas. Durante décadas, se ha avanzado con paso firme hacia el crecimiento económico, pero dejando atrás una estela de pérdida ambiental y ruptura cultural. Hoy, con los bosques tropicales al borde del colapso, esa visión empieza a resquebrajarse. La pregunta ya no es si podemos crecer más, sino si podemos hacerlo sin destruirnos.

Los datos recientes del World Resources Institute son categóricos. América Latina encabeza la pérdida de bosques primarios en el mundo. Brasil y Bolivia, naciones con discursos progresistas y compromisos climáticos, concentran más del 60% de la destrucción registrada en 2024. Solo en Bolivia, la deforestación creció un 200% en un año, impulsada por incendios que combinan sequía extrema y expansión agrícola incentivada por el propio Estado. Colombia, por su parte, retrocedió tras años de mejora, con un aumento del 35% en la pérdida de bosques, en buena parte ligada al recrudecimiento del conflicto armado y la apropiación de proyectos ambientales por parte de grupos ilegales.

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La Amazonía, considerada el pulmón del planeta, se aproxima a un punto de no retorno. Un umbral ecológico en el que perdería su capacidad de regenerarse y de absorber carbono, liberando en cambio cantidades colosales de CO₂. El fenómeno conocido como sabanización ya es visible en algunas regiones del sur de Brasil y Bolivia. No es una hipótesis científica futura, es una realidad presente.

Frente a este escenario, hay quienes sostienen que detener la deforestación significaría condenar a los países amazónicos al estancamiento. Pero es justamente ahí donde se revela el falso dilema. El científico brasileño Carlos Nobre ha demostrado que el potencial económico de una bioeconomía basada en el bosque en pie supera ampliamente el de la ganadería o la agricultura extensiva. Una economía sustentada en productos no maderables, conocimientos tradicionales, turismo responsable y restauración ecológica podría generar empleo, ingresos y soberanía territorial. Pero requiere políticas públicas coherentes, inversión sostenida y, sobre todo, un cambio cultural profundo.

Brasil ofrece una muestra de que sí se puede. En 2024 logró reducir su deforestación en un 32%, reactivando planes de fiscalización, condicionando créditos rurales a la legalidad ambiental y apostando por una gobernanza más firme, incluso en regiones históricamente reacias. Pero los avances son aún frágiles, especialmente ante la amenaza del regreso de políticas extractivistas con el próximo ciclo electoral.

En Colombia, la historia reciente es más contradictoria. Pese a los esfuerzos del gobierno Petro por implementar acuerdos de conservación con campesinos e indígenas, el proceso ha sido saboteado por la violencia armada. Grupos disidentes de las FARC han llegado a secuestrar iniciativas de reforestación, exigir tributos ambientales y amenazar a las comunidades involucradas. En este contexto, la selva no solo es víctima del cambio climático, sino también de la ausencia de Estado y de la disputa por el control territorial.

El dilema, en el fondo, es político. ¿Seguiremos confiando en un modelo de desarrollo que destruye su propia base natural, o apostaremos por una alternativa que combine justicia social, sostenibilidad ecológica y respeto a la diversidad cultural? No se trata de idealismo: es la única opción sensata. La Amazonía no puede seguir siendo el precio a pagar por el crecimiento, sino el corazón mismo de una nueva visión de futuro.

Como advirtió Nobre en la Conferencia Panamazónica de Bioeconomía, detener la deforestación y restaurar los ecosistemas no es solo un acto ético: es una inversión estratégica. Si fracasamos, el costo no será solo amazónico, sino planetario. Y si lo logramos, América Latina podría convertirse en vanguardia global de una transición civilizatoria urgente.

El equilibrio entre desarrollo y conservación ya no es una opción, es una condición de sobrevivencia. La Amazonía, viva y herida, nos mira. Y nos juzgará por nuestras decisiones.

Por Mauricio Jaime Goio.