En tiempos electorales, las pasiones se desbordan. Pero hay una frontera que no se debe cruzar: la que separa la crítica legítima de la calumnia. En días recientes ha circulado con insistencia la versión insidiosa de que Marcelo Claure habría condicionado su apoyo a un candidato presidencial a cambio de que se le entregue el litio. No hay fuente, no hay prueba, no hay decencia. Pero sí una intención: destruir.
No es una denuncia, es la vieja táctica de la difamación. Cada vez que un liderazgo opositor empieza a consolidarse, aparece la artillería sucia. No para confrontar ideas, sino para sembrar sospechas. No para fiscalizar al poder, sino para demoler al opositor que podría disputarlo.
Resulta paradójico que quienes ahora gritan “negociado” guarden silencio frente a los contratos opacos que el actual gobierno pretende firmar con empresas rusas y chinas, en la agonía de su mandato. Ahí, donde el interés nacional sí está en juego, no dicen nada. No por ignorancia, sino por cálculo. Gracias a la resistencia de legisladores y ciudadanos potosinos – que debieron dormir en la Asamblea para frenar el abuso – se ha logrado, hasta ahora, evitar una entrega escandalosa.
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Eso es lo que se quiere cambiar. No se trata de una persona, sino de una posibilidad: la de restaurar la legalidad, la ética pública y la esperanza colectiva. Durante dos décadas se han pisoteado todas las normas del Estado, mientras muchos callaban, algunos se acomodaban y otros se beneficiaban.
Hoy, lo que se busca es impedir que ningún presidente – sea quien sea – pueda entregar recursos estratégicos por su sola voluntad. No más caudillos. Sí al imperio de la ley.
Por eso sorprende – o quizás no tanto – la virulencia de los ataques. Hay quienes quieren impedir ese cambio. Y lo verdaderamente preocupante es que algunos, incluso desde la vereda democrática, se presten a difundir infamias. Ya sea por ingenuidad o conveniencia, terminan actuando como tontos útiles, otorgando licencia al chantaje y patente a la difamación.
El socialismo – o su versión criolla – ha perfeccionado el arte de manipular emociones. Explota frustraciones personales, azuza resentimientos contra el éxito y alimenta una prédica divisionista, envuelta en el nombre del “pueblo”. No necesita argumentos: le basta con encender pasiones. Y, tristemente, le funciona.
Quienes repiten esas falsedades deberían preguntarse a quién están sirviendo. ¿De verdad creen que están salvando el litio, o están ayudando a los que ya lo están rematando? ¿Quieren impedir un saqueo hipotético, o están facilitando uno real?
No nos engañemos. Esta campaña no es por el litio, es contra la unidad. Saben que una oposición fuerte y cohesionada amenaza al modelo de poder que los enriqueció. Por eso buscan dividirla, desacreditar a sus líderes y convertir cada respaldo en sospecha.
Si un empresario boliviano apoya a un candidato opositor, lo acusan de querer saquear el país. Pero si un chino o un ruso se lleva el litio, lo celebran como cooperación. Esa es la lógica torcida de los falsos patriotas: usan los recursos naturales como bandera para entregar el país por encargo.
No podemos volver a caer en la trampa. Hoy no se trata sólo de elegir candidatos, sino de preservar la posibilidad misma de instaurar un gobierno democrático. Y eso sólo será posible si dejamos de dispararnos entre nosotros y apuntamos, de una vez por todas, al verdadero enemigo: un populismo corrupto y autoritario, que en veinte años ha demostrado cómo utiliza el poder – para enriquecerse, perseguir y dividir – y que no dudará en aferrarse a sus privilegios por cualquier medio, incluso los más inmorales.
La unidad democrática no se construye desde la ingenuidad. Se construye desde la conciencia. Y la conciencia empieza por dejar de repetir las mentiras útiles al adversario. Es hora de pensar. Y de no prestarse – ni por omisión ni por inocencia – al juego sucio de difamar.