Marcelo Ostria Trigo
Desplazados los regímenes de facto en América Latina por gobiernos democráticos, se pensó que la violencia política iría a disminuir. Se creyó que con gobiernos legítimamente elegidos las tensiones disminuirían, y que, a la vez, se tendría el instrumento del voto para impedir posibles abusos y la perpetuación de caudillos en el poder. Pero las tensiones persisten, y la violencia criminal aumenta, lo que da validez a la conclusión de un reciente estudio de la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito que atribuye los altos índices de asesinatos al crimen organizado y a la herencia de décadas de enfrentamientos políticos violentos.
Pocos países de nuestro continente se han librado del agravamiento de la violencia. Claro que hay diferencias notables en la intensidad y en los objetivos. Pero el resultado es que se vive una época de crispación, pues nadie puede asegurar que la violencia y los peligros no están a la vuelta de la esquina.
El informe de la ONUDC, concluye en que América Latina es la región más violenta del mundo y que los índices de asesinatos en Honduras (90,4 por cada 100.000 habitantes, Venezuela (con 53,7), El Salvador (41,2) sean, de lejos, superiores a los de Irak, que sufre sangrientos enfrentamientos entre facciones religiosas, y que tiene un índice de sólo 8 asesinatos por cada cien mil habitantes. Bolivia, anduvo cerca con 775 asesinatos, o sea 7,7 por cada cien mil habitantes.
Y como si esto fuera poco, la violencia oficial que acompaña a la criminal también ha crecido. Esto sucede especialmente en Venezuela, que se ubica como el segundo país más violento del continente, tanto por la criminalidad como por la represión política.
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Los estudiantes, las amas de casa, las gentes de la clase media y los trabajadores venezolanos, han salido a las calles de sus ciudades para protestar por la escasez de artículos de primera necesidad, por la precariedad económica, por la carencia de garantías y el por la permanente violación de los derechos fundamentales y que, en respuesta, han sufrido la brutal represión del régimen.
No sorprende, entonces, que en la reciente reunión de diálogo entre el gobierno y la oposición venezolana, Maduro haya afirmado que no habrá "ni negociación ni pacto, aquí lo que hay es un debate, un diálogo, que es diferente a una negociación y a un pacto". Esta no es una buena señal para un esfuerzo destinado a contener la violencia en Venezuela. Y lo más grave sería que la esa violencia se extienda con “efecto dominó”.