Las mujeres carne de cañón del narcotráfico


INVESTIGACIÓN TRANSFRONTERIZA
Las mujeres carne de cañón del narcotráfico
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Mujeres bolivianas son capturadas a diario transportando droga en el norte de Chile. La llevan en bolsos, zapatos, enfajadas a su cuerpo o dentro de su estómago. La mitad de ellas son originarias de Cochabamba e indígenas. La gran mayoría no tiene educación secundaria completa. Casi todas son madres solteras.

Los narcos reclutan fácilmente a mujeres pobres para llevar cocaína hasta las grandes ciudades de Chile, donde abundan los consumidores y la droga multiplica su valor por 7.

Por su parte, los gobiernos de Chile y Bolivia invierten grandes sumas en la persecución del narcotráfico, pero las fiscalías de ambos países no realizan investigaciones conjuntas que permitan detener las grandes mafias; por eso, quienes caen son los eslabones más débiles de la cadena.El viaje de las mujeres bolivianas reclutadas por el narco suele terminar en un container ubicado frente a la Unidad de Urgencia del Hospital de Iquique. Ahí pueden pasar hasta 5 días sentadas en una banca, sin posibilidad de recostarse, mientras evacúan hasta el último ovoide de sus intestinos.Otras ni siquiera alcanzan a cruzar la frontera. Son arrestadas y encarceladas en la misma Bolivia, quedando presas en condiciones más precarias y por periodos más prolongados de tiempo.Bolivia y Chile no tienen relaciones diplomáticas y la tensión entre sus autoridades es histórica. Después de la demanda marítima boliviana contra Chile en la Corte Internacional de Justicia de La Haya, la relación ha llegado a su peor estado en lo que va de los últimos 30 años. Tanto es así que la reunión bilateral programada para septiembre de 2018, en la que se discutirían temas fronterizos, entre ellos la lucha contra el narcotráfico, fue suspendida por el gobierno chileno. “No está dado el clima y el ambiente para tener una reunión productiva”, dijo el canciller de este país Roberto Ampuero.Mientras tanto, las mafias siguen reclutando diariamente a personas pobres en zonas rurales, barrios vulnerables y terminales de buses. Las envían a un viaje que muchas veces termina en la cárcel.En esta investigación colaborativa participaron los periódicos EL DEBER (Bolivia); El Mercurio de Antofagasta (Chile), La Estrella de Iquique (Chile) y la plataforma periodística para las Américas, Connectas.Durante 6 meses se recopilaron los testimonios de mujeres encarceladas por narcotráfico, policías, fiscalías, defensorías y entes gubernamentales. Además, se revisaron más de 300 sentencias cursadas entre 2017 y el primer semestre de 2018 en tribunales del norte de Chile para así lograr entender el origen de este problema.

Investigación realizada por Cristian Ascencio del Diario El Mercurio de Antofagasta (Chile), Nelfi Fernández del Diario El Deber (Bolivia) y Carlos Luz del Diario La Estrella de Iquique (Chile) en alianza con CONNECTAS



Capitulo I

Los eslabones más débiles de la cadena del narcotráfico

Cientos de mujeres están siendo reclutadas por el narcotráfico para transportar droga desde Bolivia al creciente mercado consumidor de Chile. Les ofrecen hasta mil dólares por convertirse en “mulas” o “tragonas”. Una oferta tentadora para mujeres en su mayoría pobres, endeudadas y que son el único sustento de sus familias. Un problema binacional que crece en medio de las malas relaciones entre ambos países.
Elena tenía 20 años cuando aceptó ser tragona, y dos hijos, uno de 3 y otra de un año. Cuando emprendió el viaje, en enero de 2018, la bebé aún era amamantada.

Dejó a sus hijos a cargo de su hermano menor, de 17 años. También le dejó a su cargo a su otro hermano, de 7 años, y quien fue la razón para tomar el ‘empleo’ de tragona.“Acepté llevar ovoides por necesidad económica. Necesitaba para comprar una válvula para mi hermano que tenía desnutrición grave y no se alimentaba normal, por una malformación cerebral congénita”, dice Elena.Como la mayoría de las mujeres utilizadas como correos humanos por el narcotráfico, Elena es de Cochabamba y es madre soltera. Tenía un empleo parcial limpiando casas en el que le pagaban 600 bolivianos mensuales (87 dólares). Le prometieron mil dólares por hacer el viaje, lo que es igual a 3,3 salarios mínimos en Bolivia y multiplicaba por diez sus propios ingresos.“Me lo ofrecieron en un bus. Conocía a un señor que era del mismo lugar de donde yo vivía. Él me ofreció, me dijo: “Yo trabajo con eso, si querés yo te hago conseguir” y me dio un número. Era una persona mayor que yo conocía desde que era niña. No sé (si se dedica a reclutar mujeres), pero yo creo que sí (…). Lo pensé como tres semanas, pero él me presionaba, me llamaba, me preguntaba si lo iba a aceptar, “¿lo vas a llevar?” y, “al final, sí lo acepté porque era lo necesario. Necesitaba para mi hermano”.***Después de la separación de su marido, Celia Casorla perdió la tuición de sus hijos y tuvo problemas de alcoholismo. También perdió la motocicleta que usaba para trabajar como taxista en Cochabamba. “Me sentía mal, vacía. Me hacían falta mis hijos, no querían hablar conmigo. Me rechazaban (la llamada por) el celular. Y me dediqué a la bebida. Bebí, bebí, bebí, bebí, durante todo un año. Al siguiente año… ya las deudas… al final, se me venció el alquiler. Y yo, tomando nomás”.

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Celia escuchó que se “ganaba bien llevando”, así que un día decidió contactar a un traficante. “¿Conoce alguien que trabaje con Doña Blanca?”, preguntó en varios tugurios de Cochabamba, hasta que llegó al hombre que le ofreció su primer ‘contrato’.

Celia fue llevada por el narcotraficante a Pisiga, en la frontera con Chile. Ahí la hicieron tragar los ovoides. “No podía, te juro que lo vomitaba. No podía tragar. Te duele la garganta. Y qué dije: Ya que no pude dar nada a mis hijos y me dediqué a la bebida, lo voy a hacer por mis hijos, nada más por mis hijos, voy a pagar toda mi deuda y voy a hacerlo por ellos. Cada vez que no podía, tenía que acordarme de eso. ¿Sabes tomar bebida? toma esto. Y tomé. No pude todo. Me faltaba como un cuarto de kilo. No pude y le dije al señor ese: ‘Aunque no me pague todo, aunque sea la mitad me sirve, pero no voy a tomar más. No puedo más, mi cuerpo no quiere, yo quiero, mi cuerpo no quiere. ¿Qué quiere que haga?’. “Ya po’ vamos entonces, me dijo”.

Registro de un bus en el control carretero de Huara, uno de los “puntos calientes” de los decomisos de droga | Cristian Ochoa.

La policía efectúa revisiones constantes a pasajeros que bajan hacia Chile en buses que provienen del altiplano boliviano | Cristian Ochoa.

Un kilo de cocaína pura cuesta en Bolivia unos 2.200 dólares. A las ‘tragonas’ (quienes tragan ovoides de cocaína) y ‘mulas’ (quienes llevan la droga en maletas o fajadas a su cuerpo) les pagan hasta 1.500 dólares por llevar ese kilo desde Bolivia hasta Santiago de Chile, donde se venderá a 15 dólares cada gramo. Es decir, los narcos pueden obtener 15 mil dólares por el kilo si es que la venden tal como llegó. Pero, en la gran mayoría de los casos, la cocaína es mezclada con otros productos como yeso o talco para aumentar la ganancia.Las transportadoras en algunas ocasiones son acompañadas dentro del bus por un vigilante de la mafia. En otras les toman una fotografía en la terminal de buses en que se embarcan y se les entrega un teléfono celular viejo. Al llegar a la terminal de buses de destino, alguien más las espera y las lleva a una casa de seguridad.Las declaraciones de las mujeres, consignadas en las sentencias judiciales en Chile, dan cuenta de estos mecanismos.

“Viajé a comprar telas a Oruro, se me acercó una señora que me ofreció un trabajo de traslado de droga hasta Iquique. En la terminal me esperarían y me pagarían 300 dólares. La señora me tomó una fotografía para reconocerme. Debía entregar el paquete en el terminal de Iquique a esta misma persona” (extracto de declaración de C.P.H, de 30 años, quien estuvo un año presa en Chile antes de ser expulsada).

