El gol que le cambió la vida a Blooming


Faltaba poco para el final y ‘Maravilla’ Melgar sacó un derechazo inatajable, con el que la academia cruceña venció a Bolívar, consagrándose campeón boliviano por primera vez.

P/Chino Tapia

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Un club de fútbol puede tener muchos trofeos en sus vidrieras, pero como el primero no hay ninguno. Y en la vidriera de Blooming tiene un lugar muy especial la copa del primer campeonato nacional de su historia logrado a fines de 1984, en una definición inolvidable en la ciudad de Cochabamba, frente a Bolívar de La Paz.

También hay goles que son recordados más que otros, por su trascendencia e importancia en la historia de un club. Y este es uno de ellos. El golazo de Milton Melgar Soruco que le dio el primer título nacional a la academia cruceña.

Como no podía ser de otra manera, ese título tiene también un lugar muy especial para los grandes protagonistas de tan significativo logro, está guardado en un lugar del corazón del mismo Milton, de Juan Carlos Sánchez, Silvio Rojas y del resto de los integrantes de aquel gran equipo.

Ese año llegaban a la final los dos mejores. Blooming tenía a los nombrados más Roly y David Paniagua, Valladares, Coímbra, Noro, Néstor Vaca, Johnny Herrera, Edgar Castillo, Remberto Arispe, Eduardo Terrazas, Guibaudo, Baldessari, Gallardo, Wilson Pereira, Pablo Peckerman, Hilton Melgar, Erwin Justiniano, Gastón Taborga, José Rodríguez, Evert Justiniano y Limberg Cuéllar.

Bolívar no se quedaba atrás, eran los tiempos de los Borja, Hirano, César Silva, el arquero Battaglia y el gran “Chichi” Romero; Gregorio Gallo, Salinas, Takeo, entre otros futbolistas de jerarquía y que intimidaban a cualquiera.

La convocatoria indicaba partidos de ida y vuelta en la final. Blooming fue local primero y ganó 4-3. En la vuelta, Bolívar goleó 6-3, pero con un pequeño gran detalle: los cruceños comenzaron ganando 0-3, y los paceños le dieron vuelta ante un cuadro visitante que terminó fundido por los efectos de la altura.

La tensión fue tal en los dos partidos que provocaron un importante desgaste. “La estrategia de nuestro director técnico Raúl Pino fue fundamental; a Herrera lo mandó al mediocampo para mejorar la marca en ese sector con Castillo; pero además nosotros teníamos jugadores desequilibrantes con Silvio Rojas por izquierda, Roly Paniagua por derecha y nuestro goleador Juan Carlos Sánchez. Eran temibles, por eso cuando teníamos la pelota éramos muy peligrosos en el ataque”, recuerda Melgar.

Y llego la hora. Tarde de domingo a pleno sol, el estadio Félix Capriles repleto, y los actores centrales en la cancha. El comienzo fue de evaluación, para acomodarse a la situación, pero pasaron los minutos y el partido no se inclinaba a favor de ninguno. Se acercaba el final, Blooming se quedaba sin aire, Bolívar, con el Maestro Romero a la cabeza, se mostraba entero y a punto de quedarse con el campeonato.

Entre Milton y Silvio recuerdan que si el partido terminaba empatado tenían que ir al alargue, lo cual no le convenía a Blooming porque estaba notoriamente más desgastado físicamente. Coinciden en que haber llegado a ese alargue hubiera sido “mortal” para ellos, pues creen que en ese tiempo extra Bolívar tenía todas las ventajas para ganar, especialmente por mayor reserva física.

Ahí, cuando parecía que Blooming dejaba pasar la oportunidad de su vida, emergió la figura de Milton Melgar para cambiar el curso de la historia del decisivo duelo y de su club. Apareció el ‘flaco’ de remate inofensivo, con su tranco cansino y habitual desparpajo, recibió una pelota a unos metros del área grande contraria, caminó un par de pasos, cerca del semicírculo, y sorprendió a todos con un derechazo que se clavó en el ángulo izquierdo del golero paraguayo Battaglia; arriba, bien arriba, “donde duermen las arañas”, inatajable. Golazo.

“Pasaban los minutos y se nos estaban acabando los víveres, nuestro estado físico ya era inferior al de Bolívar, pero ahí viene la jugada del partido a escasos dos minutos del final. Me acuerdo que Silvio quita la pelota en el mediocampo, avanzó y me la pasó, de ahí dominé la pelota y me agaché un poco, me apuré  porque venía Carlos Borja a marcarme, me apresuré a patear y la agarré como nunca. Golazo al ángulo de Battaglia”.

Melgar corrió hasta la pista atlética, con los brazos levantados, ofrendando el gol a los hinchas ubicados en la Preferencia. Se abrazó con su compadre Juan Carlos Sánchez. Explotó medio estadio Capriles y Santa Cruz empezó a festejar el Año Nuevo con dos días de anticipación. No era para menos. Nuevo año con un nuevo horizonte futbolero.

Pasaron un par de minutos y llegó el pitazo final. Ya todo era un éxtasis para los bluministas. Esta vez la felicidad parecía no tener fin. Después la otrora ineludible y hermosa costumbre de la vuelta olímpica, con el chileno Raúl Pino en andas, el maestro que supo alentar y motivar a sus dirigidos de que la gloria no era algo inalcanzable, que era posible.

Parecía cosa del destino que Blooming sería el campeón. Ese día no contaba con su arquero titular, Eduardo Terrazas, expulsado en la semifinal en La Paz. Atajó Remberto Arispe y se mandó un partidazo; le sacó dos remates de gol a “Chichi” Romero. Si Melgar no hacía un golazo, Remberto hubiese sido la figura.

