Cuando un masista se rehabilita y sobrevive políticamente fuera de su estructura, se lo etiqueta como traidor, peor si es mujer, peor si es joven y si es indígena, la condena es doble. Eva Copa tuvo la osadía de quedarse en el escenario político sin pedir disculpas y, para bronca de muchos, ganó la alcaldía de El Alto.
Entre los injubilables políticos que viven gruñendo y mostrándose los dientes, Copa logró una victoria electoral que abrió una grieta, un antes y un después, y dio un golpe de realidad al electorado de izquierda tras la huida de Evo Morales. Lo hizo desde El Alto, bastión simbólico del masismo, enfrentando no solo al aparato del partido azul, sino también al estigma de “funcional al golpe”, como repiten hasta hoy los nostálgicos neocomunistas del siglo XXI.
Durante el gobierno de transición no se alineó con Jeanine Áñez, pero tampoco incendió el país. Defendió la institucionalidad del Senado mientras sus excompañeros de partido se escondían o jugaban a la insurrección. Puede ser oportunismo o responsabilidad, no importa, al menos tuvo el coraje de quedarse cuando otros huían por la puerta trasera o se refugiaban en embajadas.
Eva Copa no es la madre Teresa de los Andes. Su gestión en la alcaldía de El Alto no es una taza de leche y está marcada por las improvisaciones y un estilo algo confrontacional propio de su carácter. Pero a diferencia de tantos otros, no se vende como virgen política ni se presenta como outsider recién caído del cielo. Habla con un tono más moderado, insiste en lo social, habla del libre mercado como parte del sentido común y se atreve a decir que la izquierda no significa repetir eslóganes anacrónicos setenteros, lo cual no es poca cosa en un país donde cualquier matiz se castiga con excomunión partidaria y social.
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En esta elección, es la única mujer, la única joven, la única indígena entre una camada de candidatos que parecen salidos de un archivo empolvado. Es también, paradójicamente, la que menos ruido hace y más coherencia muestra, no grita, no insulta, no promete refundar la galaxia. Simplemente, insiste en que hay que cambiar la forma de hacer política y en la reconciliación entre bolivianos. Es la excepción a la regla.
Ha podido hacer, como sea que lo haya logrado, un instrumento político con alcance nacional, y aparentemente apuesta por la construcción partidaria. Esto es más de lo que sus equivalentes generacionales de oposición NO han hecho, ya que siguen apostando por… por quien sea que les dé un espacio…
¿Basta con eso? ¿Puede conquistar las dos Bolivias? No lo sabemos, pero en un país donde la política se ha vuelto una fábrica de resentidos y megalómanos, una candidata que no se cree mesías ya es un cambio, aunque venga de donde muchos no quieren mirar.
Marcelo Ugalde Castrillo
político y empresario