Meme llegado esta semana que acaba por WhatsApp.
El martes 5 de noviembre chocaron en EEUU dos poderosos “animales”: el elefante del Grand Old Party (GOP, los Republicanos) y el burro de los Demócratas. Dos partidos que se han disputado el poder desde mediados del siglo 19 —el Partido Demócrata desde 1829 es el más antiguo del mundo, y aún más si se le considera heredero del Partido Demócrata-Republicano, fundado alrededor de 1790 por Thomas Jefferson y James Madison.
(Es curioso como en los casi dos siglos que Republicanos y Demócratas se disputan el Poder han intercambiado banderas, como en el período de la Guerra Civil, cuando los Demócratas eran segregacionistas, liberales (no en el sentido “norteamericano” actual), conservadores y fuertes en el Sur esclavista y los Republicanos —con Abraham Lincoln— abolicionistas, defensores de la clase media y trabajadores y fuertes en el Norte industrial: Hoy el GOP —sobre todo el GOP MAGA trumpista— es mucho más conservador y los Demócratas cada vez más cercados por su ala “ultraprogresista” —tan a la izquierda que Bernie Sanders y Elizabeth Warren, antes “cucos” de los conservadores, hoy podrían verse en una centroizquierda hasta tímida).
No voy a entrar en la memoria de cómo el Partido Demócrata pudo tener de candidato a un anciano que hacía frecuente exposición de sus dislates ni cómo —a las corriendas de última hora— tuvieron que preparar una candidata casi desconocida como recambio: Mujer (bastante se ha dicho en estos días de la supuesta misoginia de los votantes arriba del Río Bravo), inesperada candidata, política casi desconocida (en una Vicepresidencia gris como pocas, aunque casi siempre tienden a serlo para no opacar al Number One) y con un puzzle étnico (y no me meto más en esto para evitar etiquetas), que tuvo que intentar rearmar el Partido en pocas semanas y conquistar todos los desafectos. En el otro, un candidato machista, millonario, exitoso empresario y showman muy mediático, imaginativamente viperino y mentiroso sin rubor que llevaba haciendo campaña unos diez u once años (los de la campaña anterior a su presidencia, los de ésta y los cuatro siguientes), ayudado por los escándalos financieros, éticos y de aventuras sexuales que le acompañaron entonces (como casi toda su vida).
El 5/11 el elector estadounidense votó y le dieron a la candidata Demócrata 73.122.138 votos presidenciales ciudadanos (o “populares”): era el 48,2 % de los votantes, 8.161.363 menos que para Biden en 2020; el Republicano obtuvo 76.058.615: el 50,2 % de los que sufragaron por la Presidencia (el 1,6 % se divide entre varios otros candidatos presidenciales variopintos) y 1.834.640 más que en la anterior elección. En votos electorales (o “compromisarios”), el candidato Republicano obtuvo 312 (6 más que cuando Biden ganó en 2020) y la Demócrata 226 (6 menos que Trump cuando perdió ese mismo año); con 270 votos electorales en el Colegio Electoral se confirma quién ocupará la Presidencia del país del Norte.
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Para el Senado, la mayoría cambió a Republicanos (52/47) y se mantiene en la Cámara de Representantes (218/208), aunque hasta ahora se disputan aún 9 curules (que no variarán la mayoría); esto da un poder casi absoluto —al menos en números totales— a la nueva Administración Trump (le sumaría sin dudar el Poder Judicial porque a los tres jueces conservadores promovidos por Trump en su anterior Administración se suman los tres promovidos por la Administración Bush hijo versus los tres elegidos en las Administraciones Obama y Biden).
No voy a considerar las virtudes o defectos políticos para ser elegidos de ambos candidatos: Me centraré en resumir los análisis principales y mayoritarios sobre los porqués de las votaciones —de paso obviaré irritar a amigos diestros o zurdos con valoraciones subjetivas.
