Desde hace nueve meses no ha caído una lluvia fuerte en la zona. El agua sale del grifo cada tres días y a cuentagotas. Las familias y el ganado sufren por la escasez de agua
Roberto Navia Gabriel/Fundación Tierra
En el patio, en la cocina, en el dormitorio, colgando de las ramas de los árboles; en el suelo, apoyados en la pared de barro, en las verjas de tacuaras, debajo y encima de una mesa, a un lado de las viejas hamacas. Rojos y celestes, blancos y anaranjados, transparentes y oscuros, de plástico y de metal: los envases están en todas partes en las viviendas de comunidades rurales de Charagua y también de algunos barrios de la ciudad. Muchos, la mayoría, están vacíos, listos para ser llenados cuando del grifo salga agua, o cuando los camiones cisternas aparezcan por el horizonte con el líquido que se hace esperar.
La gente colecta agua en turriles/Foto: Karina Segovia
Como ocurre en las regiones Chiquitanas y en la provincia Guarayos del departamento de Santa Cruz, la sequía también está golpeando con fuerza a Charagua y a varios pueblos de la provincia Cordillera del departamento de Santa Cruz. Los arroyos y quebradas y una que otra laguna, que llenan las represas y atajados, están en su nivel más bajo o complemente secos.
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Mientras el derecho de uso del agua comenzó a cotizar en el mercado de futuros de la bolsa de Wall Street, en Nueva York; y mientras, contrariamente, Naciones Unidas recuerda que el agua potable es un derecho humano, a nivel mundial se conoce que cerca de 3.000 millones de personas no disponen ni de un grifo de donde abastecerse de agua para beber o lavarse las manos. Muchas de esas personas que no tienen acceso al elemental líquido se encuentran en Charagua, o si lo tiene, el agua que recibe no es apta para el consumo humano y cae a cuentagotas.
Itayu es un rancho que está a 18 kilómetros de Charagua, en las serranías del Aguaragüe. Llegar o salir de él puede tardar más de dos horas a causa del camino accidentado y serpenteado, que impide avanzar a marcha rápida. Pero su conexión vial no es el único problema. Las 16 familias que ahí viven, no tienen acceso al agua potable y dependen de un chofer de la Alcaldía de Charagua, que tiene la misión de llevarles agua en recipientes, que carga en un vehículo, que es capaz de trepar el cerro que, por su difícil acceso, pareciera que está al otro lado del mar.
Sus pocos habitantes históricamente practican la cosecha de lluvia. Cada vez que el cielo derrama su bendición, el atajado se abastece y también sus recipientes que colocan en dirección de las caídas de los techos de las casas. Eso les garantizaba la vida durante la época seca. Pero resulta que la sequía es cada vez más cruel y este año sus reservas se han acabado.
Perforar un pozo en Itayu para buscar agua es difícil, dice el ejecutivo de la Zona de Charagua pueblo, José Menacho. Muchos lo han intentado y no encontraron nada.
Lavar en Charagua es un problema/Foto: Karina Segovia
Los habitantes más antiguos recuerdan que antes había ojitos de agua en la superficie de la tierra, pero lamentan que se han secado como si alguna enfermedad los hubiera sentenciado a muerte.
Menacho informa que el presupuesto anual que destinan para abastecerles agua ya está sobregirado, porque no pensaban que las lluvias tarden en llegar, pero que igual les siguen enviando agua a Itayu, pues se trata de un derecho humano.
Como el camino para llegar es complicado, habían adaptado una camioneta todo terreno que les llevaba en su carrocería un tanque cargado de agua. Pero esa camioneta se arruinó de tanto trajín y optaron por enviar el cargamento en una chata, que es tirada por un tractor.
Algunas autoridades de Charagua les han aconsejado que Itayu ya no es un buen lugar para vivir, que mejor se vayan a otro lado donde el agua no sea su principal problema. Pero el terruño es el terruño y hay 16 familias que se resisten porque, además, saben que el problema del agua está en muchas otras partes del país, no solo de la provincia Cordillera. Pero muchos otros han hecho maletas, han dejado sus casitas y sus huertos y y se han ido sin mirar atrás por miedo a arrepentirse. Se han ido a poblar el barrio Primero de Mayo de Charagua que tiene fama de recibir con los brazos abiertos a los migrantes.