“En la terminal de Iquique conocí a una señora de nombre Margarita que me entregó mil dólares y ‘100 chilenos’ por trasladar 4 paquetes de droga hasta Calama; esta señora compró los pasajes para viajar, me esperaría en el terminal de Calama y me sacó una foto con su celular” (extracto de declaración de E.R.L., 38 años, condenada a 5 años y un día de pena efectiva).“En Pisiga dos personas me entregaron la carga y me dijeron que debía pasar la ‘tranca’. Me levanté y empecé a caminar, cuando sale una patrulla, me asusté y corrí, no pude escapar. Le dije a los señores que me suelten, que no es mía, que me la entregaron unos señores en Pisiga. No me creyeron y me encerraron (…). Me iban a pagar $1.000 dólares en la terminal de Iquique, pero no me pagaron nada. Estoy encerrada 12 meses (…) Ellos fueron el día de mi cumpleaños a mi casa, les cuento los problemas de salud de mi hija y que costaba 8 mil bolivianos, ellos piden mi número y me llaman el 17 de septiembre, diciéndome que fuera a la frontera y ahí me pasaron la droga; me llamaban por teléfono. Cuando me detuvieron me encontraron dos teléfonos pequeños, el otro me lo dieron” (extracto de declaración de F.J.C., de 43 años, estuvo presa 1 año y dos meses antes de ser expulsada).

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Francisca Fernández es antropóloga y perita de la Defensoría chilena. Esa entidad le encargó un estudio sobre los perfiles de las mujeres indígenas extranjeras condenadas en cárceles del norte de Chile. Por meses recorrió las cárceles y entrevistó a condenadas, principalmente bolivianas. Para Francisca Fernández, estas mujeres son utilizadas como material desechable por las bandas y lo ejemplifica con uno de los casos que conoció: “Tres mujeres van sentadas juntas en el bus y llevan las mismas zapatillas blancas, nuevas, con una planta alta. Era evidente que, si las vestían así, iban a ser revisadas”. La antropóloga presume que fueron enviadas para desviar la atención de las policías, mientras que al mismo tiempo por alguno de los cientos de pasos clandestinos se ingresó un cargamento más grande.

La Defensoría ha notado que en varios casos la droga es llevada tan burdamente, que es como si alguien quisiera que fuera descubierta. Para la entidad, es posible que las bandas estén usando a personas pobres para concentrar los esfuerzos de las policías en un punto, mientras se ingresan grandes volúmenes de droga por otro; o que se trata de ‘falsos 22’, un concepto que refiere el número del artículo de la Ley 20.000 (contra el narcotráfico) sobre la cooperación compensada, que algunos narcotraficantes utilizan para disminuir sus condenas.

En Chile un ‘falso 22’ es la persona que fue contratada para llevar droga o ‘cargada’ con ella, sin saber que será delatada por un narcotraficante ya preso. El narcotraficante lo delata para así acceder a beneficios. Hay casos documentados por la Defensoría respecto a ‘falsos 22’, como el de un agricultor de Oruro que solo hablaba fluidamente quechua y que fue cargado con droga en un hostal de Antofagasta. Estuvo nueve meses preso.

Otra causa que llama la atención es el de una mujer quechua que cumple una condena por narcotráfico en Chile desde hace cuatro años. Ella es uno de los pocos casos de mujeres bolivianas reincidentes. Según los documentos de su causa, la condenada tiene una deficiencia mental y es analfabeta. Fue descubierta por segunda vez portando droga en 2014, en la aduana El Loa, mientras viajaba en un bus. Su primera detención había sido en la misma aduana, por lo que un funcionario la reconoció. Llevaba la cocaína en una pizzera eléctrica.Si son distractivos o no, es difícil comprobarlo. Pero una cosa es segura, son tantas las mujeres detenidas y tanta la droga decomisada que, si el narco sigue apostando por la vía de las ‘mulas’ y ‘tragonas’ para enviar droga al sur, es porque sigue siendo muy rentable.

Gabriel Carrión, jefe de estudios de la Defensoría Regional de Tarapacá, la región de Chile donde hay más bolivianos y bolivianas capturados por narcotráfico, sostiene que la política persecutoria en Chile no busca a los propietarios de la droga, sino que se centra en los flancos débiles y descartables, los transportadores al por menor. “Los fiscales optan por una opción práctica: buscan condenar a quienes llevan la droga, y si les preguntan por los dueños de la droga, explican que no les corresponde (perseguirlos) porque tendría que realizarse una investigación extraterritorial”.

Aunque las policías chilena y boliviana afirman que sí se comparten entre ellas la información recopilada en las detenciones de ‘tragones’ y ‘mulas’; la Fiscalía de la región chilena de Tarapacá reconoce que no se han realizado investigaciones transnacionales. El fiscal regional de Tarapacá, Raúl Arancibia, dice: “Hasta la fecha en la región no hemos tenido investigaciones de tráfico de droga en la que hayamos trabajado con la Fiscalía boliviana”.

Aunque el conflicto data de principios del siglo XIX, cuando Bolivia perdió su salida al océano Pacífico en un conflicto bélico, estos países sudamericanos -vecinos por 850 kilómetros de frontera- desde hace 40 años tienen rotas sus relaciones diplomáticas. En marzo de 1978 retiraron a sus embajadores y en los últimos cuatro años el ambiente se enrareció aún más, luego de que Bolivia interpusiera una demanda ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya para obligar a Chile a dialogar sobre una salida soberana al mar.

Esta situación llevó a que una reunión para hablar justamente sobre temas fronterizos, entre ellos la lucha contra el narco, fuera suspendida. El 3 de septiembre, dos días antes del encuentro, Chile dijo que las condiciones no estaban dadas para la cita y un mes después, el primero de octubre, La Haya falló en contra del pedido boliviano. Desde entonces los líderes de ambos países se lanzan dardos por las redes sociales y medios de comunicación sin concretar una agenda bilateral.

Una gendarme cierra la puerta del pabellón de condenadas en la cárcel de Antofagasta | Matías Quilodrán.

Mujeres en la cárcel de Iquique se comunican con sus familiares a través de teléfonos públicos | Matías Quilodrán.

Biblia abierta en el salmo «La Conducta Correcta», en la sala de costura de la cárcel de Antofagasta | Matías Quilodrán.

Mujeres cuelgan ropa en las ventanas de la pequeña cárcel de Antofagasta | Matías Quilodrán.

Celia Casorla recuerda que el primer carabinero que se subió al bus se acercó a ella y le preguntó qué llevaba en la botella de yogurt.-Yogurt, obvio -le contestó.-Entonces tome un sorbo -le dijo el carabinero.

Celia abrió la botella tratando de que no se le notaran los nervios y tomó un trago grande. La cocaína iba al fondo del frasco, envuelta en plástico y bien apretujada. No se soltó. El carabinero continuó de largo y Celia respiró un poco más tranquila.

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Elena tragó gran parte de los ovoides en Oruro, Bolivia, y viajó hasta la frontera acompañada de un vigilante del dueño de la droga.En Pisiga tragó el resto de los ovoides en un hostal clandestino donde pagó 25 bolivianos por pasar la noche, aunque esa noche no durmió.En la madrugada cruzó hacia Chile por un costado de la Aduana. A lado y lado de esa Aduana hay una pampa eterna que tiene varios apodos puestos por los lugareños del pueblo de Pisiga. “El hueco” y “la tranca” son los más comunes.

Caminó por la misma ruta usada por los contrabandistas de frutas y verduras, de ropa, de automóviles, de droga y los coyotes que llevan migrantes hacia ‘el sueño chileno’.Llegó al amanecer hasta un pequeño paradero de buses en el pueblo de Colchane, Chile, donde unas comerciantes con polleras ofrecen sus productos a los viajeros.

Elena tomó el primer bus a Iquique y en Iquique, otro más hacia Antofagasta. Ya llevaba más de 24 horas con los 98 ovoides en su estómago. En ese tiempo no pudo tomar más que agua y refresco. Comer algo sólido le haría expulsar la codiciada carga.

En el control aduanero El Loa, a tres horas de su destino final, la revisó un funcionario de Aduanas.-¿Estás llevando los huevitos?-No, no, no.-Estás llevándolos, tienes que decirlo, estás muy nerviosa.“Luego me dijo que lo reconozca por el bien de mis hijos, que esto no era permitido y que lo aceptara, y que me iba a ayudar en algo si lo aceptaba. Al final lo reconocí. Ya no podía más, mi conciencia ya no me dejaba y dije: ‘Sí, estoy llevando’”.

