Entretanto, el fantasma de la pobreza crece. Según Naciones Unidas, su número aumentará este año en 100 millones de personas hambrientas en el mundo, con lo que para el 2010 llegarán a la sideral cifra de 1.000 millones. En estas condiciones, no caben pues los derroches.
La reunión del G-8, el grupo de los ocho países más industrializados del planeta, apenas formuló algunos esbozos de los acuerdos formales que pudo tomar, pero el ánimo que dominó a los asistentes fue más de preocupación por la crisis económica mundial, que comprometerse a la adopción de acuerdos inciertos sobre el cambio climático y la concesión de un fondo de 20 mil millones de dólares para producir alimentos en los países en desarrollo, dirigidos a paliar la creciente pobreza que reina en el mundo.
El encuentro se realizó entre el miércoles y el viernes de la semana pasada, en la semidestruida —por un terremoto a comienzo del año— ciudad italiana de L´Aquila, con la asistencia de los gobernantes de Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido, Canadá y Japón, más Rusia.
El acuerdo conjunto emitido tras las deliberaciones de los líderes del G-8 declara que “se mantienen riesgos significativos para la estabilidad económica y financiera” y que en tanto se mantenga esta situación, las “estrategias de salida” de la crisis internacional únicamente tendrían que aplicarse “una vez que la recuperación esté asegurada”.
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Informaciones desde Italia señalan que la canciller de Alemania, Angela Merkel, fue más específica acerca de la situación, diciendo que “todos mantuvieron el criterio de que la crisis está muy lejos de terminar; con suerte, hemos tocado el fondo”. Estas palabras tendrían que ser tomadas en cuenta en todo el mundo, incluida Bolivia, donde los gastos fiscales se han incrementado, como si continuara la bonanza internacional de los pasados tres años. Debería ser más bien el tiempo de la austeridad y, si se tiene ahorros, habría que conservarlos para hacer frente a lo que todavía puede ocurrir.
En lo que concierne al acuerdo sobre el medio ambiente, el G-8 no tomó un acuerdo en firme, peor con las críticas iniciales que produjo el lanzamiento del esbozo de reducir los gases con efecto invernadero en el 80% para el 2050. Según los entendidos, tal meta sólo eliminaría en dos grados el calentamiento global. El plazo, además, causó ácidos comentarios. Un científico entrevistado por la BBC de Londres llegó a decir que para el 2050 “todos estaremos muertos”. A raíz de estas reacciones, en el seno del G-8 surgieron voces para que el plazo de esa reducción sea el 2020, pero otros plantearon incluso el 2015. Finalmente, no hubo acuerdo, China, secundada por la India —que junto a Brasil, México y Sudáfrica fueron invitados—, se resisten a las metas, por lo que el asunto se dejó para la decisión de Copenhague, cuando se deberá concertar el acuerdo que suceda al de Kyoto.
Acerca del fondo para producir alimentos destinados a combatir la pobreza, los países más poderosos comprometieron sus aportes para desembolsarlos en tres años, pero no se hicieron mayores especificaciones, por lo que su cumplimiento quedó también en la vitrina. Entretanto, el fantasma de la pobreza crece. Según las Naciones Unidas, su número aumentará este año en 100 millones de personas hambrientas en el mundo, con lo que para el 2010 llegarán a la sideral cifra de 1.000 millones. En estas condiciones, no caben pues los derroches, los armamentismos ni la demagogia preelectoral que se observa en el país, donde la pobreza alcanza al 60% de la población.