Política antinarcóticos
Juan Gabriel Tokatlián – LA NACION
El núcleo esencial de la política antinarcóticos, en el plano internacional y hemisférico, se resume en la lógica de la "guerra contra las drogas": entiendo que este modo de aproximación expresa la existencia de una campaña prohibicionista que busca suprimir, preferentemente con fuertes medidas represivas, el fenómeno de las drogas en cada uno de sus componentes y fases. En ese sentido, el objetivo de la prohibición es lograr la abstinencia frente a determinadas sustancias psicoactivas y así crear una sociedad libre de drogas. La prohibición actual de drogas es mixta: combina un prohibicionismo hard -agresivo y militante- de Estados Unidos y un prohibicionismo soft -atenuado y reluctante- de Europa.
En ese contexto, todos los Estados disponen de tres tipos de medidas y acciones ante la cuestión de los narcóticos. Por una parte, pueden aplicar políticas punitivas que procuran sancionar con severidad la mayoría y/o todos los eslabones internos y externos del fenómeno de las drogas. Por otra, pueden implementar políticas compensatorias en algunos ámbitos para mitigar los costos de un combate frontal contra los narcóticos. Por último, pueden ensayar políticas alternativas, que se orienten a un horizonte menos prohibicionista.
La criminalización extendida de los diferentes componentes y las distintas fases del fenómeno de las drogas es un ejemplo de política punitiva; la sustitución de cultivos a través de proyectos de desarrollo rural alternativo es un ejemplo de política compensatoria, y la despenalización del consumo de una dosis personal es un ejemplo de una política alternativa. El prohibicionismo mixto vigente se concentra en las políticas punitivas, impulsa ocasionalmente políticas compensatorias y tolera, a regañadientes, algunas políticas alternativas.
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A su vez, la complementación de alta punición, baja compensación y exiguas alternativas puede llevarse a cabo de dos maneras diferentes. Una vía es la cruzada; es decir, el enfrentamiento implacable contra el narcotráfico. Otra opción es el acomodamiento; es decir, la aceptación formal de una estrategia coactiva, pero la coexistencia tácita con los avances del narcotráfico. La cruzada ha sido invocada con recurrencia, por ejemplo, por parte de diversos gobiernos en América latina y promovida por Estados Unidos, pero sin resultados promisorios. La convivencia ha sido practicada, de hecho, por varias administraciones de la región, en distintas coyunturas, aunque la presión externa y los fiascos internos han dificultado su permanencia en el tiempo.
En realidad, tanto en la región como en otros ámbitos geográficos, tiende a producirse una particular oscilación entre modus vivendi y modus pugnandi entre el Estado y los narcotraficantes. Esta "tercera vía" no ha resultado especialmente exitosa. El movimiento entre confrontación y convivencia que se ha dado, en la práctica, durante muchos años no implica que se asista a ciclos idénticos y estables. El Estado no se ha robustecido estratégicamente y el crimen organizado vinculado a las drogas ha ido logrando ventajas tácticas significativas: el resultado es un Leviatán cojo y una criminalidad más poderosa.
La secuencia es familiar. Después de cada fase de acomodamiento parcial, sigue una etapa de confrontación virulenta en la que anuncia un triunfo resonante en la lucha antidrogas y la criminalidad, pero dado que no se resuelve el meollo de la problemática y el narcotráfico reemerge con más fuerza (usando, una vez más, la intimidación, la cooptación y la violencia) y creatividad (mejorando su capacidad adaptativa y empresarial) se retorna a un nuevo acomodamiento. Esto se repite en diferentes momentos.
Sin embargo, la fortaleza y credibilidad de los gobiernos que en el centro y la periferia han seguido este camino no ha resultado consolidada; por el contrario, la práctica errática y ambigua de combatir y consentir ha incrementado el deterioro institucional en los países: en esa dirección, Italia y México son hoy apenas dos ejemplos emblemáticos entre tantos. En breve, se asiste a una encrucijada sombría: ni se puede emprender la cruzada ni se puede convivir con un fenómeno cada vez más letal para la seguridad ciudadana, el bienestar nacional y la autonomía externa.
