Del presente a lo trascendente


imagesemanarioUnoMaggy Talavera – Editorial SemanarioUno

Muchos lamentos, poca determinación. A esa frase se puede reducir lo que sucede hoy con el liderazgo cruceño, sometido a críticas de todo calibre por su incapacidad de asumir un mayor y efectivo rol político generador de cambios tan significativos como los logrados a través de su ímpetu emprendedor y empresarial. Las críticas le llegan desde todos los sectores y regiones del país, unos cargados de prejuicios, otros ahogados en el desaliento. Pero a pesar de esa avalancha, los líderes cruceños no reaccionan. ¿Sordera o cobardía?, es la pregunta que alienta el debate.

Analizando los últimos acontecimientos políticos registrados en el país, se podría decir que el liderazgo cruceño padece un poco o mucho de ambos males: sordera y cobardía. Hay una evidente incapacidad no sólo de escuchar demandas y críticas, sino también de ver qué es lo que está ocurriendo en Bolivia y no únicamente en la región. Y también es notoria la falta de coraje que ha demostrado en más de una ocasión para ser coherente con los compromisos asumidos públicamente, como el de la lucha por la autonomía departamental, dejándose correr con la vaina del sable.



¿Qué fuerzas conspiran para que ese liderazgo osado y exitoso en el campo empresarial, aún con sus defectos, no trascienda los límites de las finanzas privadas y se catapulte hasta Palacio Quemado? Al parecer, es nomás como muchos cuestionan: los límites mentales de ese liderazgo no logran salir del primer anillo de circunvalación de la capital cruceña. Es decir, de lo inmediato, de lo que tiene a mano. No es capaz de arrastrar su mirada hasta el quinto, sexto… noveno anillo. Y así es incapaz de aspirar siquiera a llegar a objetivos superiores a sus emociones o intereses muy particulares, lo que en términos espirituales se define como lo trascendente.

Incapaz de ultrapasar los anillos que lo separan de lo inmediato a lo trascendente, el liderazgo cruceño parece estar aplaudiendo la nueva arremetida de los que hoy se turnan en el poder, y que va en contra de la emergencia inevitable de un modelo de vida y de producción exitoso. Un modelo fruto nada menos que de quienes supieron, décadas atrás, sobrevivir al abandono del Estado apostando por unas iniciativas empresariales y cooperativas que, hasta ahora, han alcanzado mejores resultados que muchas de las acciones y políticas gubernamentales.

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Hay que repetirlo: un liderazgo ciego y cobarde que parece aplaudir los estigmas alimentados en su contra por otros liderazgos menos exitosos en lo empresarial, pero fuertes en la política, que han logrado imponer contra toda lógica la idea de que un cruceño o una cruceña no tiene cabida en el mando del poder y, por lo tanto, en la definición del rumbo que toma Bolivia. Aunque ese rumbo sea construido de tumbo en tumbo, de fracaso en fracaso, llevando al país por el sendero del cangrejo: para atrás. Con un agravante: el liderazgo cruceño acepta el estigma y la censura, y encima da plata a quienes lo denigran. Un mal negocio por partida doble. Paradoja del empresario exitoso.

¿Estarán dispuestas las viejas y nuevas generaciones de cruceños, nacidos o no en Santa Cruz, en avalar la sordera y cobardía de ese liderazgo cruceño acomplejado que no es capaz de sacudir su modorra, superar sus diferencias y límites para ver lo lejano, y proponerse ultrapasar anillos, hasta alcanzar lo trascendente? Y lo trascendente puede comenzar una fecha, como el primer domingo de diciembre próximo, para cuando están convocadas las elecciones generales anticipadas. Unas elecciones en las que los bolivianos jugarán una de sus cartas más importantes para definir a qué lado se inclinará la balanza: al de más desarrollo y libertades en democracia, o al de la involución en todos los sentidos… social, económico y político.


Subeditorial del SemanarioUno 314

SIN VUELTAS

En Bolivia estamos curados de espanto. Sucede todo y no pasa nada. A diario se denuncia corrupción y abusos, y ahí nomás quedan los casos, en denuncias. Ya ni sorprenden. ¿Será que ya nos acostumbramos a vivir en la podredumbre? ¿Acaso no nos indigna tanta delincuencia, de un lado, e inoperancia, del otro? Así nomás parece ser. No se explica de otra manera que, por citar un caso, la Policía continúe como si nada sucediera, luego de ser blanco de quejas, reclamos y denuncias.

Una de las más recientes es la que hizo la periodista Gísela López. En una carta abierta, que SemanarioUno publicó en su edición anterior y que circuló por la red, López denuncia con lujo de detalles la corrupción que se campea en la Unidad Operativa de Tránsito de Santa Cruz, adonde acudió a renovar su licencia de conducir. Con nombres y apellidos de los que delinquen, con pelos y señales de cómo operan los policías en Tránsito, López dejó al descubierto la red que funciona con la complicidad de la misma unidad llamada a combatir la corrupción.

Por increíble que parezca, después de esa denuncia pública, no pasó nada. Nada, como lo lee. A los intereses y complicidad de los jefes policiales se sumó la indiferencia de la mayoría de los medios de comunicación que, vaya a saber uno por qué, hicieron oídos sordos o de la vista gorda ante semejante denuncia pública. ¿Celos y censura a la colega periodista o simplemente complicidad con los policías corruptos? Esto último, más o menos como lo hacen los políticos que se turnan en el poder: dejan que la Policía siga robándonos a todos, a cambia de usarla luego a su favor. O para tramitar rápido y barato sus documentos, o para perseguir y amedrentar a sus oponentes políticos o sentimentales. Lo mismo da.

Y como no pasa nada, los jefes policiales se dan el lujo de hartarnos a todos con sus imposturas y cinismos, como lo hizo hace poco el comandante nacional de la Policía, Víctor Hugo Escóbar, al asegurar que “nunca” un comando policial ha pedido plata para gasolina a quienes van y sientan una denuncia. O que la Policía no recibe “nada” de ayuda y apoyo de las prefecturas departamentales, citando el caso específico de Santa Cruz (¿qué habrán hecho con los motorizados, equipos, carburantes y dinero que les dio el prefecto Rubén Costas?). O que los policías del occidente “no quieren trabajar en Santa Cruz”. ¡Pero si acá está su mina de oro, hombre, que lo digan en Tránsito, Identificación o los pacos de la calle!

Tanto cinismo provoca arcadas. Lamentablemente, nada más que arcadas que ni siquiera llegan al vómito. ¡Qué mal estamos, caramba!