Fernando Molina
El pasado martes publiqué en El Deber un artículo sobre lo que describí como un ataque de la actriz Mia Farrow y de su hija Dyllan contra el cineasta Woody Allen, a fin de amargarle los reconocimientos que cosecha estos días: la obtención de un premio a toda su carrera en los Golden Globes y la nominación de su última obra, Blue Jasmine, al Oscar a la mejor película.
Dicho ataque consistió en la rememoración de una acusación realizada hace 21 años por Dyllan, a la sazón de que una niña de siete años, en un video grabado -y editado- por su madre adoptiva, Mia, afirma que su también padre adoptivo, Woody, la acababa de violar.
Dyllan recordó esta alegación en una carta publicada por un blog del New York Times, en la que también señala que los homenajes de Hollywood a su padre aumentan su dolor y conmina a la última actriz que trabajó con Allen a pronunciarse sobre su caso. Semanas antes, Mia había escrito tuits en contra de Allen, justo cuando se emitía la premiación al director durante los Golden Globes (premiación a la que, como es usual, éste no asistió). Por tanto, el objetivo de la reposición del escándalo carece de misterio.
Como dije en mi artículo, "ya sea por consumar un acto de justicia o uno de inacabable resentimiento”, las Farrow no quisieron permitir que Allen dejara este asunto atrás.
Aunque mi artículo no afirmaba que Allen no violó a su hija ni que Mia se inventó el drama por motivos egoístas (creo que nadie puede saber en firme algo semejante, salvo los protagonistas, es decir, justamente los que pudieran estar interesados en mentir), en cambio sí señalaba los siguientes hechos: a) El video de Mia no fue aceptado como prueba válida por los investigadores, ya que había sospechas de que la niña hubiera sido inducida a acusar a Allen; b) en el momento de filmar el video, Mia se hallaba fuertemente impactada por la revelación de que quien hasta entonces había sido su pareja acababa de comenzar un romance con su hija adoptiva mayor (la chica no era hija adoptiva de Allen ni vivía con él; aun así el comportamiento del director era por supuesto indefendible, aunque ni de lejos equivalente a violar a una niña); c) en algún momento un fiscal dijo que había materia para enjuiciar a Allen, pero nunca procedió a hacerlo; d) Allen protestó contra esta declaración del fiscal, que dejó la impresión de que alguien o algo lo protegía; e) en este tiempo Mia mostró poca preocupación por la salud emocional de sus otros hijos, al punto de sugerir públicamente que uno de ellos no era el descendiente biológico de quien se suponía (Allen), sino de una pareja anterior (Frank Sinatra), lo que probablemente es falso, pero muestra la poca prudencia de la actriz respecto a los impactos emocionales de estos sucesos en la vida de sus hijos, así como un tremendo y persistente odio contra su antiguo novio.
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En ese momento no lo sabía, pero hubiera debido incluir en mi artículo también el siguiente dato: otro de los hijos adoptivos de Allen y Farrow, Moses, cree y ha declarado que su madre se inventó la violación de Dyllan para vengarse de Allen por haberla cambiado por su hija adoptiva.
La publicación de este artículo más bien inconcluyente en Facebook causó un remezón de proporciones. Hubo decenas de comentarios en varios foros. Algunos sin relevancia, ya que sus autores creían, por alguna razón, que sabían lo que realmente pasó y que, además, estaban en condiciones de juzgar moralmente a sus semejantes.
En cambio, me interesa refutar los argumentos de dos personas que aprecio. Ellas me recriminaron por mi propensión hacia el director estadounidense: una porque, dada la condición patriarcal del sistema judicial, es decir, su inclinación a favorecer a los hombres, la suposición de que Allen sea inocente conduce directamente a una complicidad política con los mecanismos que aseguran la impunidad masculina en el terreno de la violencia sexual; la otra porque, en su opinión, cuando se denuncia una violación hay que ponerse siempre del lado de la parte denunciante, ya que este papel es tan difícil, tan combatido y anatemizado por la sociedad, que no hacerlo sería sumarse a la agresión y victimar una vez más a la víctima.
¿Qué les digo? Primero, que comparto su preocupación por el carácter patriarcal de las instituciones y de las normas, pero no por esto considero éticamente obligatorio avalar a toda mujer que alegue haber sido molestada sexualmente. Esto equivaldría a dudar de las instituciones y a confiar en las mujeres (en todas ellas) más de lo que puede considerarse cuerdo. S
Si alguien piensa (y quizá mis amigos de Facebook lo hacen) que un inocente encarcelado es un precio que bien vale pagar a fin de subsanar la dolorosa injusticia histórica sufrida por las mujeres, discrepo rotundamente. Pues dos males no traen un bien, y un crimen no lavará otro(s).
Así que creo que debemos luchar contra el patriarcado jurídico sin cerrarnos a la posibilidad de que alguna vez un hombre pueda ser liberado de un juicio por violación no simplemente porque es hombre, sino porque no hizo eso de lo que se le acusa.
Fernando Molina es periodista.
Fuente: http://www.paginasiete.bo/