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Ser un pasajero boliviano en un bus dentro de Chile es ser sospechoso y, por ende, las posibilidades de ser revisado por la Policía son mayores.María Avendaño estuvo presa en Chile dos años y seis meses, hasta que fue absuelta.En 2007 fue detenida en un bus cerca de la frontera, mientras viajaba con su hijo. La acusaron de ser la dueña de una maleta que portaba 23 kilos de cocaína y un overol blanco de hombre.Después de que la maleta fue encontrada en medio de una revisión rutinaria, la policía le preguntó al auxiliar del bus quién era el propietario, y éste aseguró que era María. Ella lo negó. No le creyeron y fue apresada.Para la Defensoría Penal Pública este caso es un ejemplo de un trabajo policial mal realizado y de agentes gubernamentales dejándose influenciar por los prejuicios. “No se levantaron huellas desde el bolso o muestras de ADN para vincular de alguna forma a la imputada con la propiedad del equipaje”, explica la Defensoría Penal Pública en el documento Proyecto Inocentes, que recopila historias de personas detenidas por error en Chile.El hijo de María, médico de profesión, fue dejado en libertad, pero debió quedarse a vivir en Chile para no alejarse de su madre. Trabajó dos años y medio en una farmacia hasta que su madre, quien fue sometida a un juicio oral, fue absuelta.De haberse declarado culpable, María Avedaño podría haber estado mucho menos tiempo en prisión. A lo mucho 431 días. Los bolivianos que reconocen culpabilidad en delitos con penas inferiores a los 5 años de prisión pueden acceder a la expulsión del territorio nacional, con la condición de no volver a Chile durante un periodo de 10 años.El 93% de las 325 bolivianas condenadas en el norte de Chile, entre 2017 y el primer trimestre de 2018, accedió a este beneficio. Ellas tuvieron un tiempo promedio de encarcelamiento de 7,5 meses, esto según un análisis de las sentencias del Poder Judicial contra mujeres bolivianas en el norte de Chile en 2017 y primer trimestre de 2018.

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Según los datos de la Defensoría de Tarapacá, un 58% de las 180 mujeres bolivianas condenadas en 2017 declaró ser indígena. En su mayoría fueron recluidas en la cárcel de Alto Hospicio, a 230 kilómetros de la frontera con Bolivia.Alto Hospicio es una de las comunas más pobres de Chile. Está en el puesto 76, entre 90 ciudades, en el Índice de Calidad de Vida Urbana realizado por la Universidad Católica de Chile. Nació como un conjunto de ‘tomas’ en el sector alto de la ciudad de Iquique y está unida a ésta por una sola vía que culebrea por la Cordillera de la Costa.No es una comuna turística como la vecina Iquique, sino más bien industrial, pero a pesar de lo agreste del paisaje, las mujeres bolivianas que llegan hasta la cárcel de Alto Hospicio tienen algunas ventajas si se compara su situación con la de sus coterráneas que caen en otras prisiones chilenas. La primera es que en ese penal hay más bolivianas presas que de cualquier otra nacionalidad, incluida la chilena, lo que les significa sufrir menos episodios de discriminación de parte de otras internas. “Ellas conforman comunidades de connacionales”, afirma Gabriel Carrión, abogado de la Defensoría chilena.Otra ventaja es que en la región de Tarapacá, la Defensoría creó una unidad especializada en la defensa indígena, lo que permite contar con intérpretes en algunos casos en que las mujeres imputadas no hablan español.Gabriel Carrión explica que su organismo debió contratar un defensor especializado y una facilitadora intercultural, lo que ha permitido reducir los tiempos de tramitación de las causas y, sobre todo, que las mujeres accedan a información. “Es que por regla general la mujer boliviana cumple las reglas y la disciplina. Es de bajo perfil. Tanto así que a veces ni siquiera se dan cuenta de las vulneraciones”, advierte Carrión, quien también es boliviano.

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-Casi todos los días hay alguna detención – asegura el sargento Ramiro Ahumada, de la brigada de Carabineros encargada de la persecución del narcotráfico, el O.S.7. -En la madrugada siempre cae algo -agrega.El sargento Ahumada ha prestado sus últimos años de servicio en el control carretero en Huara, un pueblo rodeado de nada a 100 kilómetros de la frontera con Bolivia. Ahí se encarga de revisar los buses que bajan desde el altiplano.-Es experto en detectar a los que vienen con ovoides, los reconoce al tiro -dice el teniente Gustavo O’ Ryan, su superior jerárquico en el O.S.7, pero que parece más joven que el sargento Ahumada.-Es que vienen con señales que uno ya detecta con la práctica, obviamente no le puedo dar los detalles -dice el sargento con una leve sonrisa de orgullo.

Algunos rasgos característicos de una persona que lleva ovoides en su cuerpo son: sequedad en la boca y los ojos, producto de la deshidratación. Además de hinchazón en la barriga. Y nerviosismo.-Lo que da más pena es cuando las mujeres vienen con niños. A veces con guagüitas de ocho meses. Hay que decirle a una mujer carabinera que se quede con los niños mientras se hace el procedimiento. Los niños no tienen la culpa de lo que hacen los padres -dice el sargento.

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Cuando detuvieron a Elena la llevaron hasta un container, justo frente a la Unidad de Urgencia del Hospital Regional de Iquique. Ahí estuvo dos noches, mientras evacuaba los ovoides.En el container debió estar sentada todo el tiempo en una banca. No había camillas donde recostarse. Le dieron agua y sopas. Nada sólido. De esa forma se evita que los ovoides salgan muy sucios.-No es sólo desagradable para los detenidos estar ahí -dice un policía -Hay que sacar los ovoides con guantes de la bacinica y lavarlos. El olor dentro, sobre todo cuando hace mucho calor, es desesperante -describe.Mientras estuvo en el container, Elena vio pasar a otros cuatro detenidos por ahí. Tres hombres y una mujer. Todos ellos bolivianos.Después de que evacuó el último ovoide, le dijeron que tenía derecho a avisar al consulado boliviano de su situación para que éste, a su vez, avisara a su familia en Bolivia. Como la mayoría de las ciudadanas bolivianas que son detenidas en Chile, Elena prefirió que no. Durante los meses que estuvo en la cárcel en Chile, no habló por teléfono con ellos ni recibió visitas.-Yo pedí al consulado que no avisaran. Ellos van a querer venir, yo sé que no tienen plata para venir acá y esa plata sirve para mis hijos o mi hermano.Elena no tuvo noticias de su familia, excepto por una.-Me llegó una carta de Bolivia, que una señora me la trajo. Yo le mandé una carta a su hija, su hija habló con mi hermana y mi hermana me mandó la carta y me mandó plata. Es mi hermana mayor. En la carta decía que mi hermano menor, el de la enfermedad, falleció. Ahí me enteré que mis hijos estaban con ella y mi otro hermano también. Mi hermano pequeño, que era como mi hijo, falleció el 2 de julio.

En la cárcel de Alto Hospicio, en el norte de Chile, hay más mujeres presas bolivianas que chilenas I Arturo Morales.

Después de ser apresada, Elena estuvo ocho meses en la cárcel de Alto Hospicio I Arturo Morales.

Después de tomar el sorbo desde el envase de yogurt, Celia Casorla respiró más tranquila. Hasta que unos asientos más atrás los policías descubrieron a un hombre boliviano con droga. Una policía volvió a sospechar de ella y la hicieron bajar del bus.-¿Qué lleva ahí?-Yo creo que ya sabe qué es.-¿Sabía que por esto va a ir detenida?-Sí ya sé.

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“Siempre digo: ‘Yo iba a pasar’”, exclama Celia Casorla al recordar el día que la detuvieron en el control carretero de La Negra, a la salida sur de la ciudad de Antofagasta, el 10 de diciembre de 2017.Sobre la garita de La Negra, dice que la mayoría de sus compañeras en la cárcel cayó ahí mismo. “Dan ganas de quemar ese lugar”, recalca entre risas.La cárcel femenina de Antofagasta -donde Celia pasa sus días desde que la atraparon- es un exconvento que aún tiene una figura de la virgen en el hall de la entrada. Su patio interior mide 12 metros de largo por 6 de ancho. Las mujeres visten chalecos y polainas de lana. Conversan. Unas ríen. “Sáqueme una foto, quiero salir en la tele”. Una se seca las lágrimas en una esquina, mientras una amiga la consuela. Algunas tejen. Otras están en círculo escuchando a un hombre de unos 50 años que tiene una biblia en la mano.El patio es húmedo, frío, estrecho, rodeado de alambres de púas, pero está pintado de rosado.Detrás del patio están las ventanas de las celdas. En los barrotes cuelgan poleras, calzones y sostenes. “El espacio para colgar ropa es muy pequeño, así que la ropa interior la cuelgan ahí”, explica una gendarme. Además, en esas ventanas llega mejor el calor del sol.Las sillas del patio son iguales a las de cualquier escuela pública. Uno de los respaldos de las bancas tiene este mensaje: “Patio Bolivia”. La frase fue escrita con plumón negro. Después de las chilenas, las bolivianas son la nacionalidad más común en esta cárcel.“Somos 20 bolivianas aquí”, comparte el número exacto Celia.A ella la descubrieron porque el auxiliar del bus en que viajaba alertó a los carabineros de La Negra que un pasajero, que estaba sentado más atrás que ella, olía a excremento. El viajero había expulsado ovoides en el baño del bus y se los guardó. Sospecharon de Celia porque tenía una botella de yogurt de la misma marca que la del pasajero descubierto.-Algún día me voy a encontrar con el muchacho y le voy a decir: “Por qué no te limpiaste bien el culo, yo estuve en la cárcel”.