Una vecina del barrio Primero de Mayo/Foto: Karina Segovia
El barrio Primero de Mayo está en las alturas de Charagua, apretado entre un cerrito y una quebrada que tiene en su superficie un colchón de arena. Ahí viven 215 familias que llegaron de Itayu y de otros confines de la provincia Cordillera. Escaparon de los arañazos de la sequía.
Jorge Antonio Hervas tiene una casa con una vista privilegiada. El patio de es como una terraza, desde ahí se ve la ciudad de Charagua y a eso de las seis de la tarde recibe un aire fresco empujado por las ramas de los árboles de mistoles que hay en los montes. Pero hay un gran problema: A las alturas el agua llega con mucho cansancio. A veces, ni llega.
Carmen Rosa Fernández no pierde la sonrisa contagiosa que se dibuja en su cara amable, a pesar de que les tiene el mismo miedo a las épocas secas como a las de lluvias.
«Cuando estamos padeciendo la sequía, como ahora, el agua sale del grifo cada tres días y a cuentagotas. Por eso tenemos envases de plásticos por aquí y por allá. Son para proveernos, para guardar el agua», explica, y también describe el panorama cuando el cielo descarga su furia: «Cuando llueve, lo que sale de la pileta es lodo, porque la represa que abastece a Charagua, se llena de tierra que baja de los cerros. En definitiva, tenemos desabastecimiento y también agua que no es de buena calidad».
Raquel Moreno es vecina de José Antonio y de Carmen Rosa. Ella cuenta que cuando ya no queda más, cuando todas las posibilidades de agua se han agotado, unen sus fuerzas y caminan hacia la quebrada para hacer paúro.
«Hacer paúro es cavar la arena hasta encontrar agua. Así no las batimos», explica Raquel.
«Vivir en las alturas es un problema», repite José Antonio.
«La crisis del agua también la viven en la ciudad de Charagua», dice Carmen Rosa. «Todo estamos fregados», coinciden los tres.
Las quebradas están secas en la provincia Cordillera/Foto: Karina Segovia
Testimonios
«El agua que la Cooperativa de Charagua distribuye no es potable», se desahoga Wilma Consuelo Vallejos. «Siempre pedimos a la población que antes de tomarla la haga hervir. Nunca hemos dicho que estamos dando agua limpia».
La voz que sale de la boca de Wilma Consuelo Vallejos es suave, como pidiendo disculpas a la población por la realidad. Una realidad que tiene que ver con la sequía, con la escasez de agua y con la calidad del agua.
El tanque de agua de Charagua/Foto: Karina Segovia
Ella es la presidenta de la Cooperativa de Agua Potable de Charagua, una voz autorizada sobre un drama que se vive no solo en la ciudad, sino, también en sus comunidades indígenas, porque el agua, es un bien escaso.
El último directorio llevó muestras de agua a una universidad de Santa Cruz y ahí confirmaron que no era apta para tomarla sin hervir. Hirviendo disminuyen las bacterias.
Willma Consuelo Vallejos explica que Charagua, que tiene más de 40.000 habitantes, se abastece de agua de dos vertientes que están en una serranía, a cinco kilómetros de distancia, donde se han levantado dos represas que almacena el líquido en tiempos de lluvia.
El agua amarilla no es apta para beberla/Foto: Karina Segovia
Pero a raíz de la sequía de los últimos dos años, el agua acumulada ya no abastece para toda la demanda.
«Hace nueve meses que no cae una lluvia fuerte. A partir de julio empezamos una política de prevención, pidiendo a los socios que prioricen el consumo humano, más que para el riego y los animales. Pero los animales y las plantitas también son parte de la vida», explica, y asegura que la red del servicio llega hasta dos comunidades indígenas y que algunas de las que están lejanas cuentan con un pozo de donde bombean manualmente, y otras, están cerca del río Parapetí.
Machipo es un rancho guaraní que está a cinco kilómetros de Charagua hasta donde llega el servicio de agua por cañería. Pero las 93 familias que viven ahí no están contentas: el agua sale del grifo despacio, como un ferrocarril cansado. Y hay días en los que no sale nada.
En la casa de Carmen Sánchez hay muchos baldes y una cantidad de botellas que son visibles por donde se mire. También hay turriles y jarras. Ella sabe que cada uno de estos objetos tiene un fin enorme: guardar el agua que colocan en ellos cuando el líquido por fin sale del grifo.
