En el documental Pretty Baby: Brooke Shields, que acaba de estrenarse por Hulu, la actriz que saltó a la fama por la película homónima de Louis Malle habla en primera persona sobre cómo fue ubicada por el cine y la publicidad en el lugar de objeto sexual mucho antes de entender lo que era el sexo
AP 162
La realidad no era demasiado distinta de la ficción. En Pretty Baby, Violet era una nena de 12 años que crecía en el burdel donde trabajaba su madre (Susan Sarandon); una nena sexualizada demasiado temprano. Cuando Louis Malle la estrenó en el Festival de Cannes de 1978, Brooke Shields estaba por cumplir 13 años y viajó con el director francés. Aunque había sido una precoz modelo infantil, Violet fue su primer papel en el cine.
La mirada de Brooke traspasaba la pantalla y el film, tan perturbador como una nena en un prostíbulo, fue un éxito de crítica: estuvo nominado para la Palma de Oro y se llevó el Gran Premio Técnico. Pero ya entonces algunas voces plantearon su incomodidad ante una paradoja insalvable: era imposible representar la explotación infantil sin explotar a su vez a la niña actriz protagonista, que aparecía desnuda y se besaba en cámara con Keith Carradine, que entonces rondaba los 30. Durante el rodaje, Shields ni siquiera había cumplido la edad de Violet: tenía apenas 11 años.
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Aquel beso fue el primero de su vida, aunque Carradine le dijo: “No te preocupes que no cuenta”. Y la nena cerró los ojos y lo besó como se besan los adultos. Ahora Shields, de 57 años, presta su historia real para el documental con el mismo nombre que la película de Malle, Pretty Baby: Brooke Shields, que se estrenó en enero en Sundance y desde este mes está disponible por Hulu. Dirigido por Lana Wilson, que también hizo el documental de Netflix Taylor Swift, Miss Americana, el documental fue aclamado por los motivos opuestos a los que le valieron los aplausos a su debut cinematográfico, un síntoma evidente del cambio de época.
La parábola de Shields, explotada y cosificada por la industria tanto como Violet, sirve como un retrato extremo del modo en que Hollywood trataba a las mujeres. Una vez que la chiquita de Pretty Baby se volvió famosa, fue ubicada en un pedestal imposible, el de “la mujer más linda del mundo”. Cientos de medios en todas partes analizaron entonces la simetría de sus rasgos y los fotógrafos y las marcas la buscaban para vender sus editoriales. Se convirtió en un commodity, como dice en el documental del que también participan sociólogas, feministas y amigas como Laura Linney y Drew Barrymore.
A la historia de cómo se filmó Pretty Baby, se suma La Laguna Azul (1980) y Endless Love (1981), en la primera tenía 15 años y en la segunda 16. En las dos había escenas sexuales pese a que Shields aún era virgen. La actriz repite en el documental que nada de eso podría filmarse hoy, aunque la duda está en el aire: para muestra basta con recordar la campaña de Balenciaga con niños sosteniendo ositos de peluche vestidos con arneses sadomasoquistas. Fue un escándalo, es cierto, pero todavía hay equipos de marketing que aprueban esos comerciales.
Hubo un aviso publicitario en particular que la transformó en sex symbol y sí generó una gran controversia en su momento, porque apenas tenía 15. En la campaña de Calvin Klein posaba provocativa y con el pelo revuelto. Mientras la cámara hacía close-ups de su cuerpo, ella pronunciaba, sensual, una de sus más célebres líneas: “¿Sabés que hay entre yo y mis Calvin? Nada.” Aunque CK tuvo que levantar algunos de los avisos, la venta de jeans de la marca creció 300%.
Shields había posado desnuda para un fotógrafo artístico cuando sólo tenía 9 años y el autor de las imágenes quiso venderlas a la prensa una vez que su modelo se hizo famosa. Fue a juicio para impedirlo, pero perdió y su imagen fue vendida al mejor postor.
¿Qué hacía una nena de 9 años posando desnuda para un fotógrafo? La respuesta es que la vida de Shields, como la de Violet, estuvo marcada por su relación con su madre, Teri Shields, una mujer que –según cuenta Floyd Conner en Hollywood Most Wanted (2002)– decidió que su hija iba a tener una carrera como actriz y modelo cuando era sólo una beba de cinco días. Teri fue su agente y, como tal, participó de la elección de los trabajos de su hija. Como era alcohólica, muy pronto fue Shields la que –sola en los sets– tuvo que cuidar de ella y ser la fuente de los ingresos familiares. Quizá por eso a diferencia de otros niños rotos de Hollywood, Shields salió adelante y siempre llevó una vida ordenada pese a la desidia de la industria.
En La laguna azul, un clásico de la era del videoclub en donde dos niños náufragos quedan solos por años en una isla paradisíaca, Shields se paseaba desnuda durante media película y las escenas de sexo –recuerda la actriz en el documental de Hulu– se promocionaron como su propio despertar sexual. Pero ella todavía no tenía más experiencia que los rodajes, y lo probó en Endless Love, a las órdenes de Franco Zefirelli. En su bio doc cuenta una anécdota que el propio Zefirelli había relatado, risueño en una de las tantas entrevistas promocionales en las que periodistas varones coquetean en vivo y alevosamente con esa chica que aún era menor de edad.
