Armas, balas y gringos

 

Cuentan las crónicas del 22 de noviembre de 1963 que, apostado en el sexto piso del Texas School Book Depository, en Dealey Plaza del Estado de Texas (Estados Unidos), Lee Harvey Oswald, empleado temporal de aquel lugar, percutía tres disparos con arma de fuego en medio de un ambiente de fiesta y entusiasmo del cual participaba una importante multitud que recibía a J. F. Kennedy durante su visita social y política a Dallas (Texas). Los disparos alcanzaron al Presidente de los Estados Unidos, segándole la vida casi de forma inmediata.



Dentro de la primera hora de búsqueda, descubrieron en aquel lugar tres fundas de proyectil gastados y un pedestal de francotirador ubicado en la esquina sudeste de la sexta planta, un lugar que ofrecía una vista amplia del Dealey Plaza y el centro de la ciudad, con una perspectiva única para ejecutar los disparos. El presidente fue asesinado mientras desfilaba en un coche descapotable, realizando actividades de cara a su reelección.

Se dice que Estados Unidos es un país donde existen más armas que personas, por lo que su historia se encuentra plagada de una larga lista de atentados que involucran a políticos y personalidades públicas. Otro caso que tiene que ver con la historia reciente del país del Norte, está relacionado al atentado a Ronald Reagan, ocurrido el 30 de marzo de 1981, tan sólo setenta días después de que este asumiera la presidencia de aquel país. John Hinckely Jr., empleó un revolver calibre 22, llegando a impactar un proyectil en la cabeza de Reagan, quien permaneció durante 12 días hospitalizado, volviendo tras poco más de un mes a ocupar el cargo de presidente.

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Remontándonos en el tiempo, nos situamos en el año de 1865, debido a la creación del Servicio Secreto que buscaba poner freno al fraude monetario, el décimo sexto presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, era abatido por la espalda en el Teatro Ford de la ciudad de Washington. El asesino, un simpatizante confederado de nombre John Wilkes Booth.

Para el año de 1881, el entonces electo presidente James Garfield, mientras se encontraba realizando actividades protocolares en la Estación de Potomac en Washington, fue tiroteado por un sujeto con desequilibrio mental llamado Charles Guiteau. Garfiel agonizó durante quince días producto de los dos impactos de bala que había recibido y finalmente falleció.

Franklin D. Roosevelt también fue víctima de un atentado con arma de fuego el año de 1975, en aquella oportunidad, la víctima terminaría siendo Anton Cermak, alcalde de Chicago, quien se encontraba reunido con el presidente. Su muerte se produjo tres semanas más tarde, debido a la herida que había provocado el disparo por arma de fuego.

Si bien es cierto que la prensa recoge los atentados que no pudieron ser evitados, los servicios secretos norteamericanos se han dado a la tarea de desbaratar innumerable cantidad de planes que tenían como objetivo acabar con la vida de presidentes en ejercicio, candidatos o personalidades vinculadas al ámbito político. Entre los más conocidos están Barack Obama, Bill Clinton, George W. Bush, Jimmy Carter, Gerald Ford, Richard Nixon y recientemente Donald Trump.

En el caso de este último, el candidato republicano escapó por muy poco de la muerte, siendo que el proyectil le rozó la oreja derecha mientras se desarrollaba un mitin de campaña en Pensilvania rumbo a las elecciones de noviembre. Se une de esta manera al exclusivo grupo de presidentes, expresidentes y candidatos que han sido “diana” [de tiro] en un país donde prolifera la portación de armas de fuego.

Thomas Matthew Crooks, de 20 años de edad, burlando la seguridad del Servicio Secreto –duramente cuestionado después del último atentado que casi acaba con la vida del candidato del Partido Republicano–, se encaramó en lo alto de un edificio que se encontraba a menos de doscientos metros desde donde Trump se dirigía a sus seguidores.

Apenas iniciada la alocución, pudieron escucharse disparos de arma de fuego, en el instante preciso en el que Trump se lleva la mano a la oreja derecha, para posteriormente arrojarse al suelo. Inmediatamente, fue rodeado por agentes que lo mantuvieron en aquel lugar ante el grito estremecedor de “¡El tirador ha caído!”, procediendo a conducir al exmandatario hasta un vehículo blindado que se encontraba cerca.

La ciudadanía norteamericana exige respuestas, al tiempo que se abren las investigaciones por parte de la comisión encargada. Con el principal sospechoso muerto, se teme que ocurra lo mismo que en su momento pasó con la investigación en el asesinato de J. F. Kennedy, caso que jamás determinó la situación real de los acontecimientos y cuyo informe fue duramente criticado, abriendo la brecha a un largo periodo para la especulación y el debate, así como para alimentar las teorías de la conspiración.

 

 

Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez

Escritor, docente universitario & divulgador histórico.