Nadia Beller
El reciente artículo de Agustín Zambrana Arze, vicepresidente del Comité Pro Santa Cruz, propone prohibir el socialismo por ley y constitucionalizar dicha prohibición como salvaguarda de la libertad. Y si la propuesta resulta peligrosa, no es solo por su contenido, sino por la investidura desde la cual se emite: un cargo institucional que debería representar a toda la ciudadanía cruceña, no ser plataforma de intolerancia ideológica. Cuando se desdibujan los límites entre la persona y el rol público que ocupa, el discurso político se vuelve un arma de exclusión.
Prohibir una idea política en nombre de la libertad es una de las más viejas contradicciones de la historia. Ya lo dijo Aristóteles: el pensamiento moldea la acción, y la acción repetida forma el carácter. Si desde el poder sembramos censura, intolerancia y dogmatismo, no cosecharemos ciudadanos libres, sino súbditos incapaces de disentir.
Pero, ¿qué libertad es esa que necesita prohibir? ¿Qué clase de convicción ideológica teme tanto a la discusión pública que debe callar al otro con la ley? Recordemos la advertencia de Karl Popper sobre el “paradójico precio de la tolerancia”: que no se debe tolerar a los intolerantes. Pero aquí no hablamos de fanáticos armados, sino de ideas políticas que deben ser confrontadas —como toda idea— con razones, no con represión, no con imposición por ley.
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Los totalitarismos, sin importar su color ideológico, se fundamentan siempre en la lógica del enemigo interno. Necesitan de una figura a la que culpar, perseguir, excluir o exterminar simbólicamente, peligrosamente, lo que propone Zambrana es convertir en enemigos a más del 40% de la población boliviana que viene votando socialismo, no pretende persuadirla, sino que busca censurarla. Hoy es el socialismo; mañana pueden ser las mujeres que tiene voz disidente, los indígenas que defienden su territorio, los periodistas incómodos o los estudiantes que protestan. Así empieza la escalada. No olvidemos que en su momento, las Fuerzas Armadas del plan Cóndor en América Latina no solo defendían las fronteras, sino “los valores morales de la nación”. ¿Te suena?
Decía Umberto Eco que uno de los síntomas del fascismo es la obsesión con la unidad y la persecución de la disidencia como traición. Bajo esa lógica, pensar distinto deja de ser un derecho y se convierte en amenaza. Sin embargo, la historia enseña que las ideas no se vencen con censura ni represión, sino con mejores ideas. Prohibir el socialismo no lo elimina: lo fortalece, lo convierte en mártir, lo dota del aura de causa justa y perseguida. ¿O acaso Galileo dejó de tener razón cuando fue obligado a abjurar por ley? No. Y sin embargo, se mueve.
La propuesta de Zambrana no solo traiciona los principios democráticos que dice defender, sino que incurre en una peligrosa nostalgia por las cruzadas ideológicas del pasado. Ignora que la libertad no se impone ni se regula; se garantiza. Ignora también que la democracia no es un club exclusivo de ideologías afines, sino un espacio de convivencia de ideas contrapuestas, y que su mayor fortaleza no es la unanimidad, sino su capacidad de gestionar el disenso.
Hoy hay quienes quieren legislar la libertad, amputando el pensamiento ajeno. Se llenan la boca de “libertad”, pero sueñan con inquisiciones modernas. Creen que un Estado es libre cuando no se permite pensar diferente. Quieren ciudadanos obedientes, no libres. Y lo más trágico: lo hacen desde espacios institucionales, bajo el barniz de legalidad, como si el derecho pudiese legitimar la intolerancia.
Pero la historia también enseña que ningún régimen de pensamiento único logra perdurar, porque lo humano —en su raíz más profunda— es disenso, es contradicción, es conflicto de ideas. La libertad no puede nacer del miedo ni de la represión. Así como el amor no puede imponerse con cadenas, la democracia no puede florecer con decretos que eliminan la diferencia. Lo que quiere un esclavo es ser libre, y mientras haya quien intente someter el pensamiento ajeno, habrá quien luche por decir lo que piensa. Este tipo de ideas, al margen de dejarnos muy mal parados, solo crean más confrontación y división entre Bolivianos.
Prohibir una ideología por ley no solo es injusto, es ingenuo. Lo que pretende ser el fin de un ciclo de destrucción puede ser, en realidad, el inicio de un nuevo autoritarismo. La paz social no se logra con uniformidad ideológica ni exclusión sistemática. Se construye con diálogo, con educación crítica y con ciudadanos que elijan, libremente, sus ideas.
Ningún líder que aspire a la libertad puede defender la censura del pensamiento. Y ningún pueblo que ame su libertad debe permitir que se legisle su conciencia. Porque no hay Constitución capaz de contener el deseo natural de ser libres. Si queremos construir una sociedad libre, no necesitamos inquisidores con rosarios ni libertadores con látigos. Necesitamos ciudadanos que crean que la libertad solo se defiende con más libertad.