El golazo de Milton era el detalle que faltaba en una institución se había puesto los pantalones largos hacía rato. Coronaba con un éxito un proyecto que ideó y gestó su presidente Roberto Tito Paz junto a un grupo de dirigentes que daban cualquier cosa por su club, armando un equipo competitivo en un lapso de cinco temporadas, paso a paso, contratando grandes jugadores, potenciándolo gradualmente.

Blooming ya había estado cerca de ser campeón desde el inicio de la década de los ochenta, pero le faltaba el centavo para completar el peso. Los dirigentes no aflojaron en su afán, hasta que consiguieron su objetivo.

Los protagonistas de la conquista coinciden en que uno de los factores más importantes para este logro es que hubo un proceso hasta llegar a la conquista del ´84. Se trabajó sobre una base de jugadores jóvenes y se respetó el plan que se habían trazado por el directorio. Prueba de ello es que, por ejemplo, Milton Melgar y Silvio Rojas habían llegado seis años antes, Juan Carlos Sánchez un par de temporadas, Baldessari se fue y después volvió.

Habían pasado jugadores valiosos como Daniel Castro, Carlos Huguenet, Mamerto Gómez, Lucio Robles y Emilio Ludueña, continuadores de un estilo y generadores de una mística especial. Hasta el famoso Clodoaldo, campeón con Brasil en 1970, se dio una vuelta por la academia.

Blooming también tuvo directores técnicos que fueron aportándole el gen ganador, competitivo, como Rubén Saldaña, Jorge Maldonado, Ramiro Blacut y Raúl Pino. Ellos fueron edificando este Blooming que terminó de modelar el Mago Pino, con su impronta campechana y la sapiencia de los años de trayectoria en Chile.

El 1984 encontró a este equipo con una madurez importante, pese a que en su mayoría se trataba de jóvenes, pero con una acumulación de experiencias en torneos nacionales e internacionales, tanto en clubes como en las selecciones.

“El éxito deportivo, como en la vida, es una suma de factores positivos”, dice Milton Melgar.

Blooming era una gran familia y todo sumó a favor. Había hecho los méritos suficientes para vivir una alegría como esa, ganar el campeonanto.

Anéctodas de un gran día

El festejo de Blooming se extendió a Santa Cruz en su llegada, esa misma noche de domingo, la plaza 24 de Septiembre estaba llena de gente. La Pascana ni se diga y la celebración fue hasta bien entrada la noche. Fue un Carnaval cruceño en pleno fin de año para celebrar el primer título nacional de la academia.

“Volviendo de Cochabamba con la Copa y antes de llegar a Santa Cruz, nos pusimos de acuerdo que en determinado momento todos nos salíamos de la plaza (24 de Septiembre) para ir a cenar solo el plantel. Llegó la hora y fueron saliendo uno a uno, sólo faltaba yo, pero como había marcado el gol del título la gente no me dejaba salir”, relata Milton Melgar con entusiasmo.

Y agrega, “como pude, me escapé de tanta gente. Saliendo de La Pascana había una reja bajita en todo lo ancho de la salida, cuando salté  me clavé en el pie un fierro en punta. Mi pie comenzó a sangrar mucho, me tuvieron que llevar a una clínica de donde salí con muletas”.

Adiós festejo. “Se acabó mi festejo, pero los compañeros sí se fueron a celebrar cuando vieron que no era tan grave lo que yo tenía. Y mi celebración fue en la cama de mi casa, con mi esposa cuidándome. Incluso fregué mi luna de miel, ni modo”.

Don de gente

Silvio Rojas, el zurdo veloz, que era pesadilla de las defensas, guarda un gran recuerdo de aquel grupo de compañeros. “La verdad es que en todos mis años de fútbol no he visto gente tan buena como con la que compartí en Blooming en esa época. Indudablemente eso nos ayudó a conformar un gran plantel y a conseguir los éxitos deportivos. Hicimos un grupo espectacular, solidario, había un compañerismo en toda la extensión de la palabra. Teníamos un equipo con alta vocación de ataque, que íbamos a ganar a todas partes”.

También destaca a la dirigencia celeste. “Esa dirigencia era espectacular, encabezada por don Tito (Paz). No he visto en Bolivia la calidad de gente de esa dirigencia. Y además de todo, teníamos un director técnico que nos metía en la cabeza todos sus conceptos, de ir siempre hacia adelante. Nos decía “no hay mejor defensa que un buen ataque”; esa forma de ver el fútbol nosotros la aplicábamos en la cancha. Es que don Raúl (Pino) era un técnico fuera de serie”.

El goleador afiebrado

Juan Carlos Sánchez, el gran goleador, también se suma a los recuerdos, emocionado, casi al borde de las lágrimas. “Ese título es el mejor recuerdo que tengo de toda mi vida de futbolista. Que me disculpen los compañeros de otros tiempos, pero no tengo duda que fue el mejor Blooming de toda su historia en lo futbolístico; éramos como una gran familia”.

Revela que “para esa final, estaba enfermo y no creí que podría jugarla. Tenía al menos 38 grados de fiebre, por eso el profe (Raúl) Pino me dijo que me quedara en la camilla con un suero, pero me acordé que los centrales de Bolívar eran unos grandotes y muy peligrosos, por eso decidí entrar nomás así como estaba, con fiebre y mareado”.

Y aguantó como pudo la dura brega. “A los 10 minutos de iniciado el partido uno de esos grandotes me dio un codazo en la nuca y para bien mío sentí que se me pasó todo. Poco antes del gol, choqué contra el arquero Battaglia y él quedó un poco lesionado. Ahí les digo a Silvio y a Milton que pateen de lejos porque el arquero no estaba bien; entonces vino el golazo de Milton. ¡Por Dios!