Maggy Talavera / Periodista
No es Adán, ni lo acompaña Eva, pero sí tiene un edén que está convirtiendo en infierno. Lejos de ser castigado por su padre (así, con minúscula), es premiado con muchos y variados frutos prohibidos que saborea con gran placer. Se los ofrecen, paradójicamente, quienes están llamados a cuidar de ese pedazo de paraíso en tierras orientales. Cuidadores de pliqui, impostores que se presentan como defensores del edén, pero que operan para facilitarle un gran negocio al hijo del padre: le dan certificados de buena conducta, avalan sus entuertos y hasta le construyen caminos y puentes, allanándole el camino.
Todo sucede ante la mirada complaciente de quienes se codean con él. Familiares, amigos y eventuales colegas de oficio que parecen no solo disfrutar de la gran hazaña; aspiran, también, a ser socios del negocio. Por eso callan. No se inmutan ante las voces de alarma que surgen como murmullos y que, ante las evidencias cada vez más poderosas de la destrucción del edén, estallan en gritos desesperados que rematan en acusaciones públicas, igualmente desoídas por quienes están obligados por ley a investigar de oficio lo que se denuncia. Nada. Se cruzan de brazos, a la espera de una querella de terceros.
Entre unos y otros hay un gran sector de la población que, o ignora lo que está ocurriendo, o simplemente observa todo con indiferencia. Los primeros, porque están absortos en librar sus propias batallas para salvarse del infierno; los otros, curados de espanto. A unos y a otros les asiste la razón. Lograr que dejen en segundo plano la urgencia de salvar, no sólo su propio pellejo, sino también el de la familia, es misión casi misión imposible; como también es la de convencer a quienes están hartos de las imposturas, a que vale la pena volver a creer en la propia fuerza para vencer a impostores, ladrones y criminales.
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Hasta ahora, una ventaja para el hijo del padre y para todos los que forman parte del clan. La indiferencia y la apatía, así como la desfachatez y complicidad, les aseguran vía libre para expulsar definitivamente a Adán, Eva y prole del paraíso, explotar su riqueza en beneficio propio, hasta agotarla por completo, con una yapa inmerecida: impunidad, por los siglos de los siglos, amén. Una verdadera tragedia no apenas para los adanes y evas del edén enclavado en un rincón cruceño. La destrucción de ese pedazo de paraíso que ocupa más de dos mil hectáreas afecta ya, ahora mismo, al ecosistema de otras regiones del país.
A pesar de todo, y de todos los que están asaltando y destruyendo muchos otros paraísos en este país que parece ficción, todavía hay un ejército de resistencia, activo y decidido. Por ahora, disperso, disminuido e invisibilizado por la crisis económica y la coyuntura electoral que copan la agenda informativa, y que le restan fuerzas para frenar los abusos no solo del hijo del presidente y cómplices, sino muchos más. Un muro de contención que -vaya ironía- ha comenzado a tambalear por la valentía de un grupo de medios de prensa que realizó un trabajo colaborativo para dar con el edén, con el no-Adán y sus cómplices.
Toca ahora interpelar a la justicia terrenal -que de divina no tiene nada- para que se deje de culipandeos y actúe de inmediato. Y nada de excusas, por favor, para no hacerlo de oficio, como lo hacen en temas menores (solo como muestra, dos casos recientes: el allanamiento del domicilio de un político beniano, por lo dicho por un tercero; o lo visto hace un par de días en una caja de salud, ante denuncias de ventas de ítems). Cuando se quiere, se puede. O más bien, cuando se debe hacer, se cumple, sin importar cuyo hijo es. En el caso que nos ocupa hoy, con agravantes de parentesco y de delitos ambientales.
Santa Cruz de la Sierra, 31 de mayo de 2025