El director italiano se frustraba tratando de indicarle a Shields que pusiera “cara de éxtasis” en las tomas eróticas con Martin Hewitt. “Yo lo miraba y le decía: ‘No sé lo que es eso’”. Entonces Zefirelli –que recientemente fue señalado por haber presionado y engañado a los actores de su versión de Romeo y Julieta (1968) para que salieran desnudos pese a ser menores– le pellizcó un dedo del pie en plena filmación. “Buscaba una cara de éxtasis, pero en realidad mi cara era de dolor”, dice Shields con gracia y la misma naturalidad con la que cuenta por primera vez que fue violada a los 20 años por un hombre de la industria cuyo nombre mantiene en reserva.
Le había propuesto cenar para discutir sobre un proyecto y, cuando terminaron, le dijo que fuera a su hotel con él para pedirle un taxi. Una vez en la suite y a los pocos minutos de entrar, él salió del baño desnudo y se abalanzó sobre ella. “Parecía lucha libre”, dice Shields, y se conmueve al recordar que pensó en huir y gritar, pero decidió no resistirse por miedo a que su atacante la ahogara: “Me congelé por completo. Sólo pensé ‘mantenete con vida y salí de ahí’. Y simplemente me callé”. Solo su guardaespaldas, Gavin de Becker, lo supo entonces y fue él quien le dijo que eso era una violación, pero ella pasó décadas negándoselo a sí misma y sintiéndose culpable.
“Me decía ‘no debería haber bebido en la cena, no debería haber subido a la habitación’”, dice en el documental. También que su forma de afrontar lo que vivió es poder contarlo, finalmente: “Sólo levanté las manos y dije: ‘Me niego a ser una víctima porque esto es algo que sucede sin importar quién seas y sin importar si estás preparado o no’. Quería borrar todo el asunto de mi mente y de mi cuerpo. El sistema nunca había venido a ayudarme, así que tenía que ser fuerte por mí misma”. Verla feliz con su familia es cerrar el ciclo para contar una historia de supervivencia.
También habla de su depresión postparto y recuerda el cruce con Tom Cruise en defensa de los antidepresivos. Fue en 2005, Shields acababa de tener a su hija Rowan y reveló en una entrevista que estaba tomando medicación para lidiar con el baby blues. Y durante una entrevista con Today Show, Tom Cruise decidió que era su deber como cientólogo en contra de la psiquiatría entrometerse y criticar el tratamiento médico de Shield. Entonces ella respondió que Tom debería “limitarse a luchar contra los aliens” y escribió una columna de opinión en The New York Times donde decía que los comentarios de Cruise eran “un flaco favor a las madres en todas partes”.
La vida de Shields dio un vuelco cuando puso en stand-by su carrera para ir a la universidad. Eso le permitió tomar distancia de su madre y, por primera vez, sentir que podía pensar con autonomía. “Una actriz que piensa por sí misma no era lo que quería Hollywood”, dice Shields en un momento del documental. A su regreso de Princeton, como Licenciada en Literatura Francesa, su madre la convenció de que escribiera un libro, y ella decidió hablar de su virginidad como un mensaje para que otras chicas no hicieran nada por presión o si no se sentían preparadas. El texto fue usado por los conservadores para vender la abstinencia y atacado por muchos de los que la consideraban un mito sexual.
Reflexiva y lúcida, Shields dejó en manos de la directora la edición final de un relato que se completa con las voces de feministas que explican cómo la sexualización de las menores de edad fue una respuesta del patriarcado a la segunda ola del feminismo: “Si no las tenemos a ustedes, iremos por sus hijas, era el mensaje que se mandaba”.
Ali Wentworth, productora del documental y una de sus mejores amigas, le dijo hace unos días a Variety: “(Con esta película) Nuestra generación va a recordar desde la pelea con Tom Cruise sobre antidepresivos, a su matrimonio con Andre Agassi o ¡el noviazgo con Michael Jackson (que le propuso matrimonio varias veces)! Cuando ves toda la clase de experiencias por las que pasó Brooke, decís: ‘¡Wow! La vida de esta mujer fue una cosa enorme atrás de otra”. Pero hay un paraguas más grande, dice Wentworth: “Esa mujer fue sexualizada cuando era demasiado chica, y esa tendencia sigue y sigue. Es lo que vemos en las redes sociales donde las nenas de 12 posan en bikini; como estamos en eso, no nos damos cuenta de que esta generación también se está sexualizando demasiado temprano. En su momento, la gente iba al cine a ver Pretty Baby y decía: ¡Oh, sí! ¡Qué peliculón de Louis Malle.’ Es una película que no podría hacerse hoy. Y es desagradable y nauseabundo verla”.