Historias de vida tras el 11-S


La amistad de dos madres enfrentadas por el 11-S; la depresión interminable de Marcy Borders, y el perdón del hombre que quiso vengar a balazos el 11-S.

Por Thomas Castroviejo | Gaceta trotamundos – sep 2011

Una depresión interminable tras el polvo del 11-S

imageMarcy Borders, en la mítica foto que la lanzó a la fama (Stan Honda/AFP/Getty.



Durante esta década, hemos convivido con el enorme legado visual del 11-S:  imágenes como las de las torres envueltas en llamas, hombres tirándose de lo alto para huir del dolor de una muerte certera, víctimas en manos de los aturdidos bomberos… Pero pocas imágenes han sido tan representativas e icónicas como la de una mujer cubierta de polvo de la cabeza a los pies, aturdida en la Zona Cero. Se trata de Marcy Borders, una de las muchas trabajadoras de las torres. La famosa foto fue tomada por Stan Honda, de la agencia AFP, y publicada en multitud de medios. Pero esto es solo el principio de la historia.

Esta década ha sido una pesadilla para Borders, tanto en sus sueños, donde se recreaba una y otra vez el fatídico día, como en la vida real, donde fue conociendo de cerca la depresión y el abuso de sustancias. Tenía 28 años y llevaba un mes trabajabando como banquera en el piso 81 de la Torre Norte. Como otras tantas, huyó de su puesto de trabajo en cuanto impactó el primer avión. Una vez en la calle, tenía dos propósitos: salvar la vida y ver qué estaba ocurriendo. Lo primero lo logró; lo segundo era imposible: una espesa nube de humo nimbaba el World Trade Center. "No podía ver ni la mano que alcé frente a la cara", le cuenta al New York Post. "El mundo enteró se quedó en silencio".

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Guardó la ropa que llevaba aquel día, con polvo incluido. Hoy aún la tiene, pero no sería la única parte de la experiencia que le acompañaría durante los 10 años siguientes: "Perdí el control de mi vida; no trabajé un día en toda la década. Cuando llegó 2011, era un desastre. Me daba pánico ver aviones, y si veía a un hombre en un edificio, estaba segura de que iba a dispararme".

Sin embargo, el pasado mes de abril decidió que había tocado fondo; era hora de poner fin a su dependencia de fármacos. Ingresó en una clínica de rehabilitación. Fue entonces cuando llegó la noticia: Osama bien Laden había muerto. "Llegué a perder sueño por él, soñaba que me bombardeaba la casa. Desde entonces, estoy en paz", confiesa. La noticia fue un empujón combinado con su deseo de estar mejor, con la voluntad que le había llevado a la clínica de rehabilitación.

El 20 de mayo volvió a calle y se mudó con su novio, Donald Edwards. También ha recuperado la custodia de sus hijos: Noelle, de 18 años y Zay-den, de tres. "Los últimos 40 días han sido los mejores desde aquel 11 de septiembre", explica. "He recuperado a mi familia; mis hijos vuelven a tener a su madre".

La amistad de dos madres enfrentadas por el 11-S

image Phyllis Rodriguez (der) y Aïcha el-Wafi, en 2007 (Andreas Rentz/Getty Images)

Esta es la historia de dos madres. Una de ellas se llama Phyllis Rodriguez; tiene 68 años y es profesora a tiempo parcial para adultos analfabetos. El 11 de septiembre de 2001 se fue a dar un paseo matutino por los jardines del Bronx, en Nueva York. Cuando volvió a casa, su portero le avisó de que las Torres Gemelas estaban ardiendo. Subió corriendo, encendió la televisión y vio que no era un incendio: era el mayor ataque terrorista perpretado en suelo estadounidense, justo donde trabajaba su hijo Greg. Intentó llamarle, pero fue inútil. Según pasaban las horas, la verdad se hacía más innegable: Greg había muerto. Phyllis aún recuerda cómo el dolor que se adueñó de ella en los días siguientes fue dando paso a la ira.

La otra madre se llama Aïcha el-Wafi, una musulmana de origen marroquí. El 13 de septiembre tuvo que aceptar que su hijo, Zacarias Moussaoui, era el hombre más odiado del mundo: había sido identificado como uno de los autores intelectuales del atentado. La prensa abordó su casa.  "No pude dormir en toda la semana", le cuenta al Village Voice."Unos extremistas islámicos de Inglaterra le habían lavado el cerebro a mi hijo, el hijo con el que nunca tuve ningún problema. Aunque no soy responsable por las decisiones que ha tomado, me siento culpable porque le di a luz".