Carmen tiene 35 años de edad. Recuerda que desde que era niña el abastecimiento de agua ha sido una tortura.
«Antes caminábamos mucho en busca de agua. Ahora, tenemos un grifo y eso es una esperanza porque el día que va a salir agua nos avisan la noche anterior, desde Charagua, y nosotros esperamos atentos, con nuestros recipientes listos».
Alberto Rosales se cansó de sufrir las consecuencias de la sequía y por eso hace 40 años decidió dejar Machipo. Ahora tiene 61 años de edad y cada cierto tiempo retorna para visitar a Carmen Sánchez, que es su familiar de la que siempre está pendiente.
Alberto Rosales dice que el agua es preciada/Foto: Karina Segovia
«Las botellas que ve aquí son un símbolo de la escasez de agua».
El hombre camina por el patio de la casa donde los recipientes de plásticos abundan, pero el agua del grifo y de la lluvia se hacen esperar.
Cuando la espera se hace insoportable, cuando las reservas en los baldes y botellas se han terminado, va a la colonia de los menonitas para pedirles que por favor les regalen. «Ellos no se hacen problema porque tienen pozos perforados», cuenta Carmen Sánchez.
A seis kilómetros de Machipo hay una colonia de agricultores menonitas. Es un núcleo de casas ordenadas, algunas con jardín en la parte de adelante y potreros donde se ve a hombres vestidos con overoles haciendo faenas de campo.
«Invertimos mucho en cavar el pozo, en mantenerlo, en combustible para bombear el agua», dice un hombre de 60 años, que ha estacionado su tractor a un costado de la vía. «A veces viene la gente de Charagua a pedirnos ayuda. Se la damos, se la damos».
La colonia de menonitas cría ganado y produce la tierra. Pero no son los únicos. Los ganaderos locales están reunidos en una asociación que tiene 120 afiliados. Fidel Rivera Caballero es el tesorero de esa institución. Sabe lo difícil que es garantizar el agua para el consumo humano y aún más para los animales. Él está seguro que la solución más pronta son los pozos que deben ser perforados para sacar el líquido de las entrañas de la tierra. Pero tener un pozo exige una inversión de por lo menos $us 10.000.
El 60% de los ganaderos tiene una instalación de agua en buen estado, el resto, se provee de los atajados.
Pero los atajados ya están secos y las vacas empiezan a morir de sed y de hambre porque la pastura del campo también está sin vida. Muchos ya están obligados a comprar forraje de Santa Cruz porque en Charagua también escasea la comida para el ganado.
«Yo ya he perdido 50 cabezas de un hato de 550 ejemplares», lamenta Fidel Rivera Caballero, que espera que llueva pronto, antes de que sea demasiado tarde, antes de que sus reses se sigan muriendo.
Adhemar Suárez Salas, hijo predilecto de Charagua, está enterado de lo que ocurre en las entrañas del Chaco cruceño, en su tierra natal y benemérita de la Patria: “Nadie quiere detener la agonía de nuestros acuíferos, de nuestros humedales, de nuestro ecosistema. El hombre se ha convertido en cómplice de un ecocidio catastrófico», lamenta, como buscando respuestas.
Las reses sufren por la escasez de agua/foto: Karina Segovia
Casiano Miranda tiene 84 años y ocho vacas. Camina con ellas por los campos de Charagua, acompaña a sus animales como un lazarillo: las guía por los lugares donde él cree que queda algo de pasto.
«Las vaquitas saben más que mí. Pero están con hambre y cuando uno tiene hambre a veces no busca bien», dice como si estuviera narrando un cuento de ficción.
Don Casiano Miranda dice que en la zona no llueve desde la Pascua/Fotos: Karina Segovia
Casiano Miranda reitera una y otra vez que no hay pasto para el ganado, que el suelo pelado está, que no llueve desde la Pascua, y de eso hace ya ocho meses.
«Dios nos está castigando. La humanidad está actuando mal: los hombres pegan a sus mujeres, los delincuentes son cada vez más y se está destruyendo la naturaleza. Por eso Dios está castigando. A Él le están haciendo renegar», dice antes de continuar su camino por un suelo seco, sin pasto y observado por un cielo blanco donde mora un sol redondo como una moneda caliente.
*(Esta crónica es un producto periodístico elaborado por la Fundación Tierra, escrita por Roberto Navia Gabriel).