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Maribel, de 25 años, fue detenida en Santiago el 24 de julio de 2017 y 12 meses después fue puesta en la frontera, expulsada de Chile y con orden de no ingresar a ese país en un plazo no menor a 10 años. Es de Potosí, una de las zonas más altas de Bolivia -a 4.067 metros sobre el nivel del mar- pero confiesa que, al llegar a la frontera, a 3.695 metros sobre el nivel del mar, después de estar tanto tiempo en Santiago, se sintió un poco mal.

La llevaron en un jeep de la Policía de Investigaciones, acompañada de cuatro agentes.De Chile no se lleva buenos recuerdos. Dice que en la cárcel donde estuvo, el trato no era bueno y no estaba acostumbrada a la comida. Asegura que el viaje a Chile lo hizo para juntar dinero y estudiar ingeniería en la universidad. Le ofrecieron 1.500 dólares. “Sí, estoy arrepentida”, dice lacónica y con una breve sonrisa muy tímida.

Junto a ella, está Carmen, de 27 años, quien fue expulsada el mismo día. En su caso asegura que la cesantía la llevó a aceptar transportar la droga. “Tengo tres hijos, llevaba un año sin trabajo, en Chile había trabajado en la fruta, en Melipilla. Me ofrecieron llevar a Santiago y me darían 1.500 dólares. Eso son como seis meses de sueldo en Bolivia”.Ambas no se conocían en Potosí, pero hicieron el viaje juntas y fueron atrapadas en el mismo hospedaje de Santiago, mientras estaban evacuando. En ese procedimiento también cayó preso un chileno, quien era el encargado de recibir la droga y pagarles.

El chileno estuvo seis meses en prisión y salió a la calle, con libertad vigilada, mientras que las jóvenes bolivianas estuvieron el doble de tiempo en la cárcel.Maribel y Carmen fueron expulsadas el 1 de julio de 2018. Esa misma semana el gobierno chileno anunció la aceleración de los procedimientos de expulsión de extranjeros infractores de ley. Las imágenes en la televisión mostraron cómo por el mismo paso fronterizo de Colchane-Pisiga, fueron expulsados cientos de bolivianos que llegaron en buses procedentes de distintas cárceles de Chile. La causa de su encarcelamiento era la misma: tragones o mulas.

Según el Ministerio del Interior de Chile, entre 2013 y 2017 fueron expulsados 6.185 extranjeros.Esta lista la encabeza Bolivia con 3.070 deportados. Le sigue Perú, con 1.214, y Colombia, con 1.174.

Carmen es trasladada hacia la frontera. Estuvo un año presa en Chile. Al volver a Bolivia quedará en libertad, pero no puede volver a Chile en 10 años I Cristian Ochoa.

Maribel y Carmen fueron expulsadas el mismo día en el paso de Pisiga-Colchane. Ahí tomaron un bus hacia Potosí I Cristian Ochoa.

Aunque más del 90% de los casos las condenadas bolivianas por narcotráfico son expulsadas de Chile, y así ese país se ahorra los más de mil dólares mensuales que cuesta al Estado mantener un preso, Elena está preocupada porque su juicio aún no se realiza. Es julio y ya ha pasado casi medio año desde que fue detenida.Según ella, al magistrado que vio su caso no le gusta dar expulsiones antes de que la detenida pase por lo menos seis meses en la cárcel.-El tribunal dijo que yo tengo que cumplir los seis meses, y que él no aceptaba un (juicio) abreviado antes de los seis meses. Eso entendí porque ahí hablan muy rápido y no se entiende. No puedo decir nada, no tengo opinión de nada ahí, nos traen de vuelta aquí a la cárcel, al hogar, dulce hogar, le decimos.Un abogado defensor comenta que algunos jueces están actuando así porque consideran que si a los transportadores de drogas se les expulsa muy rápido “no aprenden la lección”.-Pero yo no lo volvería hacer por nada. Porque yo necesito estar con mis hijos. Yo sé que ellos son chiquitos y todo lo que he hecho, y me arrepiento mucho de cometer este ilícito, por traer aquí todo eso, era por necesidad -dice Elena.Durante esta investigación se revisaron 325 sentencias de mujeres bolivianas condenadas por narcotráfico en cárceles del norte chileno. En el 98% de los casos ellas nunca antes habían cometido un delito, ni en Chile, ni en Bolivia, ni en ningún otro país, tal como Elena.

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Celia Casorla después de admitir responsabilidad y cooperar con la investigación, fue condenada en juicio abreviado a cinco años de prisión, pero su condena fue conmutada por la expulsión.Una fría mañana de agosto, algo extraña para una ciudad desértica como Antofagasta, pocas semanas antes de que la expulsión se cumpliera y fuera llevada a la frontera en un bus, Celia relató su historia para este reportaje. Fue la única que quiso hacerlo mostrando su rostro. “Esto puede servir a otras mujeres para que no les pase los mismo”, dijo.-¿Tu familia sabe que estás acá?-Sí, me da miedo…-¿Por qué?-Yo tengo más miedo a mis hermanos, porque nos hemos criado nosotros no más, solo mi mamá y mis hermanos. Mi mamá lloró harto cuando yo estuve acá. Vino dos veces. La primera que vino llegó tranquila. La segunda que vino quisieron asaltarla. Si yo no hubiera estado aquí, mi mamá no iba a correr nada de eso. Qué tal que por venirme a ver a mí le hubieran hecho daño. ¿Y la conciencia?-¿Tus hijos saben que estás acá?-No.-¿Cómo vas a enfrentar eso, cómo se lo vas a contar?

-Tengo guardado algunos papeles de la abogada, algo que diga que sí estuve, aunque sea para mis hijos. Porque quiero ir a pelearlos, esta vez quiero pelearle al papá de mis hijos, por lo menos a salir con mis hijos. Porque son mis hijos, quiero estar con ellos, su infancia me la estoy perdiendo. La adolescencia no es lo mismo. Cuando son niños te dan besos, abrazos, sin vergüenza, y cuando grandes lo primero que van a decir es: “¿Por qué me vienes a pedir ahora, si cuando era niño ni siquiera estabas?”- ¿Qué será lo primero que harás cuando llegues a Bolivia?-Abrazar a mi mamá y pedirle perdón por haberle dado preocupación y después ir a ver a mis hijos y explicarles el por qué no he aparecido, por qué no he llevado material escolar, por qué no estuve en sus cumpleaños… explicar.

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Elena está parada a los pies de una tumba en un cementerio del Chapare, Bolivia. Es el mediodía de un caluroso día de octubre. Se abanica con las manos. El viento ha dejado de soplar y el bochorno hace que una gota de sudor le surque la frente, luego otra y otra.Un 13 de septiembre fue dejada en la frontera con el compromiso de que no vuelva a poner un pie en Chile en 10 años. Después de someterse al control en Migración en Bolivia, de que revisaran si tenía o no antecedentes en su país, quedó en libertad. Lo primero que quería era volver a casa, abrazar a sus hijos, recuperar el tiempo perdido, pero no sabía cómo. No tenía un peso en el bolsillo.Telefoneó a un familiar para que le prestara dinero para el pasaje y así tomó el primer bus a Cochabamba. Llegó de noche. Hacía frío y tenía hambre, pero no tenía dinero. Se quedó en la terminal. Al día siguiente su hermana, la que había cuidado a sus hijos, llegó a su rescate.La última entrevista para esta investigación la da junto a la tumba de su hermano, Lázaro, quien falleció cuando ella estaba en la cárcel de Alto Hospicio y por quien hizo ese viaje a Chile cargando droga.El panteón está alejado del pueblo. Mejor así, Elena quiere pasar inadvertida, que los vecinos no se enteren de que está hablando con periodistas.Los siete meses y 15 días de reclusión en Chile le han marcado un profundo abismo. Sus hijos, pese a su corta edad, la ven como a una extraña. Le llaman mamá a su hermana.-Cuando llega mi hermana corren a su encuentro, la abrazan. Eso me duele. Tengo que recuperarlos. Estoy buscando trabajando.Sabe que ‘aquel viaje’ no sirvió para nada. No pudo despedir a Lázaro, sus hijos están distantes y quedó con recuerdos que quisiera olvidar, pero no puede.Tiene muy presentes dos escenas: la primera, cuando la detuvieron.“Ya llegó otra narcoburra”, le dijo una agente de Carabineros.Esa sería la primera vez, pero no la última en la que se referirían a ella con ese término.- “¿Ustedes creen que Chile es como su país? ¿corrupto? Aquí no somos así, de aquí no saldrás libre”, me dijeron. Me sentía mal. Estaba sola, sin ninguna visita, mi familia no podía, no tenía dinero.Elena ahora traslada sus pensamientos a la cárcel de Iquique.- ¡Uhhhh! Está llena de bolivianas. Hay de todas las edades, pero en su mayoría son jóvenes. Hay quienes no hablan español, solo quechua. Hay también mujeres de pollera. Es duro.La segunda escena que recuerda está relacionada con los primeros días su detención. Estaba en el container afuera del Hospital de Iquique, donde Chile recibe a las ‘tragonas’ para que expulsen la droga.-La policía nos llevó a los que estábamos allí a una sala del hospital para que veamos a un hombre que se estaba muriendo porque se le habían reventado (las cápsulas) en su estómago.-Quería -continúa relatando Elena- que veamos las consecuencias de lo que habíamos hecho. Nos decía que, si a nosotros no nos importaba nuestra vida, a ellos sí.A su vuelta al Chapare, Elena hizo algo que no sabe explicar bien por qué. Fue a buscar al hombre que la metió en el lío. Quería que le reconociera, en dinero, el tiempo que estuvo encarcelada, pero no encontró nada más que la noticia de su desaparición desde ya hace tres meses.

