Juan Manuel de Goyeneche partió de Cliza la madrugada del 27 de mayo de 1812. Había iniciado su periplo guerrero en Potosí el 5 de mayo. En el ataque contra la rebelde Cochabamba empeñaba todas sus fuerzas. Atravesó Sucre, luego Mizque, y el Valle Alto, dejando a su paso muertos y devastación. Además de su ventajosa posición geográfica, Cochabamba era un reservorio de combatientes, poseía una excelente gama de caballos y sus artesanos y artesanas confeccionaban ropa, calzados, armas y pólvora. Ninguna otra región podía cumplir ese papel.
Goyeneche estaba decidido a tomar la región insurrecta desde que noviembre de 1811 cuando Esteban Arze la (re)tomó. Avanzaba por el camino de que en su tramo final bordeaba la colina de San Sebastián. Asumía que las autoridades de la ciudad y la provincia habían suscrito su “sumisión” el 25 de mayo y por tanto resignado sus armas. En su informe al virrey Abascal señalaría “En esta inteligencia me dirigía a ocuparla (…), habiéndome vivamente sorprendido a oír desde una legua (unos dos kmts.) un vivo fuego que indicaban resistencia. Luego me informaron que falsos a sus promesas (…) un inmenso gentío con artillería ocupaba el monte de S. Sebastián, y su caballería las entradas de la ciudad, con un aire guerrero y ofensivo”. Eran como las tres de la tarde y se hallaba muy próximo a la hacienda de La Tamborada, hoy propiedad de COBOCE.
Detengámonos un momento en el reporte. Por una parte, había gente en la colina y, por otra, la caballería estaba ubicada al borde de la laguna Alalay y en la actual avenida Siles. La caballería cochabambina era su principal y temida fuerza de ataque. Una parte había abandonado la villa, pero otra se quedó. ¿Qué pasaba en La Coronilla? Esa elevación estratégica. ¿Quiénes estaban en ella? Según Manuel Sánchez de Velasco, que escribió años más tarde, “el populacho entregado a su capricho”. Para el soldado porteño Turpín” las mujeres, sacaron los fusiles, cañones y municiones, y fueron al punto de San Sebastián, al pie de La Coronilla, extramuros de la ciudad, donde colocaron las piezas de artillería”. El abogado cochabambino Agustín Méndez, que vivió en esos años, escribió que “De ahí fueron con afán y estrépito guerrero a presentarse en el cerro de san Sebastián, creyendo que allí estarían, con miserable armamento, seguros de todo evento de ser allí combatidos, que a cien mil aguerridos rendirían en el momento”.
Al ver que se aproximaban las tropas adversarias “inmediatamente rompieron el fuego las mujeres con los rebozos atados a la cintura, haciendo fuego por espacio de tres horas”. Goyeneche mandó hacer alto y dispuso el ataque. Junto al brigadier francisco Picoaga y el batallón Cotabamba, “con 180 hombres y ocho piezas de artillería a caballo. Me dirigí a tomar el cerro de San Sebastián y la fementida ciudad”. Ordenó que “la artillería rompiese en línea su fuego avanzado”. Tenía aquí una indudable ventaja, los hechizos cañones populares de San Sebastián tenían un alcance de unos 600 metros y los de guerra de Goyeneche unos 2.000. Con ellos devastó a la gente de colina, apostada en su cara sur, la que da hacia el cementerio y donde se halla el antiguo monumento erigido en 1910. La multitud no podía hallarse en el emplazamiento del actual monumento de cara a la ciudad, pues simplemente las tropas enemigas no venían por allí.
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El combate, la mayor parte de cañoneo mutuo, duró entre dos y tres horas. Cuando Goyeneche creyó que sus proyectiles habían causado un suficiente daño, instruyó que su infantería dividida “en tres trozos” trepe la colina y termine la faena. Según él, tardó una decena de minutos. La acosada muchedumbre, bajó precipitadamente hacia la plaza de San Sebastián intentando reagruparse, pero no fue posible. Huyeron en desbandada, perseguidas por la infantería y la caballería enemiga. Estas, según Goyeneche, “Como torrentes entraron las divisiones enfurecidas en la despoblada ciudad que la noche antes había sido saqueada por la plebe. Comenzó otro saqueo, que hice cesar al ponerse el sol”. Según Agapito de Achá, cochabambino partidario de Goyeneche, no hubo distinciones: “El trastorno ha sido universal, pues los justos han pagado como los pecadores”.
En la serranía quedaron yertas una treintena de mujeres y unos nueve varones, claro indicador de la mayor presencia femenina. ¿Por qué estaban allí? Ya veremos.
Fuente: lostiempos.com