Fue en esos días de intensa emoción y cobertura mediática cuando Phyllis vio la foto de Aïcha en el periódico. Se estremeció. Había algo familiar en esa cara. "Conecté con ella como madre", explica. "Me dije: ‘querría conocerla’. Me daba mucha lástima, pero a la vez pensaba: ‘Bien por ella, por luchar por su hijo’". Pero no dejaba de ser la madre del posible asesino de su hijo. "No podía llamarla", describe.

Irónicamente, la oportunidad se presentó el año siguiente, cuando el presidente de un asociación a favor de la reconciliación entre familias afectadas propuso que se conocieran. Aïcha iba a ir a Nueva York a defender a su hijo ante el tribunal. Phyllis aceptó. Lo que pasó ahí les cambió para siempre.

Aïcha entró en la sala, rodeada de gente. Miró a Phyliis a los ojos y dijo, "No sé si mi hijo es culpable o inocente, pero quiero pedirte perdón por lo que te ha pasado a ti y a tu familia". Impulsivamente, Phyllis la abrazó. El perdón que le otorgaba a Aïcha, cuenta, actuó como un bálsamo instantáneo para todo el año de luto, dolor e ira.

Las mujeres se fueron conociendo; Aïcha era valiente y tenía sentido del humor. Se había casado muy joven, fue víctima de violencia doméstica muy pronto y crió a sus hijos sin su marido. A las dos les gustaba cocinar, coser, y les unía el amor por sus hijos perdidos. Aïcha le enseñó una foto de Moussaoui con el uniforme del colegio. Phyllis no se quedó atrás y también contó historias de Greg. Al terminar la reunión, Phyllis dijo, "Quiero darte todo el apoyo que necesites. Cada vez que vengas a Estados Unidos, quiero estar a tu lado".

"No lo dije por amistad", recuerda Rodriguez."Fue sinceridad. Iba a venir a Estados Unidos a enfrentarse a unas circunstancias terribles; si fuera al revés, ¿qué necesitaría yo? Apoyo. Y amistad; así que monté una organización de apoyo a Aïcha".

Este nuevo e improbable vínculo dio sus frutos. Phyllis ayudó a Aïcha con su juicio. Su marido, Orlando, testificó en contra de su pena de muerte. Se convirtieron en hermanas, opuestas políticamente pero idénticas en el fondo. Durante el jucio, desayunaban juntas todas las mañanas y cenaban todas las noches. Hablaban de todo; paseaban alrededor del juzgado… Un día que Moussaoui se negó a dejar entrar a su madre en la sala, Phyllis la consoló.  "Al ayudar a Aïcha a superar la culpa que sentía por no haber impedido la situación, me estaba explicando esas cosas a mí misma también. Le decía: ‘hiciste lo mejor que pudiste’. Pero también le decía a mi", asegura.

Moussaoui terminó declarándose culpable de todos los cargos, supuestamente para lograr una sentencia más favorable, aunque no está claro que haya tenido nada que ver con el 11-S. De nuevo, Aïcha se refugió en Phyllis: entrar en el mundo de las familias de las víctimas le ayudaba a sentirse mejor.

Hoy, su amistad sigue tan fuerte como entonces. La atea de ascendencia judía de Nueva York y la islamista de Marruecos son una lección viva del poder del perdón y la tolerancia. "¿Cómo aceptas la muerte cuando no crees que hay vida después de la muerte?", se pregunta Phyllis. "Lo único que puedo hacer es no sucumbir a la tragedia y evitar que mi pérdida defina mi identidad. La pérdida siempre va a estar ahí, pero no sufro; de hecho, cuanto más bien hago a través de ella, mejor. Ayudo a Aïcha, hablo con las madres más comprensivas de esta tragedia e intento entender qué lleva a la gente a cometer actos extremistas como el 11-S. Todo eso me ayuda a superarlo todo. ¿Qué podemos hacer para evitar que la gente esté tan furiosa?".

El perdón del hombre que quiso vengar a balazos el 11-S

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Mark Stroman (Foto AP)

Mark Stroman era, como muchos otros tejanos, un firme defensor de la pena de muerte en Estados Unidos, pero no contento con la teoría, se tomó la justicia por su mano hace diez años para vengar de forma muy personal las muertes de sus 3.000 compatriotas en el 11-S. Por eso, no deja de ser irónico que fuera condenado a muerte dos meses antes del décimo aniversario de la matanza.