Elena visita la tumba de su hermano, quien fue la razón para convertirse en “correo humano” del narco I Alexander Vidal.

Capitulo II

Cazadas a medio camino

Para mulas y tragones ser capturados antes de cruzar la frontera puede transformarse en una pesadilla, peor que estar en prisión en Chile. Las condiciones carcelarias son más precarias y los tiempos de condena efectiva mucho más largos. El Gobierno de Bolivia reconoce la “feminización” del narco como consecuencia de la pobreza. Una mujer encarcelada significa una familia sin sustento ni protección. Judith, quien recibió una amnistía por su cárcel terminal, y Laura, quien está condenada a ocho años de prisión y cuyos hijos ahora están separados, relatan sus historias.

Judith sabe que sus días están contados. A la muerte no le llama por su nombre, prefiere compararla con un gran viaje que la traslade a un lugar donde sus hermanos sí tengan pan para llevarse a la boca, donde su madre no sea una alcohólica y donde, en vez de trabajar cosechando y empacando bananas en el Chapare, pueda estudiar abogacía. Un lugar donde a su cuerpo no se lo devoren unas células cancerosas, esas que aliadas a su pobreza la obligaron a fajarse un kilo de droga a la espalda y luego, una madrugada de abril de 2018 cuando el viento bajaba a tropel por las montañas de Challacollo y el frío le atenazaba hasta las vísceras, le quitaron su libertad.

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– En primer lugar mi nombre es Judith, tengo 27 años. Nosotros somos siete hermanos, yo nací cuando mi mamá era soltera. Ellos son mis hermanastros, su padre murió cuando yo tenía 19 años. Luego, a mis 24, me detectaron el cáncer…

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Judith no sabe que antes, durante y después de que respondiera ese primer mensaje de texto, al otro lado del teléfono celular había una periodista que temía que mandara la entrevista al diablo. No sabe tampoco que antes de que se ejecutara el ‘plan C’ para contactarla, porque el ‘A’ y el ‘B’ fallaron, había averiguado gran parte de su vida. Por ejemplo, dónde nació, dónde estudió, quién era su madre, cuándo le diagnosticaron el cáncer, cuándo la extirparon los senos, dónde y con quiénes estaba cuando adosó los 1.050 gramos de cocaína a su columna vertebral, ahí mismo dónde el cáncer también había hecho metástasis.

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-Me decía el juez que en la audiencia pudo percatarse de los dolores intensos que usted sufría.- Si, dolores de hueso. No dormía bien, tal vez el frío. Ahí adentro es terrible.

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“Ahí adentro” es la cárcel de San Pedro de Oruro, un armatoste de dos pisos cuyo reemplazo se empezó a construir hace una década, pero su inauguración aún se hace esperar. Hasta agosto de 2018 albergaba a 896 presos cuando su capacidad es para 250.Aunque las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para el Tratamiento de los Reclusos señalan que durante su privación de libertad a los vulneradores de las leyes se les debe proveer condiciones razonables de habitabilidad, los que están en San Pedro viven como sardinas en lata. Bolivia se encuentra entre los diez países con mayor sobrepoblación carcelaria en el mundo y es el cuarto a escala latinoamericana. En 2017 el hacinamiento en las cárceles había superado el 256%. Y «ahí adentro» Judith es una sardina más. En la sección 5 comparte espacio con otras 118 mujeres, de esa cantidad 60 -al igual ella- están encerradas por delitos relacionados con el narcotráfico.

Como ella, la mayoría fue cazada a medio camino cuando intentaban con todos sus miedos, enfermedades suyas o ajenas, necesidades económicas apremiantes y cargos de conciencia a cuestas, perforar la frontera e ingresar con droga a Chile. Ellas, los eslabones débiles de la cadena perversa del narcotráfico, están purgando condenas mientras los ‘peces gordos’ siguen operando a sus anchas y utilizando a más mujeres como correos humanos.

Solo para tener una idea, el año pasado en Chile 365 bolivianas, según datos analizados del Poder Judicial de Chile, fueron apresadas por traficar droga. Todas ellas, excepto dos, no tenían antecedentes penales y habían salido de Bolivia con los ovoides en sus estómagos o con la droga fajada en sus espaldas, piernas, glúteos, senos o embutida en sus tacones o en conservas de alimentos y botellas de bebidas, además de otros métodos ingeniosos de camuflaje que cada día ponen a prueba el trabajo de detección de los agentes antinarcóticos de Chile y Bolivia.

Si Judith no hubiera ‘caído’ en Challacollo, al inicio de la ruta que conecta a Oruro con Chile, podría haber pasado a engrosar las estadísticas chilenas, pero si simplemente hubiera llevado ‘el paquete’ a su destino, Iquique, con los mil dólares que le iban a pagar habría podido comprar dos dosis y media de Zoladex, el medicamento que le ayuda a amortiguar el avance del cáncer.

Si el ‘paquete’ -continuando con la misma hipótesis- hubiera llegado al redituable mercado de Chile, uno de los mayores consumidores de cocaína y marihuana de América, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, esa cocaína se habría sumado a la cadena de la drogodependencia y, como dice la secretaria de Seguridad Ciudadana de Oruro, Sandra Soto, eso ya afecta al sistema mismo porque tiene “un espectro de amplificación muchísimo más grande” e incide, por ejemplo, en la seguridad ciudadana, en que se puedan cometer otros hechos delictivos, y en la salud.


Chile es uno de los mayores consumidores de cocaína y marihuana de América, según la ONUDC


Sobre las muertes relacionadas con el consumo de sustancias controladas, el Informe Mundial de Drogas de 2018 de la ONU da cifras alarmantes: a escala mundial, aumentaron en un 60 % entre 2000 y 2015. Los números cuadran de ida y vuelta. Chile como consumidor y Bolivia como productor porque si se habla de la producción mundial de cocaína, alcanzó en 2016 el nivel más alto jamás reportado, con un estimado de 1.410 toneladas. La mayor parte de la producción proviene de Colombia. Bolivia ocupa el tercer lugar. Pero… volvamos a la historia de Judith, que hay ‘más tela por cortar’.

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– ¿Es cierto que el hacinamiento es tal que deben dormir hasta de a tres por cama o en el piso, en colchones de paja?-Sí, yo pienso que la prensa debería entrar ahí adentro más seguido. Hay muchas mujeres que sufren.

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Una de esas mujeres que sufre es Laura, a la que Judith conoció en ‘aquel viaje’ que terminó en la cárcel de San Pedro.Cuando cayó la noche del domingo 8 de octubre, después de liarse con cinta masquin cada una un paquete de cocaína, en la terminal de Sacaba, Cochabamba, se montaron a un bus que las condujo a la ciudad de Oruro. Así mataron los 215 kilómetros de distancia que hay entre el corazón geográfico de Bolivia y uno de los tres departamentos con los que este país comparte 850 kilómetros de frontera con Chile.

Es la misma frontera por donde – en palabras del ministro de Gobierno, Carlos Romero – se realiza el mayor movimiento poblacional y económico, en comparación con Perú, Argentina, Paraguay y Brasil, también vecinos del país que es gobernado por el líder cocalero Evo Morales. Judith y Laura no cumplieron su objetivo de atravesar este punto fronterizo, apenas habían comenzado a trepar la cadena de montañas del altiplano andino hacia Pisiga, el último pueblo boliviano en cuyos límites con Colchane comienza Chile, cuando una patrulla de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico detuvo al ‘rapidito’ en el que iban.

