Es curioso. Mientras en toda la región se mira a Brasil como un ejemplo de potencia emergente, con reformas sociales de avanzada y una pujanza económica envidiable, es poco lo que se sabe sobre su realidad política. El tema es más grave en Uruguay, donde el presidente Mujica avanza en una serie de acuerdos para lograr una integración económica casi total, y ha dicho sin rubor que quiere «viajar en el estribo» del país norteño.Sin embargo, casi nada se ha comentado en nuestro país sobre el escándalo de corrupción que por estos días mantiene en vilo a Brasil, casi como el final de la novela de TV Globo. Algo grave si se tiene en cuenta que lo que por estas horas define el Tribunal Supremo de Brasil va a tener un efecto dramático en el mapa político de ese país. Pero además sienta un precedente clave en materia de tratamiento judicial de casos de crímenes de «cuello y corbata» que según palabras del juez instructor Joaquim Barbosa, crean a la sociedad civil «un desasosiego mayor que los crímenes de sangre».El llamado caso del «mensalao», se cerró este lunes con 25 condenas a varios de los principales dirigentes del Partido de los Trabajadores. En estos días, la Justicia viene anunciando las penas que pueden llegar a los 20 años de cárcel, en un proceso que es transmitido en directo por la TV, y seguido por millones de espectadores. Entre los procesados se encuentran el exjefe de la Casa Civil del primer gobierno de Lula, José Dirceu, el expresidente del PT, José Genoino, y el tesorero del partido, Delubio Soares. Todas figuras muy cercanas a Lula, cuya implicancia en los hechos ha sobrevolado a lo largo del proceso.Quien se ha robado todos los comentarios es Dirceu, un personaje realmente de película. Dirigente estudiantil radical, fue deportado por los militares a México en 1969 como parte de un canje para lograr la liberación del embajador estadounidense, secuestrado por la guerrilla. De allí viajó a Cuba donde se realizó una cirugía facial para cambiar su rostro y poder regresar a su país, donde se instaló en un pequeño pueblo y tuvo una familia y hasta un hijo, sin que nadie supiera su identidad. Luego fue fundador del PT, e ideólogo del cambio político que permitió a Lula llegar a la Presidencia tras varios intentos fallidos, al instarlo a redactar la famosa «carta a los brasileños» en la que se comprometía a respetar la propiedad privada y las reformas de Fernando Henrique Cardoso. Tanto poder tuvo Dirceu en los gobiernos de Lula, que el propio juez Barbosa ha contado que para llegar al tribunal como el primer juez de raza negra, debió contar con el apoyo explícito del político al que ahora envía a la cárcel.¿Como funcionaba el «mensalao»? Era un maquiavélico esquema montado por Dirceu para garantizar mayorías en el Congreso durante el primer gobierno del PT. Funcionaba desviando dineros públicos que se canalizaban a través de una empresa de marketing político hacia legisladores de otros partidos, muchos de ellos pequeñas formaciones regionales, a quienes se ayudaba a saldar deudas de campaña y algunos gustitos personales. Se calcula que esta «mensualidad» llegó a movilizar unos 75 millones de dólares, y fue clave para permitir algunas de las reformas de los gobiernos de Lula.Pero este caso tiene implicancias que exceden al mismo Brasil. Primero porque el Tribunal Supremo ha instaurado una teoría revolucionaria en materia de corrupción política, delito que consideraron «pone en peligro la paz social al hacer que la sociedad pierda la fe en el Estado». A tal punto considera grave este delito el Tribunal que la condena no sólo se apoya en pruebas concretas sino también por los indicios de lo que llama «el conjunto de la obra». Datos a tomar en cuenta en Uruguay, donde los delitos de «guante blanco» tienen penas ínfimas.En segundo lugar, porque la Justicia brasileña ha sostenido que lo que había era «un grupo de servidores públicos con una perversa vocación para un control del poder que intentaba perpetuarse ilegalmente». Lo que otros han hecho a través de reformas constitucionales y proyectos reeleccionistas, aquí fue frenado en seco por una Justicia independiente y con recursos para investigar. Algo que recuerda cuando una legisladora oficialista uruguaya reclamaba que el Poder Judicial debía estar sujeto al Ejecutivo. Y que vuelve a mostrar la vigencia de la frase de Bernard Shaw quien decía que «los gobernantes y los pañales han de cambiarse a menudo… y por las mismas razones».El juicio sobre el «mensalao», un fabuloso esquema de desvío de fondos públicos para pagar sobornos, debería dejar lecciones importantes a todos los países de la región.El País – Montevideo