Esta paradoja es, no obstante, anecdótica. La verdadera moraleja de esta historia reside en cómo pasó de ser un asesino que odiaba a los musulmanes a amar y poner su vida en manos de una de sus víctimas. El 21 de septiembre, cuando Stroman tenía 31 años, disparó al empleado de una gasolinera de Dallas, Texas. Se llamaba Rais Bhuiyan, un hombre que astutamente grabó la imagen del hombre armado, tatuado, ataviado con un pañuelo, gafas de sol y una gorra de béisbol. Bhuiyan fingió estar muerto para que no le volviera a disparar. No era ni el primero ni el segundo en recibir los balazos de Stroman, y es que el delincuente llevaba seis días aplicando una cruzada personal contra todos los musulmanes de Estados Unidos, en venganza por el 11-S. Cuando le detuvo la policía, había matado a dos personas. Les explicó que estaba haciendo "lo que todo americano quería hacer. Estamos en guerra".

La pena no se hizo esperar: la justicia de su estado le metió en el corredor de la muerte. Sería uno más de los 472 reos matados por el estado de Texas en los últimos 35 años. Daba igual lo mucho que se arrepintiera; el corredor de la muerte no entiende de rehabilitaciones.

Stroman no contaba, por tanto, con la suerte que se avecinaba a la vuelta de la esquina: Rais Bhuiyan, el musulmán de Bangladesh que sobrevivió a su ataque, estaba luchando por salvar la vida del hombre que le pegó un tiro. Solo podía ser a través de una reconciliación, un principio consagrado en la ley tejana. Una semana antes de la ejecución, Bhuiyan habló con el Daily Telegraph. Todavía tenía 35 perdigones en la sien, pero quería perdonarle. "Estoy convencido de que era ignorante e incapaz de distinguir el bien y el mal", dijo. "Si se le da una oportunidad, creo que podría convertirse en portavoz; podría contar su historia para evitar crímenes como los que cometió. Su ejecución erradicará una vida humana pero no parará los crímenes de este mundo. Si sale con vida y cambia, ya es un logro. Pero si muere, estamos perdiéndolo todo. Ya es hora de que la historia del 11-S se escriba con otra tinta. La de la pasión, el perdón y la tolerancia".

Bhuiyan no había pasado la mejor década de su vida. Los primeros años fueron una mezcla de miedo, agonía mental y traumas, pero consiguió superarlo. Ahora, solo le quedan los dolores de cabeza causados por los perdigones. "Me dicen que estoy loco por intentar salvar a alguien que merece morir. Hay que ataca mi fe islámica porque dicen que predica violencia y odio, pero ese no es el problema; el problema no es el cuchillo, es la gente que lo esgrime. Lo mismo pasa con la religión", opina.

Stroman tampoco lo había tenido precisamente fácil: su madre era una alcohólica que había dejado el instituto y le había tenido con 15 años porque, como le solía repetir, "le faltaban 50 dólares para pagarse el aborto". Recibía constantes palizas del hombre que creía que era su padre (luego descubrió que no) y se fugó de casa. Se casó con 15 años y se divorció después de tener cuatro hijos. Días antes de su muerte, era otro hombre. "Es difícil de explicar… Pero me siento en paz. Ya no tengo miedo, ya no tengo odio. Y es surrealista, pero cuanto más me acerco a la muerte, más en paz me siento", dijo.

De hecho, el Stroman que se acercaba a su fin no era el que había vivido esos 31 años en Texas; se había tapado la esvástica que llevaba tatuada en el brazo. "Era un idiota superficial y egoísta", se explica. "Me gustaba la esvástica pero no por lo que representaba, sino porque éramos rebeldes. Desde que estoy en el corredor, he leído sobre el Holocausto, y si lo hubiera sabido… Esa persona de 2001 ya no existe".

El día clave, hora y media antes de la ejecución, Bhuiyan recibió una llamada de teléfono. "Rais, tengo a Mark al teléfono desde la cárcel. Quiere hablar contigo". La conversación fue grabada.

Bhuiyan: Hey Mark, ¿qué tal estás, amigo?

Stroman: ¿Qué tal estás tío? Oye, gracias por todo lo que has intentado hacer por mi. Gracias de corazón, tío.

Bhuiyan: Deberías saber que le estoy rezando a Dios por ti. Te perdono y no te odio. Nunca te he odiado. Te lo digo de corazón.

Stroman: Eres una persona especial. Gracias, tío, de corazón. Te quiero, hermano. Te quiero con todo mi corazón. Gracias por ser una persona tan excelente, de verdad.

Bhuiyan: Siempre estarás aquí.

Stroman: Me has llegado muy hondo. Nunca hubiera esperado esto.

Bhuiyan: Tú también.

Stroman: Bueno Rais, me dicen que cuelgue. Intentaré llamarte en un minuto.

No volvió a llamar. Stroman fue declarado muerto a las 8.53 de la tarde, dos horas después del primer pinchazo de inyección letal.