La candidata demócrata ganó en 20 Estados; Trump en 30. La mancha roja (paradójicamente el color Republicano es rojo) está en el centro y sur del país, mientras la mancha azul (color Demócrata) está, básicamente, al noreste y noroeste: las regiones con mayores desarrollos tecnológicos, mayores universidades, más jóvenes y menos desempleo.
Entremos en sustancia: El Gobierno Biden deja una Macroeconomía en muy buenas condiciones (mínimo desempleo, crecimiento) pero su gestión se ha caracterizado por una Microeconomía impactada por la inflación —afectando el consumo de clases medias y populares—, y las medidas para reducir esa inflación han encarecido el crédito, afectando incluso más a esas mismas clases. En resumen: el empleo casi pleno y los resultados positivos macroeconómicos se diluyen ante el votante mayoritario por la inflación y el difícil crédito.
El otro gran argumento Republicano —la Migración (ilegal principalmente)— diluye (porque no es parte de la narración) la necesidad que tiene el país de migración para ocupar los puestos de trabajos menos remunerados pero aventaba que “quita puestos de trabajo de baja calificación”, lo que perjudicaría a blancos y migrantes no calificados. (En esta elección Trump obtuvo el 45 % del voto hispano, principalmente masculino de clase media baja y obrero, antes cautivo para los Demócratas).
Por ende, el acento Republicano estaba en “recuperar puestos de trabajo” (sutilmente también dirigido a hispanos legales) mientras buena parte del acento Demócrata estuvo en la defensa del derecho irrestricto al aborto, la ideología de género y la defensa LGBTI+, esto en un país fundacionalmente religioso —independiente de la confesión—, caracterizado como tal desde que los Pilgrims —puritanos fundamentalistas calvinistas— llegaron a sus costas en el 1620, donde el potenciamiento de sectores a la izquierda dentro del Partido Demócrata —principalmente el lobby de la ultraprogresía (los Demócratas Socialistas, DSA) con los congresistas Alexandria Ocasio-Cortez, Jasmine Crockett, Raphael Warnock y Maxwell Frost y el gobernador Wes Moore (ninguno identificado dentro del prototipo “blanco”)— ha desplazado a buena parte de los votantes demócratas de centro. Todos estos factores conllevan la necesidad de una relectura de la orientación del Partido Demócrata, cualquiera sea esta es urgente para su supervivencia, sobre todo considerando que el camino a las elecciones de mediotérmino de 2026 les van a ser muy cuenta arriba.
Todo este conjunto: geografía, campo versus ciudad, Nivel socioeconómico, identidad, empleo —o desempleo—, edad, estudios —medio versus superior—, incluso género, fueran decisivos en las campañas. En resumen, el 54 % de los hombres votó por Trump contra el 44 % de las mujeres (un alto porcentaje incluso); por él sufragó el 55 % de los blancos, el 45 % de hispanos (el más alto para un Republicano) y el 53 % de otras etnias (considerando la indígena americana) versus el 86 % de negros y el 56 % de asiáticos para la candidata Demócrata. En edad, la alícuota principal para el candidato Republicano estuvo en los percentiles de 45 años en adelante mientras la mayor para su contrincante fue en el percentil 18-29; por último, en Educación, por Trump votó el 54 % sin estudios superiores contra sólo el 41 % que los tenía.
Desde ya, en lo que nos incumbe, se avizoran importantes impactos en la Región: en Migración —reducir selectivamente las futuras y deportar a los ilegales—; en Aranceles —anunciados aumentos—; con China —revivir la guerra comercial de su primer período (no descartada por Biden); con los regímenes totalitarios de la Región —Cuba, Venezuela y Nicaragua, sin excluir otros posibles. También influenciarán significativamente las subidas (ya iniciadas por la Reserva Federal) de las Tasas de interés —que aumentarán la vulnerabilidad de las deudas externas de nuestros países—, el aumento del precio del dólar —que lleva a la baja las monedas de la región— y la segura caída de las Remesas al reducir la migración. Por lo pronto, la nueva Administración contará con dos Aliados seguros: El Salvador – Argentina.
(Europa es otra historia en remojo: lo dejaré para otro día).