Paso a paso, palmo a palmo, del año el ocaso va llegando. La cadencia de una abolerada melodía de almas, convoca al reencuentro familiar, al intercambio de experiencias y aprendizajes individuales que con el correr de los años se remonta en alas de la nostalgia para recordar la felicidad de nuestras Navidades de infancia. Una regresión curiosa de la mente transporta a revivir la época de la niñez.
En casa, las Navidades eran fabulosas, mi abuela y mi madre preparaban manjares que sólo podían degustarse una vez al año. Mi padre (el gran ausente de la celebración de este año debido a su deceso el pasado mes de mayo), junto a tíos y sobrinos organizaban el árbol hecho de pino natural, cubriendo la mesa con manteles y adornos heredados, así como con otros detalles que posibilitaban dibujar la fiesta con colores y matices de ilusión. Los niños bailando al son de villancicos, llenaban de alegría el hogar que esperaba ansioso el nacimiento del hijo de Dios.
Los sagrados evangelios no consignan la fecha de nacimiento de Jesús, aunque se detalla pormenorizadamente la inmaculada concepción y su nacimiento humilde en un establo de Belén. Versiones diversas se tejen acerca del origen de la celebración de la Navidad, quedando en claro que fue desde Roma, donde comenzó a irradiarse una tradición que perduraría por los siglos siguientes. El 25 de diciembre coincide con el “dies solis invicti nati” (día del nacimiento del sol invicto), fecha en la que los romanos celebraban el solsticio de invierno, relacionado muy a menudo por los escritores de la época: “el nacimiento del sol con el día del nacimiento del hijo de Dios”.
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Sextus Julius Africanus, un historiador cristiano de finales del siglo II, fue el que vinculó alrededor del año 221 d. C., la fecha con el nacimiento de Jesús, relacionándola con las festividades paganas que se celebraban en Roma. El imperio romano se caracterizaba por ser una sociedad politeísta que albergaba en su seno a divinidades protectoras a las que encomendaba las diferentes áreas de su vida, aunque fue el emperador Constantino el encargado de imponer el cristianismo en el Imperio Romano, junto a sus prácticas y tradiciones que terminarían por sobreponerse a las existentes.
Los cristianos no habían reparado en establecer la fecha de nacimiento de Jesús, debido principalmente a que el calendario romano comenzaba con la “ad Urbe condita” (Fundación de Roma). No sería hasta que el monje Dionisio el Exiguo, pensó en separar la era pagana de la cristiana, tomando como referencia el nacimiento de Jesucristo. Las celebraciones paganas provenientes de las costumbres judías, persas, nórdicas, naturalmente romanas, estaban vinculadas fuertemente al solsticio de invierno, por lo que a fin de facilitar el camino de conversión al cristianismo se tomó el 25 de diciembre como fecha de conmemoración del nacimiento del hijo de Dios.
En la época medieval, los ingleses celebraban un festival de 12 días en los que se compartía con música, regalos y decoraciones. No faltaban los excesos y grandes banquetes que ofrecían los monarcas, en los que se deleitaban con suculentos platos de comida, vino, en los que se incorporaban himnos y villancicos.
Por su parte los alemanes, incorporaron costumbres y tradiciones de sus festividades de invierno. El tradicional árbol navideño o “Tannenbaun”, era un pino interior que se decoraba con velas y regalos. Esta tradición se popularizó a partir del siglo XIX alrededor del mundo gracias a las raíces germánicas de la familia real británica.
La inmigración de europeos hacia Estados Unidos, llevó consigo la tradición de Navidad por todo el Atlántico durante el siglo XIX, entremezclando una serie de costumbres provenientes de distintos países, que terminaron por unificarse y dar forma a la fiesta de la Navidad tal y como la conocemos en nuestros días. Papá Noel cruzó el océano de la mano de alemanes y holandeses en los siglos XVIII y XIX, adquiriendo fama y reconocimiento gracias a los relatos y cuentos de prolíficos escritores de la época.
Tras largos siglos, la fiesta de la Navidad se celebró como una liturgia cristiana que conmemoraba el nacimiento de Jesucristo, redentor y salvador de la humanidad. La Navidad alegre, radiante y de unión, se popularizó a partir del siglo XIX. Durante el siglo XX se conoce una fiesta secular, que incorpora costumbres de diversas culturas e involucra a la familia como parte fundamental de una festividad llena de tradiciones que se acentuaron con el correr de los años.
Fue en Estados Unidos donde la tradición de intercambiar regalos comenzó a popularizarse. Las tiendas comerciales introdujeron el papel de regalo y crearon las tarjetas navideñas, la preparación de los alimentos también juegan un rol trascendental durante los días de celebración de Navidad, convirtiendo cada vez más la tradición religiosa en una fiesta comercial de proporciones incalculables.
A medida que nos sumergimos en el siglo XXI, que no sean las circunstancias ni los graves problemas que deben sopesar los hombres cotidianamente, los que opaquen el destello de luces que pervive en sus corazones. Que no se apague el eco de risas que retumba en los espíritus de la gente joven durante la celebración de las Navidades. Recuperemos para las nuevas generaciones el valor del advenimiento, de aquel pequeño de Belén arribado a esta tierra trayendo su buena nueva.
Que el universo entero conviva en la bienaventuranza de la paz perpetua y la alegría constante que se encarga de anunciar Él desde su humilde pesebre, custodiado por los Reyes de Oriente, los pastores y la guía de la estrella luminosa y perenne. Cuando ese momento llegue, María y José no necesitarán huir más para ocultar al hijo del hombre que viene para redimir a la humanidad. Podremos vivir al fin en la creencia de la fe, la esperanza y el amor pleno, apartando las Navidades Marchitas de nuestro recuerdo.
Reflexionemos: la verdadera magia radica en el valor humano, la generosidad y la conexión con los seres queridos, edifiquemos nuestros espíritus en Dios y construyamos nuestros valores de humildad, solidaridad y perdón, que estos sean nuestro mejor regalo y el principal motivo para vivir con esperanza. Tengamos en cuenta que la esencia más pura del amor, no debe ceder ante el torbellino comercial provocado por la agitación de las sociedades modernas.
Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez
Escritor, docente universitario.