Si las bases cocaleras fueron las que encumbraron a Evo Morales al poder, actualmente le plantean al mandatario un dilema de hierro: seguir gobernando para ellas y continuar su debacle personal, o poner distancia para ampliar las posibilidades de diálogo con el resto del país y, por ende, las de su propia permanencia en el gobierno.
Lo que antes era fortaleza se ha trocado ahora en debilidad.
Cada vez más, el presidente se verá inmerso en la disyuntiva entre favorecer al interés cocalero -al que lo ligan vínculos estructurales- o al Bien Común de los bolivianos.
La encrucijada se repite en relación al TIPNIS, en la cual Evo se ha visto obligado a ceder a las demandas indígenas -y a toda una oleada de opinión nacional- desmarcándose momentáneamente del dictado cocalero, al punto de condenar los cultivos de la “hoja milenaria” en los parques nacionales.
¿Hasta qué punto será eso sostenible en el tiempo?
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Ya la influyente dirigente Leonilda Zurita habló a nombre de la Coordinadora Departamental por el Cambio de Cochabamba (Codecam), organización de fachada de los cultivadores de coca del Trópico, para reafirmar el “apoyo” de su sector a la construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos por el Territorio Indígena del Parque Nacional Isiboro Sécure.
¿Podrá sustraerse Evo al mandato de la narco-burguesía del Chapare para dar un golpe de timón en la conducción del Estado?
Los antecedentes apuntan a una conclusión pesimista, lo que implica que sólo sería posible contar con un gobierno en sintonía con el interés nacional luego de unas elecciones anticipadas…