Eran la pareja que enorgullecía al Reino Unido y daba un prurito de intelectualidad a Hollywood. La historia de Ken & Em sigue siendo hoy un ejemplo de qué hacer y qué no cuando se acaba el amor.
De entre todas las escenas memorables de Love Actually (y prácticamente todas y cada una de las escenas de la película lo son), la de Emma Thompson abriendo el regalo de su marido y descubriendo que no es el collar de ella había visto sino un CD de Joni Mitchell se queda en el corazón de todo el que ve la película. En la minicadena, Mitchell canta Both Sides Now y Thompson llora en silencio.“Esa escena es muy popular porque todo el mundo ha vivido algo así”, ha explicado la actriz recientemente. “Ken me rompió el corazón y sé lo que es encontrar un collar que no es para mí. No es que ocurriera exactamente así, pero todos hemos atravesado una situación similar”. Kenneth Branagh inició un romance con Helena Bonham-Carter cuando aún estaba casado con Thompson durante el rodaje de Frankenstein de Mary Shelley (1994), pero la infidelidad no se hizo pública hasta una década después. La historia que se contó en su momento fue distinta.Ken & Em, como eran apodados por la prensa de su país, se conocieron protagonizando la miniserie de la BBC Fortunes of War en 1987. Juntos exportaron la cultura británica: en el Reino Unido eran de la familia, en Estados Unidos un matrimonio que aportaba intelectualidad artística a Hollywood.Él fue el primero en poner la bandera como genio precoz cuando logró ser el segundo director más joven nominado al Oscar (por detrás de Orson Welles) por Enrique V a los 29 años y 66 días y, a partir de entonces, se comportó como el embajador (y casi la reencarnación) de William Shakespeare ante el cambio de siglo. Ella llegó más tarde pero llegó más lejos al conseguir cinco nominaciones en cuatro años y una victoria por la primera de ellas (Regreso a Howard’s End).Branagh y Thompson representaban un orgullo nacional al colonizar Hollywood con herramientas artísticas muy británicas y mucho británicas: Los amigos de Peter y Mucho ruido y pocas nueces (juntos) y Lo que queda del día y En el nombre del padre (protagonizadas por ella) eran producciones de Reino Unido sobre conflictos históricos y/o emocionales puramente británicos. Thompson se convirtió en una de las actrices de prestigio oficiales del planeta “de la noche a la mañana”, tal y como admiraba el New York Times, y el matrimonio iba siempre acompañado del cliché vacío “una de las pocas parejas estables de la industria”. Thompson y Branagh eran a Demi Moore y Bruce Willis lo que una biblioteca a un McDonald’s.
Emma Thompson & Kenneth Branagh on their wedding day. Bless. (via http://t.co/891LR57l2C) pic.twitter.com/afaV4Y3n8g
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— Beth Loves Bollywood (@bethlovesbolly) 27 de julio de 2013
Thompson recuerda aquella etapa como “salvaje y emocionante”. “Mi marido y yo eramos muy felices, teníamos una casa preciosa en Los Ángeles con una piscina y un coche cada uno. Estábamos a dieta, porque teníamos que estar delgados y ninguno de los dos éramos de constitución esbelta”, comenta. Mientras ella rodaba su primera película americana, Junior (donde interpretaba a la pareja de un Arnold Schwarzenegger que se quedaba embarazado, y que ella reconoce haber hecho solo por dinero pero se lo pasó en grande porque su compañero le dijo “vas a tener que hacer tú todo el trabajo, porque yo no sé interpretar”), su marido se quedó en Inglaterra dirigiendo y protagonizando la adaptación definitiva de Frankenstein (al menos así se promocionó), con Helena Bonham-Carter y Robert De Niro.El divorcio de Ken & Em evitó dejar agujeros narrativos que la prensa pudiera rellenar con cotilleos: “nuestras profesiones han hecho que pasemos largas temporadas separados el uno del otro y, como resultado, nos hemos distanciado y con gran pesar hemos decidido divorciarnos”, aseguraba el comunicado oficial. Tan británica explicación no sació a la visceral prensa norteamericana, que encontró grietas en el relato para especular con los motivos del divorcio de la pareja que más libros había leído en todo HollywoodPeople escribió “por lo visto, no había suficiente contacto entre Branagh y Thompson, o quizá es que ha habido demasiado contacto entre Thompson y su apuesto compañero en Sentido y sensibilidad, Greg Wise”. El mismo día que se anunció la separación, la actriz durmió en casa de Wise y los fotógrafos la siguieron hasta allí. A la mañana siguiente, salio a atender a la prensa en la puerta de su casa explicando que se sentía exhausta y que no era capaz de formar una frase completa.