En Challacollo, tierra de los antiguos Urus, las indómitas montañas son las únicas que se yerguen imponentes ante las temperaturas bajo cero y los 3.700 m.s.n.m. Justo ahí, cuando la primera corriente de aire le golpeó el rostro al descender del vehículo de transporte público, a las 3:20 de la mañana del lunes 9, Laura supo que todo estaba perdido. Se arrepintió de no haber hecho caso a sus ‘corazonadas’, a la lógica y a la súplica de su hija mayor, de 13 años, la única que sabía del viaje aquel.

“¿Un paquete en mi espalda? Cualquiera que lo toque sabría que ahí había algo raro. Ese no es el mejor lugar para esconder ‘eso’”, reflexiona ahora en la cárcel de San Pedro. Nadie le quita la idea de la cabeza de que alguien ‘las vendió’, es decir, que fueron utilizadas como ‘carne de cañón’ para distraer a la patrulla antinarcóticos.

Sus dudas se las transmitió a Judith mientras ésta le acomodaba el ‘ladrillo’ en la espalda. Nunca se habían visto antes. Solo harían ese viaje y después cada quien jalaría para su lado. La una pensaba en sus medicamentos y la otra, en los tres meses de alquiler sin pagar, en las 15 papas que quedaban en la cesta, en los uniformes de colegio para sus hijos, en la operación de su ojo y en que los mil dólares que le pagarían en Iquique solo sería capaz de reunirlos trabajando medio año vaciando cementos en construcciones de Cochabamba. La pregunta quedó en el aire y ninguna exteriorizó su calvario. En fin, en ese tipo de negocios las preguntas están demás y no vas a buscar amigos.- ¿Qué tiene ahí?Es la sargento Susana Mamani que ya está revisando a Laura. Judith sigue en el minibús.-Tengo problemas en la columna por eso me he fajado.

La sargento sabe que la mujer miente, lleva años perfilando a mulas del narco y sabe que en esa espalda el problema no es con la columna. En ese frío gélido le ordena que se quite los abrigos y la faja. Laura empieza a tiritar. Acaba de asimilar que, con esos 1.200 gramos de cocaína, que hasta entonces no sabía que estaban repartidos en 95 ovoides, comenzaba un nuevo calvario lejos de su razón de vivir: sus hijos. Ahora -ya lleva medio año encerrada en San Pedro- cree que el obedecer a Judith aquella madrugada le provocó graves repercusiones a su nueva situación jurídica.

-Me dijo que me calle, que no delate a los que nos dieron ‘eso’, que estando ellos libres tal vez nos podrían ayudar. Eso nunca sucedió. Yo tenía miedo por mis hijos, que algo les puedan hacer. Ahora tengo una condena de diez años y ella, libre. Si hubiera colaborado, mi condena bajaba a ocho y calificaría al indulto.

En una madrugada de agosto agentes antinarcóticos, en Challacollo, revisan a pasajeros de un minibús que hacía la ruta Oruro-Pisiga | Emilio Huáscar Castillo

En abril de este año, Evo Morales promulgó un decreto supremo para dar indulto y amnistía a los privados de libertad y así desahogar las saturadas cárceles bolivianas. El juez Germán López, que le dio una condena de diez años a Judith y Laura, señala que los mayores beneficiados con este instructivo presidencial “sorprendentemente” han sido los presos por transporte y suministro de sustancias controladas, cuyas condenas eran igual o menor a los ocho años.De hecho, desde marzo hasta agosto abandonaron San Pedro 15 hombres y 5 mujeres, entre ellos Judith.Sobre las dudas de Laura, que si el colaborar con información de la organización criminal que la captó le ayudaría a atenuar su pena, el exfiscal antinarcóticos Joadel Bravo dice que eso no es tan así, que en Bolivia delatar a los ‘peces gordos’ del narco no se traduce en atenuante y que, lamentablemente, hay casos en los que esto significa firmar una sentencia de muerte con los criminales.Sin embargo, cree que si el detenido pudiera ‘negociar su condena’, como en la “Ley de Lucha contra la Corrupción Marcelo Quiroga Santa Cruz” de 2010, a cambio de brindar información y si se lo protegiera, significaría un avance sustancial en el desahogo de las cárceles y en la lucha contra el narcotráfico.

Sobre los ‘peces gordos’ que la captaron, Laura no ha soltado hasta ahora una media palabra a las autoridades. Cuando, en agosto, les tocó su audiencia de sentencia habían acordado con Judith confesar la verdad.-Me quedé fría. Al inicio de la audiencia me entero de que ella se sometía a un proceso abreviado y que así conseguiría el indulto por su enfermedad. Lo único que pensé fue en mis hijos, en que si yo hablaba algo les pueda pasar. A mí, no importa lo que me hagan, ya viví muchos años de violencia con el padre de mis hijos, el mismo que me cortó la cara.

Tiene una cicatriz en el pómulo derecho, justo debajo del ojo que fue operado por una desviación ocular por catarata traumática, pero la intervención quirúrgica no salió del todo bien. Y como no veía bien no pudo continuar con su empleo en una empresa peladora de pollos en Cochabamba, donde ya se había rebanado un pedazo de un dedo y uña. Lo que le quedó fue tomar el trabajo de ayudante de albañil, tenía tres hijos bajo su responsabilidad y necesitaban comer, vestirse e ir al colegio. Cuando el frío otoñal se hizo más acuciante, la artritis le inmovilizó las manos y el vaciar cemento en las construcciones dejó de ser una opción.

Con 15 papas en la cesta; el desfile cívico de sus hijas, que compartían un solo uniforme para ir a clases en distintos horarios, la obligaba a comprar otro nuevo; los tres meses de alquiler sin pagar y su tratamiento médico sin concluir hizo que la propuesta de una amiga del barrio se convirtiera en la única salida a sus urgentes necesidades.Laura, que ahora lamenta el haberse embarcado en aquel viaje maldito, mientras teje, lava pisos y hace empanadas en la cárcel -porque de alguna forma hay que hacer dinero para vivir ahí adentro- se latiga con la ausencia de sus hijos. Las dos mayores, de 13 y 9 años, tuvieron que irse a vivir con el padre violento, y el menor de 5 años, hijo de su segunda pareja, está alejado de sus hermanas.

-El daño que se les ha hecho a esos niños es abismal. Las chicas, de estar en el cuadro de honor, han caído en sus notas. La mayor se ha aplazado en siete materias y llora y llora.La profesora Miriam López, consejera de curso de la mayor de las hijas de Laura, le ha tomado especial atención al caso, más desde que se enterara de que la niña empezó a cortarse las muñecas ante la ausencia de su madre.

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– ¿Usted tiene contacto con ella (Laura)?- ¡No! Ella se quedó allá. Yo me vine a Cochabamba.- ¿Volvió a su tratamiento?-Solo fui a hacerme ver, tratamiento ya no hay… es cáncer terminal…

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La imagen que proyecta Judith en las redes sociales no es de queja ni de disculpa, obviamente, tampoco de enferma o de exprisionera. Viendo sus publicaciones sus más de 500 seguidores en Facebook nunca sospecharán que la exvocalista de un grupo de cholitas del Chapare tuvo que dejar uno de sus sueños, el canto, porque las quimioterapias le quitaron el pelo y el sofocante calor de esa región tropical no le ayudaba a sobrellevar su enfermedad.

El Chapare, donde Judith nació y vivió su infancia y parte de su juventud, es una de las 16 provincias de Cochabamba en las que, en sus 12 años de gobierno, Evo ha invertido más de 4.000 millones de dólares para su desarrollo, pero pese a esta inyección económica más del 91% de la coca que produce (8.300 hectáreas en 2018), sigue sin venderse en el mercado legal, según un informe de la Organización de las Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito (UNODC). Así el Chapare no logra quitarse el estigma de zona narco.

Judith antes de ir a Argentina a someterse al régimen esclavizante de la costura, trabajó en el Chapare cosechando y empacando bananas. Su madre y padrastro se habían dedicado al alcohol y detrás de ella había seis hermanos que atender. No le quedó más que abandonar la escuela y ponerse a trabajar.Cuando volvió de Argentina con algo de ahorros uno de sus senos empezó a enrojecer y a provocarle dolor. El diagnóstico médico puso su mundo al revés: tenía cáncer de mama. Desde hace tres años ha ido de tumbo en tumbo, perdió los dos senos, el cáncer hizo metástasis en sus pulmones y en la columna, la tuberculosis que sufrió en su adolescencia también le cobró factura y cada vez le era más difícil costear los gastos.

