Están ya bajo llave los 133 cardenales en la Capilla Sixtina del Vaticano. Son prelados que llegaron a la ciudad Eterna de todos los rincones del mundo. Están allí con un objetivo central, elegir al sucesor de Francisco, quién durante 12 años administró la Iglesia Católica constituida por 1.400 millones de creyentes. La muerte y los funerales del Pontífice nacido en Buenos Aires hace 88 años han sido eventos de profunda trascendencia y que han marcado una pausa en el agitado mundo que nos toca vivir.
Hace pocas horas, por mandato de la Iglesia se inició el llamado Cónclave donde aislados del mundanal ruido, los líderes del catolicismo reflexionarán, pedirán y votarán por un nuevo Papa, el número 267 de una sucesión que comenzó con Pedro, quién recibió el mandato de Nuestro Señor Jesucristo: «tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… las fuerzas del infierno no prevaldrán contra ella… todo lo que ates en la tierra, será atado en el cielo… Estaré con ustedes hasta el fin de los siglos» está escrito en el Nuevo Testamento y es el mayor privilegio que Dios legó a la humanidad. Obra viviente que busca la Paz Universal, la Justicia, el respeto a los Derechos Humanos, la solidaridad y convivencia de todos.
Con los ojos de la Fe, ahora concentrados en Roma, aguardemos la manifestación divina que horas más o días más, se expresará en la voluntad de los purpurados y que será comunicada al mundo, con el humo blanco que saldrá por la delgada chimenea de la Capilla Sixtina, señal de la posterior presentación del nuevo Soberano Pontífice «habemus papam» que marcará el inicio de la ininterrumpida administración eclesial que después de Pedro no deja de extenderse por el mundo «bautizando a los cristianos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Es la misma Iglesia que clama por la Paz en Ucrania, en Gaza, ahora en Pakistán, por el pan para los necesitados, por la protección de los desvalidos, por la curación de los enfermos, por el cese de una pobreza extrema que conduce al hambre y la desesperación. Estamos pues, todos los cristianos, los católicos, los bolivianos comprometidos con la obra de la Iglesia, con su accionar ante las calamidades que padece el mundo. Comprometidos en la solidaridad humana.