El mismo artículo de People recordaba que meses antes Thompson había ingresado en una clínica por agotamiento y que, tras recibir una breve visita de su marido, le dijo a otro paciente “no tenía por qué haberse molestado, solo quiero dormir”. Y por supuesto se habló de la segunda causa de divorcio favorita de la prensa sensacionalista: que ella quería formar una familia y él no. Todo porque Emma Thompson había confesado que su reloj biológico estaba en marcha pero que “Ken está tan cansado que creo que sus espermatozoides van en muletas”. Curiosamente, la prensa no se planteó su primera causa de divorcio favorita, la infidelidad, a pesar de ser la correcta. Y si no lo hicieron fue porque ni Branagh ni Thompson quisieron que se enteraran.Años después Thompson (quien, por cierto, sigue casada con Greg Wise y tiene dos hijos) contaría que se pasó meses “deprimida, infeliz y arrastrándome al ordenador llevando el mismo camisón todos los días” para escribir el guión de Sentido y sensibilidad, la adaptación de Jane Austen que la convertiría en la primera persona en ganar el Oscar como intérprete y como guionista.“Empecé el rodaje muy triste, pero en cuanto comenzamos a rodar volví a la vida. Greg me rescató de la depresión en muchas maneras distintas y Sentido y sensibilidad es una de las películas más alegres que hemos hecho en nuestra vida”.“He tenido mucha práctica en eso de llorar en la habitación y luego tener que salir y parecer contenta, recomponiendo las piezas de mi corazón y guardándolas en un cajón”, reconoció en 2003, recordando la letra de aquella canción de Joni Mitchell que sonaba en la escena de Love Actually (“pero ahora hay otro espectáculo / los demás se quedan riendo mientras te marchas / y, si todavía te importa, no dejes que lo sepan / no te entregues a ti misma”).También contó que no albergaba rencor alguno (“no puedes aferrarte a algo así, no tiene sentido, no tengo energía para algo así”), que hizo las paces con Helena Bonham-Carter, “una mujer maravillosa”, y que de hecho siente que son parecidas. “Las dos estamos ligeramente locas y somos un poco torpes con la moda, quizá por eso Ken se enamoró de las dos”, bromeó después de que Branagh y Bonham-Carter se separasen en 1999.Con las perspectiva del tiempo, 24 años después de su divorcio, resulta que lo más británico que hicieron Kenneth Branagh y (sobre todo) Emma Thompson fue abordar su ruptura con una discreción que las estrellas de Hollywood parecen físicamente incapaces de mantener. Hoy, asentada como un tesoro nacional, Thompson le cuenta anécdotas fabulosas a todo el que quiera escucharlas. Algunas, incluso, siguen rellenando los agujeros de guión de su separación tantos años después como la llamada que recibió un par de años después de su divorcio por parte de Donald Trump. Un episodio que, de repente convierte su melodramática separación en una comedia grotesca.“Una vez Donald Trump me pidió salir”, soltó a bocajarro en un programa sueco. Literalmente, porque ella cuenta anécdotas allí donde le pongan un micrófono, ninguna de sus entrevistas tiene desperdicio. “¿Queréis escuchar la historia?”. Sí, Emma Thompson, queremos. “Sonó el teléfono de mi camerino y él dijo: ‘Hola, soy Donald Trump’. ‘¿En qué puedo ayudarte?’, respondí. ‘Sí, bueno, mira, me preguntaba si podría ofrecerte alojamiento en una de mis torres. Son muy acogedoras’. Yo no sabía quién era, solo le conocía por sus torres horteras”, recuerda la actriz. “Luego me propuso que cenásemos juntos porque creía que nos llevaríamos muy bien. Le contesté que me lo iba a pensar, que gracias por la oferta y que ya le devolvería la llamada. Y colgué”.Ahora, por supuesto, esa llamada es una fuente de entretenimiento en cada evento social al que Thompson acude, pero también de “desesperación existencial” porque, de haber aceptado, quizá habría alterado la línea temporal de Trump y hoy no sería presidente. “Podría haber hecho algo, podía haber cambiado las cosas de algún modo”, lamenta. Nunca sabremos qué está ocurriendo en la realidad alternativa en la que Emma Thompson aceptó cenar con Donald Trump, pero lo que sí está claro es que en nuestra línea temporal, si bien Thompson no logró cambiar el mundo, sí que hace de él un lugar mucho más entretenido.Fuente: revistavanityfair.es