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-Antes de hacer ‘aquel viaje’¿usted ya había estado en Chile?-Sí, iba a comprar ropa usada para vender en las calles de Cochabamba, pero no te dejan, te lo quitan. Yo necesitaba el dinero…

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Tanto Judith como Laura calzan a la perfección en el perfil que buscan las organizaciones criminales dedicadas a traficar droga a otros países, como es el caso de Chile. Sus necesidades económicas eran apremiantes, sufrían disgregación familiar, no recibían apoyo económico ni sentimental de su familia o pareja y debían darle seguridad a sus hijos o hermanos. Son las mulas del narcotráfico que las situaciones extremas que viven las llevan a pasar droga, pero casi nunca lo pueden probar y en Bolivia el que lleven un kilo de cocaína es lo mismo que 100. Son catalogadas y penalizadas como si fueran un ‘Chapo Guzmán’.

“La recurrencia de mujeres involucradas en el tráfico de drogas obedece a condiciones de pobreza y nos está conduciendo a una suerte de feminización del narcotráfico que es emergente de la feminización de la pobreza”, reflexiona el ministro de Gobierno de Bolivia Carlos Romero.

El ministro considera que es necesario establecer regímenes punitivos que sean proporcionales como señala Naciones Unidas. “La proporcionalidad es algo que tenemos que trabajar (…). Hemos hecho la propuesta en una ley corta que todavía está siendo tratada en el Órgano Ejecutivo”.

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-Si hubiera terminado el cole … ¿qué carrera le hubiera gustado estudiar?-Mmm… abogada, para ayudar a los niños. Hay muchos niños que los abandonan sus padres como a mí.-La he visto en una foto con una guitarra…-Antes también me metí a un grupo de cholitas, era la segunda voz y la que animaba.- ¿En serio? ¡Qué bonito!-Lo dejé porque mi pelo se derramó por las quimios. Quiero volver a cantar…- ¿Qué le gustaría cantar?-Cumbia, así como Selena.

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Si un preso de por sí se la pasa mal en las cárceles de Bolivia, para un enfermo y privado de libertad, sin las condiciones mínimas para aliviar su mal, es un verdadero viacrucis. El calvario que vivía Judith, que a lo único que tenía acceso era al oxígeno, hizo que la directora de Régimen Penitenciario, Ericka Araoz, se movilizara junto a la Defensoría del Pueblo de Oruro, para gestionar el indulto humanitario.Lo primero que hizo cuando dejó atrás los muros de la fría prisión fue cantar en el primer karaoke que encontró a su paso. Cantó a viva voz “Basta ya”, de Olga Tañón, y se filmó. Ese es el video que comparte en la última conversación que tuvo con la periodista antes de la publicación de esta investigación.-Yo vivo muy bien, alegre, tengo fe, mis tristezas no durarán mucho tiempo.Así se da ánimos mientras busca trabajo. A su vez, Laura espera que la trasladen a la cárcel de Cochabamba, donde por lo menos podrá recibir la visita de sus hijos.


Los detenidos del narco que colapsan el sistemaEl incremento de las mulas del narco tiene en jaque al sistema judicial y penitenciario de Oruro, departamento limítrofe con Chile. De los más de 18.500 presos en Bolivia, el 18,5% es por delitos relacionados con el narcotráfico.

La perversa cadena del narcotráfico afecta al sistema en todos sus niveles, entre ellos el judicial y el penitenciario. Uno de los departamentos en los que estas estructuras del Estado están en jaque es en Oruro, departamento que limita con Chile, que además debe hacer frente al contrabando y al ‘juqueo’ (robo) de minerales, entre delitos.Al juez de ejecución penal de este departamento, Germán López, le preocupa el creciente número de detenciones de personas relacionadas con el tránsito de drogas en la ruta Oruro-Pisiga. Desde enero hasta agosto ‘cayeron’ 31 mujeres y 96 hombres con droga. De este modo, la mayor carga de trabajo recae estos dos juzgados de Sentencia, que a diario reciben entre dos y tres procesos relacionados con el narcotráfico.

En Bolivia las leyes que castigan el tráfico y suministro de drogas instruyen que en estos casos los procedimientos sean inmediatos. Al ser detenidos en flagrancia, explica el juez, los juzgados cautelares no deben sobrepasar los 30 días para remitirlos a los juzgados de Sentencia. Sin embargo, esto no ocurre y los casos se prolongan provocando otros problemas.

«La carga procesal en estos delitos está generando un hacinamiento (de procesos) y no se están resolviendo en el tiempo que el Código de Procedimiento Penal establece”.Pero, el sistema judicial no es el único afectado, también el penitenciario, por la cantidad de personas que están detenidas de forma preventiva y no solo por tráfico o suministro de drogas.Hasta marzo de 2018, en las 56 cárceles de Bolivia, Régimen Penitenciario tenía registrados 18.523 prisioneros; 18,5% de ese total, por delitos relacionados con el narcotráfico. De esa cantidad más del 70% esperan aún sentencia.

Cambiar la leyLas leyes bolivianas que condenan a personas vinculadas con delitos relacionados con el narcotráfico no hacen diferencia en sexo, en la cantidad de la droga o si colaboran con información sobre la organización dedicada a este ilícito y eso, observa el exfiscal Joadel Bravo, hace que la criminalidad alcance proporciones cada vez mayores.

Una forma de combatirlo sería premiando la colaboración con la reducción de la condena para quienes delaten a los ‘peces gordos’, aspecto que ya es aplicado en la Ley 004 Marcelo Quiroga Santa Cruz. En ese marco, Bravo presentó en 2016 el proyecto de Ley Contra Asociaciones Delictuosas y Organizaciones Sociales, que también hace referencia a la negociación de la pena, pero hasta la fecha el documento sigue ‘durmiendo’ en la Bancada de Diputados de Santa Cruz.

En Bolivia no sucede lo mismo que en Chile. Allí, por ejemplo, los detenidos que no tienen antecedentes previos, que colaboran con la investigación y que se someten a un proceso abreviado, suelen conseguir atenuantes para bajar el grado de la pena de cinco a tres años y esa condena, en el caso de los extranjeros, les permite beneficiarse con la expulsión.

Así es como 302 bolivianas sentenciadas en el norte de Chile en 2017 y primer trimestre de este año, lograron volver a Bolivia después de permanecer una media de 180 días en prisión. ¿La principal condición? No volver a poner un pie en Chile en diez años.

También un cambio en las políticas de Estado…La fiscal antinarcóticos, José María Barrientos, y el Defensor del Pueblo de Oruro, José León, coinciden en que es necesario un cambio en las políticas de Estado. Barrientos, que ha dedicado varios años de su carrera profesional a este tema, sugiere que no solo se ejecuten cambios en las leyes sino también en generar oportunidades de trabajo y formación para las mujeres que están a cargo de un hogar.En el caso de la Defensoría del Pueblo de Oruro ya ha dado un paso adelante: está socializando con las instituciones involucradas con el sistema judicial y penitenciario la necesidad de darles un tratamiento diferenciado a las condenas de las mujeres.

Las rutas de las mulas del narco

Las personas utilizadas por el narco como correos humanos para transportar droga a Chile, en su mayoría son de Cochabamba y Santa Cruz. Por lo general utilizan las rutas a Oruro y de allí a Pisiga.

A escasos metros del paso fronterizo oficial hay un boquete en la valla que es utilizado por las personas que quieren evitar el control aduanero y de Migración | Emilio Huáscar Castillo.

Son las 00:30 de una fría noche de agosto en Challacollo, un pueblo distante a 20 kilómetros de la ciudad de Oruro y a 217 kilómetros de Pisiga, en la frontera entre Bolivia y Chile. Aquí, la misma patrulla de Antinarcóticos que ahora ha instalado un puesto de control de vehículos en esta gélida zona atrapó a Judith y Laura la madrugada del 9 de abril.La sargento Susana Mamani es la encargada de ‘cachear’, como en aquella ocasión, a las pasajeras que, de ir calentitas en los buses, tienen que descender al rigor del clima. “Siempre hay una mujer en los operativos”, dice. Son las encargadas de revisar al género femenino. Cuando se le consulta sobre cómo es laburar con ese frío bajo cero y con los peligros que implica las misiones que ejecuta, sonríe y responde: “Son gajes del oficio”.

Esa noche, en casi 120 minutos, la decena de agentes detiene al azar a más de diez vehículos, entre públicos y privados. Le toca el turno a un minibús que va a Pisiga, de las mismas características que el que llevaba a Judith y Laura. De repente el jefe de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (Felcn) de Oruro, Omar Zegada, activa las luces verdes y centelleantes de su linterna. Esa era la señal para que se acercara el equipo de prensa; había caído una ‘mula’ del narco. Era un joven que en su mochila llevaba cinco ‘ladrillos’ de cocaína y otro de marihuana, además se había comprado una caja de cerveza e iba bebiendo con los demás pasajeros.

