El presidente Evo Morales se empeña en la política de la negación. Luego de que la canciller de Colombia, María Ángela Holguín, confirmara que hay cárteles colombianos operando en Bolivia, el gobierno activó a varios funcionarios que saltaron agresivamente a la palestra para tildarla de “vocera de la DEA” y para reiterar la negación oficial de esa presencia.
El régimen cocalero no está dando los pasos necesarios para hacer frente a la instalación de lo que el analista Humberto Vacaflor denomina la “Internacional del Narcotráfico”. Antes bien, la permanente expansión de la frontera cocalera, tolerada y hasta promovida por la administración evista, ofrece el caldo de cultivo ideal para la incursión de los cárteles en territorio boliviano.
El modus operandi de estas narco-mafias es la creación de feudos, los mal llamados “territorios liberados”, que más valdría calificar de esclavizados.
Así sucede en México y sucedió en Colombia, donde la dura política de Álvaro Uribe logró revertir amplias zonas del país al dominio estatal, obligando a los narcos a migrar a otras latitudes.
¿No es precisamente este fenómeno de las narco-republiquetas el que estamos viendo crecer en Bolivia durante la Era Evo?
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En el bastión presidencial del Chapare apenas el 5% de la coca cultivada va al acullico (ONU dixit), existen comunidades donde la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico tiene vedado el ingreso, y acaba de descubrirse en una sola población la friolera de 250 laboratorios para la fabricación de cocaína.
Y es que la problemática de la coca es asunto demasiado grave para dejarla sólo en manos de los cocaleros.
Agreguemos a esto la información facilitada desde la cárcel por el general René Sanabria, sobre la presunta protección oficial a funcionarios vinculados con el narcotráfico, y tendremos un panorama completo de la difícil situación boliviana.
Todo indica que el gobierno cocalero sigue un rumbo de colisión que tarde o temprano lo llevará a estrellarse con la comunidad internacional…