La verdadera oposición


 

Los opositores tradicionales (Mesa, Doria, Quiroga y, lamentablemente, Camacho) le faltaron el respeto al país la semana pasada. Jugaron con la esperanza de la gente ansiosa por encontrar una alternativa a la dictadura masista de casi dos décadas y se burlaron de ella.



La puesta en escena fue una burla por al menos dos razones. La primera fue la vergonzosa desprolijidad del anuncio. Cuando todo estaba organizado para el aco frente a las cámaras, Tuto Quiroga se adelanta y un día antes de la fecha pactada lanza su propia candidatura robándole además la sigla a otro de los cuatro, Carlos Mesa. Este se enoja y reacciona desencajado y rodeado de toda su bancada reclamando tremenda deslealtad. Increíblemente, sin embargo, y como si nada hubiera pasado, se juntan nomás al día siguiente para hacer el anuncio de unidad y leen un documento, bastante timorato, y con caras de pocos amigos. La confusión entre la ciudadanía y la prensa a esas alturas era enorme: aquí dicen que “renunciarán a sus aspiraciones personales” en aras de la unidad, pero un día antes Tuto Quiroga anunció su aspiración personal a ser presidente, ¿cómo entender eso? Para rematar, diez horas después, en una entrevista televisiva, Tuto Quiroga dice que aquí no hay tales, que él tiene sigla, que va con todo y que será candidato “irreversiblemente.” ¿En qué quedan entonces los otros tres señores del anuncio? ¿En qué queda la “unidad”? Una vergüenza.

La segunda razón es que es un acuerdo en torno a nada. Un acuerdo político debe tener bases políticas (es decir, bases ideológicas y programáticas) porque de lo que se trata es de proponerle una idea de sociedad al país. Este supuesto acuerdo no tiene nada de eso. Es un acuerdo disparatado entre políticos que no saben lo que son y solo saben lo que quieren, seguir viviendo de la política. Tuto Quiroga, que ahora coquetea con el liberalismo, pero al mismo tiempo admira a Motete Zamora un exguerrillero, hace un acuerdo con el Frente Revolucionario de Izquierda que es ahora una veleta al mejor postor, pero que en algún momento aglutinó al Ejército de Liberación Nacional y al Partido Comunista Marxista Leninista. ¿Cómo se explica eso? ¿Encuentra Ud. un mínimo de coherencia? ¿Qué propone este acuerdo de unidad sobre la reducción del aparato estatal? ¿Sobre la eliminación de las empresas públicas? ¿Sobre la eliminación del subsidio a los hidrocarburos? ¿Quiere este acuerdo volver a la República? Me imagino que no, ya que, para Carlos Mesa, por ejemplo, no existe inconsistencia alguna entre el Estado Plurinacional y la República… así como lo lee… En fin, es un acuerdo (no-acuerdo) sin norte, sin paradigma, sin ideas. Ni siquiera es una intención de ir a una suerte de primarias en las que se comprometan a apoyar al más votado y bajar sus candidaturas. Nada. Nada de nada.

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¿Cómo se le puede ganar al MAS con este tipo de acuerdos vacíos? ¿De verdad creen que la gente se comerá el cuento y apoyará esta juntucha en la que queda clarísimo que ni siquiera hay confianza entre ellos? La oposición tradicional, blandengue y timorata, ha sido siempre funcional a la dictadura y está puesta en escena es otro esfuerzo por diluir a la oposición verdadera, a la que entiende que no se trata solo de sacar al MAS del poder, sino que es aún más importante desterrar al paradigma que este representa. Sin un esfuerzo radical por recuperar la democracia y la República, y por salir del estatismo reduciendo el tamaño del Estado y su influencia en la economía, Bolivia nunca podrá salir de la crisis en la que está sumergida y sentar las bases de un futuro con desarrollo. Ese es el trabajo de la oposición verdadera: buscar el camino para plantearle al país un nuevo paradigma opuesto al de la dictadura del MAS y opuesto también al estatismo socialdemócrata de la oposición funcional.

La verdadera oposición debe enarbolar una revolución liberal centrada en la reducción del tamaño del Estado y la recuperación de la propiedad privada. Nuestra economía guarda miles de millones de dólares sumergidos en la informalidad (lo que Hernando de Soto llamaba el “misterio del capital”) y la informalidad no es más que el resultado de la sobre-regulación (controles de precios, cupos a la exportación, etc.), los excesivos impuestos y la excesiva burocracia/tramitología. El paradigma debe consistir, entonces, en reducir todas esas trabas de tal forma que los informales (el 85% de nuestra economía) tengan los incentivos a formalizarse y así puedan utilizar su capital y además apalancarlo en la banca formal. Tenemos inmensos montos de capital sumergido en la industria del transporte, del comercio, del agro, del turismo, etc. Ha llegado la hora de devolverle a la gente la dignidad de ser formalmente propietaria de su esfuerzo.

Si reducimos el tamaño del Estado, además, reduciremos significativamente el gasto público y eso cerrará los déficits haciendo que dejemos de comernos las ya inexistentes reservas internacionales y que el Banco Central tenga que imprimir inorgánicamente causando inflación y devaluación. Eso implica eliminar las empresas públicas y reducir al menos un tercio de la burocracia estatal. El ajuste será duro, pero el costo lo pagarán mayoritariamente los políticos y no la gente de a pie. La reducción del aparato estatal para reducir el gasto y recuperar la estabilidad macroeconómica afectará a los políticos que copaban las oficinas estatales y las empresas públicas. La reducción de trabas y regulaciones hará además que estos no tengan posibilidades de apretar a la ciudadanía con coimas y cobros ilegales.

La gente no es tonta. La oposición tradicional y funcional no deja los vicios de siempre y no quiere un cambio de sistema. Samuel Doria, por ejemplo, cree que ellos rescatarán BOA, cuando lo sensato sería privatizarla (si alguien la quiere) y abrir el mercado para toda empresa que quiera ofrecer el servicio. El país merece un nuevo camino. Solo una oposición verdadera y disruptivamente liberal puede ofrecérselo.

Antonio Saravia es PhD en economía


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