No obstante, la paradoja es que persiste, en el Norte y en el Sur, la esperanza de una mejor "guerra contra las drogas". Eso es iluso. En realidad, más de cuatro décadas de esta cruenta confrontación irregular han generado más capos del narcotráfico, más señores de la guerra, más gang lords , más magnates del lavado y más delincuentes transnacionales. A ello se agrega una inercia burocrática en la que más funcionarios, nacionales e internacionales, quedan adictos a la "guerra contra las drogas".
En esencia, lo que esto revela es la existencia de un régimen global antidrogas bastante enraizado, aunque sea probadamente muy ineficaz. Dicho régimen tomó su contorno actual a partir de los años 60 y está concentrado en los Estados; es fuertemente coercitivo; se encuentra más centrado en el control de la oferta; se ha impuesto mediante apremios y amenazas, y está acompañado de algunas concesiones menores. En los noventa, el modelo de prohibición mixto subyacente a este régimen fue, de facto, asumido por las agencias de Naciones Unidas y nunca impugnado por Rusia, China, Irán, Sudáfrica, Brasil u otros poder emergente.
Más allá de los discursos que invocan la corresponsabilidad de las partes, de la promesa de un mayor equilibrio entre medidas frente a la oferta y la demanda, y del presunto estímulo a políticas integrales, las prácticas efectivas y específicas muestran que el régimen global antidrogas prohibicionista se ha afianzado. Sin embargo, el triunfo de este particular modo de aproximarse al fenómeno de las drogas no significa que éste sea el adecuado. Si se evalúan los compromisos de las cumbres de Cartagena, Colombia (1990), y San Antonio, Estados Unidos (1992), así como los planes de acción de cuatro de las cinco cumbres (1994, 1998, 2001, 2005) de las Américas en el plano hemisférico y de las sesiones especiales de la ONU (1998 y 2009) sobre el fenómeno de las drogas con los resultados concretos en los últimos años, se entenderá por qué el régimen compulsivo de prohibición ha sido un fracaso.
Según la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito existen hoy unos 210 millones de consumidores (de entre 15 y 64 años) de drogas de base natural y sintética. Si se considera la población mundial en esa escala etaria, esa cantidad representa casi aproximadamente el 4,8% y, si se considera la totalidad de la población del mundo, corresponde aproximadamente al 3,2%. A su vez, unos 165,6 millones son consumidores de marihuana. En consecuencia, el porcentaje de los que usan drogas más duras, en comparación con el total mundial de habitantes, es mucho menor. En realidad, de acuerdo con la ONU, los verdaderos problem drug users equivalen al 0,6% de la población de entre 15 y 64 años que usa drogas, lo cual significa un porcentaje aún más bajo, si se toma toda la población mundial. ¿Se justifica semejante "guerra contra las drogas" ante un problema real de esa envergadura y que bien pudiera resolverse con otra lógica más humana y sensata?
El problema principal del régimen global antidrogas vigente es que adolece de legitimidad, credibilidad y simetría. La erosión de la legitimidad resulta porque las naciones que se espera observen las "reglas de juego" no las aceptan e intentan evitar o burlar las prescripciones y obligaciones establecidas. La pérdida de credibilidad es consecuencia de que las estrategias y tácticas, luego de reiterados intentos, no son percibidas como eficaces para alcanzar las metas propuestas. La ausencia de simetría se evidencia en que los costos y beneficios ligados al mantenimiento del régimen no se ven como justamente distribuidos entre las partes involucradas.
Por ello, el dilema no consiste en hacer lo mismo, hacer menos de lo mismo o en hacer más de lo mismo respecto a la prohibición: se trata, básicamente, de hacer algo distinto.
El autor es profesor de relaciones internacionales de la Universidad Di Tella.