La correa del dictador


Recuerdos del presente. Humberto Vacaflor Ganam

“Perder la libertad es de bestias; dejar que nos la quiten, de cobardes.” Lo dijo Francisco de Quevedo y Villegas.

Conocí al periodista ecuatoriano Emilio Palacio en Río de Janeiro hace un año, en medio de una conferencia por el día mundial de la libertad de prensa.



Me contó de sus problemas con el presidente Rafael Correa, quien acaba de condenarlo a la cárcel a través de una sentencia dictada por uno de los jueces que están a su servicio.

Mientras Palacio me contaba los detalles de su enfrentamiento con el poder de un presidente que es doctor en economía pero ciertamente no en decencia, yo me abstuve de interrumpirlo para decirle que las cosas en Bolivia son parecidas.

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Es que Emilio es muy preciso en los detalles, sobre todo del abuso de poder de doctor Correa, cuya vocecita de pre-adolescente es engañosa.

Debimos interrumpir la conversación porque estaba subiendo al escenario de la conferencia el hijo del presidente de Globovisión, de Venezuela, que traía historias todavía peores. Su papá estaba arraigado por el gobierno de Hugo Chávez, acusado de haber denunciado en el exterior los atropellos a la libertad de prensa que se dan en Venezuela (“traición a la patria”). El joven empresario ni siquiera se atrevió a repetir las palabras que había pronunciado su padre, porque estaba seguro de que podía correr la misma suerte: se limitó a reproducirlas en video.

A Palacio le ha ido muy mal. Deberá pasar tres años en la cárcel por haber dicho que Correa, en el papel de un Rambo con visibles principios de calvicie, ordenó en persona el asalto a una cárcel. Fue el primer comandante de fuerzas de asalto que se quita la camisa antes de ordenar la descarga de los fusileros contra gente indefensa. Y se resfría.

Tan mal le fue a Palacio que deberá ayudar a pagar una penalidad de 40 millones de dólares (es la moneda que usa en su país el revolucionario presidente) aplicada al matutino El Universo.

Sus colegas del Ecuador y del resto de América latina le han expresado solidaridad.

Yo me sumo al homenaje a este periodista, pero quiero que les llegue también a sus colegas ecuatorianos, que se portaron tan bien con él, tan solidarios, que dan envidia.

Se sabe, en efecto, que el dictador Correa (así lo llama Emilio y así tendrá que ser llamado) trató de conseguir que los periodistas ecuatorianos se pasen del lado del gobierno.

Alguna asociación de periodistas, de Quito o Guayaquil, recibió el ofrecimiento de grandes recompensas a cambio de humillar, ofender y dejar solo a Palacio.

Medios de comunicación, escritos y audiovisuales, recibieron también tentadoras ofertas a cambio de expulsar a Palacio de sus páginas, de marginarlo de sus espacios de información y de opinión, pero ninguno aceptó el soborno.

Sólo unos cuantos columnistas, directores, agencias de noticias amigas del dictador, todos asalariados del gobierno, hicieron el coro de injurias y burlas contra Palacio.

Ahora que ha llegado la condena contra mi amigo, creo que no hubiera valido la pena que yo lo interrumpiera en Río de Janeiro. Todo lo que yo podía contarle, él lo sabía.