-Es reincidente. Ya tiene antecedentes por narcotráfico en Chile, explicará más tarde el coronel Zegada.También dirá que son contados los operativos de control que terminan sin algún aprehendido. Desde enero a agosto, su unidad realizó 170 y logró atrapar a 130 personas en posesión de sustancias controladas. Llevaban la droga en sus valijas, adherida a su cuerpo o en sus estómagos.Para que la droga boliviana llegue a Chile una de las rutas preferidas es la de Oruro-Pisiga. Eso no quiere decir que los transportadores sean de este departamento fronterizo, el juez Germán López afirma que en su mayoría son de Cochabamba y Santa Cruz.Este dato coincide con los que se obtuvieron del análisis de 325 casos de bolivianas condenadas por tráfico de drogas en el norte de Chile, entre 2017 y primer trimestre de 2018. De esa cantidad, el 41,8% nacieron en Cochabamba; el 24,9%, en Santa Cruz, y el 9,2%, en Potosí.La fiscal antinarcóticos José María Barrientos dibuja así las rutas de las ‘mulas’ y tragonas del narco:A Chile, van por Pisiga; a Perú, por Desaguadero; a Brasil, por Puerto Suárez y a Argentina, por Yacuiba-Pocitos. Paraguay, el quinto país con el que Bolivia comparte frontera, más bien ingresa droga, también hacen lo mismo los narcos peruanos.Bolivia no solo es país productor, también de tránsito de drogas.

CAPÍTULO III

EL VÍA CRUCIS DE LAS TRAGONAS

El container que recibe a las tragonas

El viaje de las mujeres bolivianas reclutadas por el narco suele terminar en un container ubicado frente a la Unidad de Urgencia del Hospital de Iquique. Ahí pueden pasar hasta cinco días sentadas en una banca, sin posibilidad de recostarse, mientras evacúan hasta el último ovoide de sus intestinos.

 

Cuando la ingresaron al container del Hospital de Iquique, Flor de 36 años, aún tenía en el interior de su cuerpo 87 ovoides de cocaína. Otros diez los ocultó en la correa del pantalón.

Como a la gran mayoría de los tragadores, a Flor la descubrieron en un bus con destino a Santiago de Chile. Le ordenaron trasladar 1 kilo 163 gramos a cambio de mil dólares que nunca recibió.

En el container, Flor fue sentada frente a un oficial del O.S.7, la unidad de Carabineros encargada de perseguir el narcotráfico.

-Lo hice para pagar una deuda -explicó, con el rostro compungido y cansado, sobre los motivos que la llevaron a aceptar el ofrecimiento de tragar los ovoides.Del container, Flor fue trasladada al interior del hospital para que le tomaran un radiografía. Después la regresaron a la misma caja metálica. Siempre con esposas en las manos.

El módulo tiene tres piezas. En un extremo está la oficina de los policías. Al otro extremo está el cubículo donde sientan a los detenidos y donde Flor fue llevada después que le tomaran sus datos. Esa sección mide 3,4 metros cuadrados y tiene siete sillas de plástico contra la pared, además hay un pasamanos de fierro al cual se esposan los detenidos.

Separando ambas salas, está el baño al que los tragadores son llevados cada vez que necesitan evacuar la droga. El sanitario es para los detenidos de ambos sexos, tiene un inodoro deshabilitado, una bacinica metálica en la cual los detenidos deben hacer sus necesidades, un lavamanos, jabón, cloro y una ventana muy pequeña con nueve barrotes.

Después de que expulsan algún ovoide, un policía debe colocarse guantes de goma en sus manos y una mascarilla, ingresar al baño, recoger los ovoides desde la bacinica y colocarlos en una bolsa. Con este protocolo el material expulsado se transforma en evidencia.-Se lavan los ovoides uno por uno porque vienen con excremento. Se usa alcohol gel, jabón y otros productos de limpieza necesarios para que queden lo más limpios posible -dice el teniente Gustavo O’Ryan del O.S.7.-El procedimiento -agrega- se repite luego de cada evacuación, si pasan 10 veces, 10 veces tenemos que hacerlo.

Ya limpios, se extrae una muestra para confirmar que lo que contienen es droga, “después quedan sellados (en bolsas herméticas) para ser entregados (en un plazo de 24 horas) al Servicio de Salud”, dice O’Ryan. Esas son las pruebas clave de una investigación de la Fiscalía que recién comienza y dura 120 días. Mientras tanto, los detenidos son encarcelados, así como Flor, en el centro penitenciario de Alto Hospicio, ubicado en la periferia de la ciudad, a 20 minutos de Iquique.

Es difícil encontrar el container sin ocupantes. Durante 2017, hubo 535 detenidos que fueron llevados hasta esa estructura. En un día, incluso, el contenedor ha sido ocupado por alrededor de 20 personas, según informó el Instituto Nacional de Derechos Humanos. Por lo que moverse y dar más de tres pasos es un reto para los policías y tragones.

La estadía máxima ahí es de cinco días. Si al quinto día el detenido no ha evacuado todos los ovoides, deberá seguir con la expulsión en un baño custodiado por Gendarmería, encargada de la seguridad en las cárceles de Chile. También existe la posibilidad de la cirugía si es que las radiografías notan alguna anormalidad.

Un día antes de abandonar el container, Flor temió por su salud porque un hombre aún con droga en su estómago tenía varicela. “Presentaba elevadas temperaturas y malestar corporal, de hecho, el funcionario policial que nos recibió nos advirtió (de la posible enfermedad)”, recuerda la abogada de la Defensoría Penal Pública Marcela Tapia, quien visitó ese día a la ciudadana boliviana.

El capitán Raúl Soto, quien también acudió al contenedor ese día, dice que el médico que examinó al enfermo, confirmó lo que se temía. “Sí tenía varicela y fue aislado en el hospital”. La situación, eso sí, solo causó temor porque nadie más se contagió.

El container está instalado frente a la Unidad de Urgencia del Hospital de Iquique, para que así los ‘tragones’ sean rápidamente atendidos ante una emergencia | Cristian Ochoa.

Tras un recurso de amparo presentado por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) por “condiciones muy precarias” en el contenedor, la Corte de Apelaciones de Iquique, el seis de noviembre de 2017, ordenó al Servicio de Salud y al hospital “adoptar medidas que permitan otorgar un trato digno mientras permanecen en el módulo, en términos que pueda garantizarse buenas instalaciones para su detención, permitiendo separación por sexo y edad, y asegurar buenas condiciones sanitarias, de higiene y camas, que eviten la situación que hoy existe”, establece el fallo. En 15 días debían cumplir con lo impuesto.

Según la policía, cumplieron con la separación por género en que las mujeres y los adolescentes las ubicaron en la oficina de los carabineros y detectives, donde hay cinco sillas para los tragadores. Los hombres siguieron sentados y esposados a un pasamano en el espacio de 3,4 metros cuadrados pegado al baño. Sin embargo, no se instalaron camas y sigue la espera de día y noche en asientos de plástico.

“Los portadores de ovoides no tienen la calidad de pacientes hospitalizados, y en el caso de que debamos otorgarles la calidad de pacientes hospitalizados sería necesario construir un nuevo servicio clínico, también contratar recursos humanos suficientes y adquirir equipamiento, con recursos que no contamos, para albergarlos y no dejar al resto de la población desprovista de atención”, es parte de la respuesta al tribunal de la directora del Servicio de Salud de entonces, María Vera, por no haber cumplido cabalmente con la orden de entregar un “trato digno”.

Hay casos en que se le han encontrado hasta 140 ovoides a una sola persona. También se han detectado mujeres embarazadas con cápsulas en su interior | PDI.

En septiembre de este año, tratando de cumplir con lo ordenado por el tribunal, instalaron un nuevo módulo para los tragadores, “cuya obra implica un crecimiento en 100% de lo que ya existe”, dice el subdirector médico del hospital, Francisco Donoso. La ampliación, agrega, consiste en un piso de iguales características a las del primer container. “Esto permitirá tener áreas separadas para hombres y mujeres”.

Por su parte, el subdirector de Operaciones del hospital, Patricio Maturana, asegura que en este nuevo piso se instalarán tres camarotes con seis camas pequeñas: “Son los que usan los militares”. El capitán Soto, en cambio, duda que eso pueda concretarse por la falta de espacio. “Más bien es una réplica del primero y servirá para que no estén muy apretados”.

La ampliación se habilitó este mes, siete meses después de que iniciara la investigación para este reportaje.

Lorena de Ferrari, directora regional del INDH considera que aunque la ampliación es un avance, no se puede asegurar que esta vez sí se entregará un buen trato a las personas detenidas en esos módulos. “Antes no tenían ni una frazada para dormir (…) Ahora hay que esperar en qué condiciones quedará el lugar”, cuestiona.

 

Fuente: http://data.eldeber.com.bo