Jimena Costa Benavides*
Durante la mayor parte de mi vida —no toda, de niña tenía otras preocupaciones como jugar—, he pensado que uno de los problemas fundamentales que impide al país avanzar es la existencia de una cultura política muy poco democrática, por lo que me planteé como objetivo tratar de contribuir a cambiarla, a promover la constitución de una ciudadanía que exista realmente —no como un verso más del discurso político—, y por tanto tratar de que la igualdad entre los diversos sea posible, al menos en el ámbito público.
Siempre pensé que más allá de las diferencias fenotípicas, éramos todos seres humanos iguales, ni mejores ni peores, ni con más o menos derecho a ser felices, pero dados los acontecimientos del último lustro, lamento pensar que llegó el momento de distinguirnos unos de otros, ya que por el discurso democrático que tenemos podrían pensar que nos creemos iguales a algunos que son bastante diferentes. Se me hace urgente aclararlo cuando en las aduanas de algunos países nos dan un trato “especial” por ser bolivianos, o cuando algunos dizque intelectuales darwinistas se refieren a nosotros como una especie de salvajes, y creen que porque algunos piensan como en el siglo XVI, todos pensamos igual, por eso, debo aclarar que:
No todos los bolivianos somos contrabandistas: Algunos nos sentimos indignados porque a raíz de las decisiones del Gobierno los titulares de prensa internacional hablen de la “legalización del robo”. Algunos bolivianos trabajamos, pagamos impuestos, firmamos y cumplimos contratos, y actuamos dentro de la ley.
No todos los bolivianos somos narcotraficantes: Algunos de nosotros nunca fuimos parte de sus viles redes ni siquiera como consumidores; a algunos nos aterra el karma que tiene el país por producir una lacra que destruye vidas, familias y comunidades enteras y que nos hunde cada día cuando hay más gente que quiere producir coca porque hay demanda y porque creen —equivocadamente— que saldrán de la pobreza, cuando en realidad la plata mal habida dura poco.
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No todos los bolivianos somos corruptos: Algunos vivimos de nuestro trabajo y no estamos dispuestos a “poner”, a “aceitar”, ni a acelerar ningún trámite con unos pesos debajo de la mesa. Algunos pensamos que corrupto es el que cobra y también el que paga, y no estamos dispuestos a codearnos con los corruptos aunque tengan poder.
No todos los bolivianos somos oportunistas: Algunos tenemos principios y no nos “acomodamos” con todos los gobiernos con tal de caer bien parados. Algunos no hemos sido parte de ningún gobierno y preferimos laburar más horas por menos beneficios antes que ser lacayos de algún ignorante autoritario; algunos preferimos callarnos a gritar un día “más mercado” y al siguiente “patria o muerte”.
No todos los bolivianos somos ignorantes: Algunos sabemos que nuestros abuelos fueron a la Guerra del Chaco y que allí no se luchó contra el imperio romano.
No todos los bolivianos somos intolerantes: Algunos no discriminamos a los calvos ni a los homosexuales, y creemos que el Estado de derecho siempre está por encima de los intereses políticos, y que los derechos humanos son más importantes que los de la Madre Tierra.
No todas las mujeres bolivianas aceptamos que se paseen por el país representantes de un gobierno donde se lapidan y ahorcan mujeres, y creen que tienen el derecho a quitar vidas humanas porque no piensan como ellos.
*Politóloga y analista
La Prensa – La Paz