Entre el desencanto y el voto oculto: en la intimidad de la urna


Las encuestas marcan un dato inquietante: casi un tercio del país no sabe, no responde o planea anular su voto. ¿Estamos ante una crisis de representación o simplemente ante una lealtad vergonzante? En Bolivia, el voto oculto podría definir de nuevo el destino de todos.

En la fotografía actual, hay un protagonista inesperado: el que no aparece. Los últimos sondeos muestran que entre un 25% y un 30% del electorado declara que votará en blanco, anulará su voto o simplemente no sabe a quién elegir. Ese dato, por sí solo, debería alarmar a todo el sistema político. No es solo apatía. Es un reflejo de algo más profundo: el desencanto generalizado y la orfandad ideológica de millones de bolivianos.



Podríamos decir que es el partido más grande del país: el partido de los decepcionados. Aquel que alguna vez confió en un proceso de cambio, en la promesa de un país más justo y digno, y que hoy se siente traicionado por la corrupción, la ineficiencia y el caudillismo. Pero también incluye a jóvenes que crecieron entre discursos épicos y realidades mediocres; a trabajadores que ya no encuentran estabilidad; y a votantes de clase media que oscilan entre el rechazo al pasado y la desconfianza al futuro.

Sin embargo, hay que mirar más allá del porcentaje: ese 30% no es homogéneo ni estático. Entre ellos hay quienes están esperando algo. Una señal. Un nombre. Un relato. Y también están los que, con pudor o vergüenza, ocultan su verdadera intención de voto. Aquí entra en juego una variable que puede volver a sorprendernos: el voto vergonzante.

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En Bolivia, como en otras democracias frágiles, no es extraño que una parte significativa de la población no diga la verdad en las encuestas, especialmente cuando el contexto político o económico vuelve impopular una opción. Hoy, con una inflación disfrazada, escasez de combustibles, crisis de divisas y pérdida de confianza en el Estado, muchos antiguos votantes del MAS prefieren callar. Pero eso no significa que hayan abandonado del todo esa opción. En la intimidad de la urna, donde nadie escucha ni juzga, puede volver a surgir ese voto. No por entusiasmo, sino por miedo, nostalgia o costumbre.

Ya ocurrió antes. En 2020, cuando muchos analistas hablaban de segunda vuelta, Luis Arce ganó en primera con más del 55%. El MAS, pese a su desgaste, conserva una base estructural —sobre todo rural— que puede ser decisiva en un escenario electoral fragmentado. Esa base no se mide con precisión en las encuestas urbanas. Y por eso, el resultado final puede ser muy distinto al que hoy imaginamos.

Pero esa no es excusa para resignarse. Bolivia está claramente ante el ocaso de un ciclo político que aún no termina de morir, y el nacimiento pendiente de una nueva forma de hacer política que aún no se atreve a nacer. El reto no es solo ganar una elección: es reconstruir la confianza en el voto como herramienta de transformación. Y eso solo se logrará si la sociedad entera asume su rol como protagonista.

Por eso, más allá del análisis, este artículo es también una invitación. A los jóvenes, sobre todo. Porque serán ellos quienes más perderán si el cinismo gana, si el fraude acecha o si el poder vuelve a manipular el proceso democrático. Es momento de involucrarse, no solo opinando en redes, sino cuidando el voto en cada mesa, en cada barrio, en cada rincón del país.

En ese sentido, plataformas ciudadanas como cuidemoselvoto.com se vuelven cruciales. Allí cualquiera puede inscribirse como voluntario para ser parte de una red nacional de defensa de la transparencia electoral. Porque no basta con votar bien: hay que vigilar que cada voto cuente, sobre todo en un país donde las instituciones ya no garantizan nada por sí solas.

Ese “30% de nadie” no es un vacío: es un espejo. Refleja el país que somos y la democracia que aún no nos atrevemos a construir. Pero aún hay tiempo. Basta de convencernos entre convencidos, de hablarle solo a los propios, mientras la mayoría flota en la indiferencia o la decepción. Si queremos cambiar el rumbo, hay que salir a buscar a los que no creen, a los que dudan, a los que ya no esperan nada. Porque en octubre de 2025, la decisión no será colectiva sino íntima. Y, como ya ha ocurrido antes, la historia se escribirá en silencio, en soledad, en la intimidad de la urna.

 

Sebastian Crespo Postigo es MBA & Dirección de Proyectos, Economista y exdirector del Comité pro Santa Cruz.