Lo que nos dejó la fugaz candidatura de Jaime Dunn


 

En la política, a veces los hechos más elocuentes no provienen de quienes llegan más lejos, sino de quienes tropiezan en la línea de partida. Jaime Dunn no logró postularse oficialmente en las elecciones nacionales de Bolivia, pero su breve y accidentada candidatura se convirtió en una especie de espejo incómodo para el país. Un espejo que refleja no solo las fallas personales de un aspirante, sino también las exigencias, tensiones y vacíos de nuestro sistema político.



Lo de Dunn no fue un caso aislado ni una anécdota menor. Fue un fenómeno de expectativas mal calibradas, de voluntarismo mal gestionado, de discursos poderosos sostenidos por estructuras débiles. Fue, en definitiva, una candidatura fallida que nos dejó más enseñanzas de las que algunos quisieran admitir.

Cuando Jaime Dunn apareció en el radar político boliviano, generó curiosidad inmediata. No venía de los partidos tradicionales, no tenía historial de militancia, y tampoco arrastraba el discurso de siempre. Exbanquero, liberal, cosmopolita, con un dominio técnico del lenguaje económico que pocos candidatos locales ostentan, prometía romper el molde. Su aparición fue celebrada por sectores que buscaban una alternativa fresca, incluso radical. Hablaba de reducir el Estado, modificar la Constitución, atacar frontalmente el populismo. Y lo decía con una seguridad que escasea en los círculos políticos bolivianos.

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Pero terminó naufragando por no presentar a tiempo un certificado de solvencia fiscal. Es decir, no cayó por sus ideas radicales, sino por un simple papel. Y eso ya nos deja una primera y dura lección: en Bolivia, el trámite es más fuerte que el discurso. Y ahí empezaron las verdaderas lecciones.

Lección 1: La forma importa tanto como el fondo

Dunn tenía ideas. Algunas controversiales, sí, pero también coherentes dentro de su marco ideológico. El problema fue que se olvidó que en política no basta con el qué: el cómo lo es todo. En un país donde los procedimientos son a veces laberínticos, el cumplimiento de las formas no es un obstáculo técnico, sino una prueba de preparación. Si un candidato no puede tramitar a tiempo un documento básico, ¿cómo va a gestionar la administración pública nacional? La solvencia moral comienza por la solvencia legal.

Lección 2: La institucionalidad no es un capricho

Intentar inscribirse con una figura sustituta para luego “corregir” la candidatura fue un movimiento legalmente temerario. El Tribunal Supremo Electoral fue claro: no hay lugar para correcciones fuera de plazo. Aquí no hubo conspiración, sino error de cálculo. El Estado de Derecho se basa en normas que rigen para todos, incluso para los que prometen cambiarlo todo. Desestimar esas reglas, o peor aún, tratar de sortearlas, no es valentía política: es torpeza institucional.

Lección 3: Ser outsider no es sinónimo de desorden

Dunn encarnó el ideal del outsider que tanto seduce al votante desencantado. Pero ser nuevo no significa ser improvisado. Su candidatura pasó de una sigla a otra como si se tratara de una prueba de casting. ADN, MNR, PDC, finalmente Nueva Generación Patriótica. Ese zigzagueo debilitó su credibilidad. Un liderazgo real no puede construirse sin estructura política sólida ni coherencia de alianzas. La diferencia entre alternativa y aventura es la planificación.

Lección 4: Las redes no hacen campaña por sí solas

Sí, Jaime Dunn fue viral. Su discurso directo, sus videos, sus entrevistas disruptivas generaron un efecto inmediato. Pero el algoritmo no sustituye a la logística. Ningún trending topic reemplaza al cumplimiento de requisitos, ni las vistas en TikTok garantizan presencia en las urnas. Las redes amplifican lo que existe; no crean lo que falta. Y en su caso, faltó mucho.

Lección 5: El pasado no se borra con retórica

Uno de los obstáculos que enfrentó Dunn fue, paradójicamente, una deuda con la Alcaldía de El Alto, resultado de su paso por la función pública hace casi dos décadas. El detalle no sería tan relevante si no fuera porque su candidatura se construyó bajo la promesa de eficiencia, orden y transparencia. La imagen de un aspirante que no puede obtener su certificado fiscal porque tiene cuentas pendientes con el Estado, erosiona la credibilidad. La moral pública no solo se predica; se demuestra.

Lección 6: La narrativa de persecución tiene techo

Tras su inhabilitación, Dunn adoptó el discurso de víctima. Afirmó que lo excluyeron “por miedo”, que había encuestas que lo daban como favorito, que fue “un golpe a la democracia”. El problema es que esa narrativa, aunque emocionalmente potente, pierde eficacia cuando no está respaldada por hechos claros. Fue el incumplimiento de requisitos el que lo sacó de la contienda, no una maniobra oscura. Victimizarse puede reforzar un núcleo duro de seguidores, pero no expande la legitimidad.

Lección 7: El personalismo es un arma de doble filo

La campaña de Dunn giraba en torno a él. No había movimiento político real detrás, ni liderazgo colectivo, ni visión compartida. Todo giraba en torno a su figura, su estilo, su discurso. El riesgo de ese enfoque es que cuando cae el líder, cae todo. No hay herencia, ni resistencia, ni continuidad. Su inhabilitación fue el fin de la historia, porque nunca hubo más historia que él.

Lección 8: El sistema quiere renovación, pero con seriedad

La breve aventura de Dunn dejó claro que Bolivia sí está dispuesta a escuchar nuevas voces. Su impacto inicial mostró que hay un terreno fértil para discursos disruptivos. Pero también dejó en evidencia que ese entusiasmo se desvanece si no viene acompañado de rigor. La ciudadanía está cansada de lo mismo, sí, pero también está harta de la improvisación.

Lección 9: La política es una carrera de resistencia, no una explosión

En el fondo, la historia de Jaime Dunn no es una historia de censura ni de persecución. Es la historia de una candidatura que confundió velocidad con dirección. Que quiso irrumpir como cometa, pero terminó desintegrándose por falta de órbita. Las elecciones son procesos largos, complejos, exigentes. No se trata de brillar rápido, sino de construir algo que resista.

Conclusión

La candidatura de Jaime Dunn fue breve, pero elocuente. Nos mostró los límites del entusiasmo sin organización, del discurso sin legalidad, del carisma sin estructura. Fue, en muchos sentidos, un espejo de lo que aún falta madurar en nuestra política: la capacidad de combinar frescura con responsabilidad, crítica con rigor, y voluntad con preparación. Dunn no fue candidato, pero su intento fallido ya es parte del aprendizaje colectivo. Y como todo buen fracaso, si sabemos leerlo, puede ser el principio de algo mejor.

 

 

Por Misael Poper