Mas que candidatos, tenemos un exceso de ilusos. Todos piensan en la presidencia como si fuera el trono de un reino, sin advertir que la corona es menos pesada que el congreso. Es curioso, todos quieren gobernar, pero ninguno piensa en la gobernabilidad. Muy poco se detienen a pensar en que, sin control de la asamblea, lo único que van a lograr es una silla de ruedas, un tubo de oxígeno y un gobierno corto. Y aun así, siguen vendiendo espejitos de colores, otra vez.
El fraccionamiento de la oposición es un espectáculo de soberbia y traición desmedida. Cada quien jala por su lado, convencido de que el sesgo del algoritmo y unos cuantos apoyos en redes sociales se traducen en votos reales. Si por milagro alguno llega a la presidencia, será rehén de su propia vanidad y de un parlamento confeccionado para inmovilizar al Estado. Generar consensos no es una virtud que caracterice ni a Tuto ni a Samuel y a los demás mejor ni mencionarlos, porque de historia, decepciones y virtudes, aun no tienen ni el prólogo.
Pero el verdadero asunto se cocina abajo, en la endeble estructura de naipes de estas alianzas. El casting de los posibles futuros asambleístas, pinta como una serie de bajo presupuesto, un volumen 2 del actual congreso. Los viejos oportunistas, listos para levantar la mano a cambio de un viático, y la conciencia por una comisión. Y ahora también tenemos, a los nuevos oportunistas, una mezcla de entusiastas sin brújula, militantes sin madre, y activistas sin causa que creen que gritar y quejarse en redes equivale a legislar; y condimentemos esto, con posibles traiciones y transfugios. Nadie habla de proyectos, de visión, de país, solo ven cinco años de sueldito, pasajes y selfis desde la testera.
Entre tanto la izquierda, que también anda rota, por lo menos tiene a un votante disciplinado que no sabrá mucho de economía ni de democracia, pero sí entiende que dividirse es perder. Y como si fuera poco, han encontrado en Andrónico al personaje perfecto para vender la ilusión de renovación. Un joven callado, con aura de misterio, que habló tres veces en cinco años, pero insinúa lo suficiente para ser útil. La oposición, en cambio, se devora a sí misma con una saña admirable, un canibalismo electoral tan eficaz que ni el MAS lo podría haber planeado mejor ¡Bravo!
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Los candidatos se siguen ajustando la faja para ver a quién le queda mejor la banda presidencial. Pero sin Asamblea, el futuro presidente será apenas un florero decorativo, un personaje irrelevante, inexistente, es decir, un Luchito Arce en potencia. Pero claro, eso no entra en los cálculos de quienes solo piensan en cinco años de gloria.
Lo tristemente alentador es que, al final, no importa por quién ni cuál, se impondrá la detestablemente necesaria “democracia de encuestas”, y el voto, sazonado con pánico y polarización, irá para quien este primero. Ese es el pacto social no escrito. A esta parte de Bolivia, no le importa el color del gato, mientras cace ratones.
Marcelo Ugalde Castrillo
Político y empresario